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  Nº 127
Noviembre 2013
 
  Jesús

Jesucristo, un enigma
por Julián Mellado

Jesucristo es un enigma. Tratar de «explicarlo» está realmente más allá de nuestras capacidades. No hay duda de que fue un hombre del siglo I: Así lo afirman los evangelios y algunos documentos romanos y judíos. Sobre ese hombre se puede decir muchas cosas.

Pero cuanto más se  acerca uno a su persona, empieza el vértigo.

¿Cómo es posible que alguien de quien se sabe tan poco (no conocemos gran parte de su vida, a la manera de las biografías modernas) haya dejado una huella en la humanidad de esa intensidad? Los evangelios tratan de darnos una respuesta. En ese judío se encierra algo inimaginable. Los que recibieron su impacto, que tuvo que ser inmenso, llegaron a la conclusión que en este hombre encontramos a Dios.

Le dieron una serie de «títulos» para poder comprender el misterio que se manifestaba en él. Y esto es lo asombroso: No podemos atrapar, definir ni explicar a Dios. Y sin embargo lo encontramos en la persona de este Galileo. Cada generación desde entonces ha intentado «explicar» el enigma que encierra su Persona. Quizás hubo antaño un exceso de definiciones. Hoy, a la inversa, la tentación es reducirlo a la altura de cualquier maestro de sabiduría que se haya dado en la humanidad.

Ahora bien, el vértigo aumenta cuando vemos qué ocurrió después de su crucifixión. Su tumba fue hallada vacía y abierta. Se intentó explicar de diferentes maneras esa «anomalía». Pero algo era evidente: Aquellos que huyeron cuando lo arrestaban se volvían a encontrar porque se habían encontrado con lo inesperado.

Todo esto escapa al racionalismo. Y es que la razón no puede explicarlo todo. Los acontecimientos extraños de aquellos días de hace ya 2000 años, cambiaron el mundo. Ya nunca se volvió a pensar igual, a pesar de tantas deformaciones del cristianismo a lo largo de estos siglos. Lo más triste es que aún hay quienes busca al Nazareno «entre los muertos». En cambio el anuncio de su resurrección, confiada a unas mujeres (que dicho sea de paso, no eran aceptadas como testigos en aquella cultura) sigue resonando veinte siglos después con la misma fuerza para quien busca un sentido a su vida o para quien está a la búsqueda de Dios.

Quizás esa sea la mayor evidencia del Gran Enigma: las vidas transformadas por él. Cuando se tiene a Jesucristo como Señor, es decir como criterio existencial, se deja de servir a otros señores. El que sigue a Cristo de pronto se libera de las exigencias de tantos «señores» que quieren reclamar su autoridad sobre nuestras consciencias. Pueden ser los señores de la política, de la filosofía, de la moda social o incuso de algunos que proceden de la iglesia, esos que se autoproclaman ser su representante y su portavoz.

No olvidemos que lo que nos propone el testimonio del Nuevo Testamento sobre Jesús, es que con él ha comenzado una nueva humanidad. De una manera que no puedo explicar, Cristo nos muestra que lo divino es encarnable.  Y lo hizo por su manera de vivir, de enseñar, y hasta de morir.  Y nos llama a seguirle por los caminos de «Galilea».

Trastocó la sociedad del siglo I, poniendo arriba lo que estaba debajo, y debajo lo que estaba arriba. No hay más que ver lo que hacía y decía sobre el poder, la riqueza, las mujeres, los niños, los excluidos, los enfermos culpabilizados por la religión oficial, y cómo entendía él la relación con el Padre, y entre los hombres y mujeres. Jesús fue y es indomesticable. Y por eso sigue trastocando hoy esta sociedad que tanto se parece a la del Imperio Romano.  Pero si la muerte no pudo retenerlo, mucho menos lo podrán hacer los artificios de los hombres modernos. Siempre será el inesperado, como un extraño que nos acompaña misteriosamente, aun sin darnos cuenta de ello.

Estamos cansados de tantos discursos sobre Dios, como si fuera un objeto de observación y análisis. Un discurso siempre diferente, según el especialista de turno. Cristo no ha demostrado a Dios, lo ha mostrado. En medio de las crisis de fe, de las decepciones y de las traiciones al evangelio, queda él. Sorprendente, enigmático, sublime, alumbrando el camino.

El Caminante de Emaus sigue entre nosotros.

 
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