Nº 141baseline

Febrero 2015baseline

Es muy posible que la intolerancia religiosa vaya muy de la mano de una incapacidad de reírse sanamente de uno mismo.

Intolerancia religiosa
por Dionisio Byler

Charlie

En estos días y semanas después del atentado terrorista contra la burla, guasa e irreverencia de mal gusto de las caricaturas de la revista francesa Charlie Hebdo, es fácil atacar el islam. Yo entiendo, sin embargo, que la intolerancia asesina no es más típica del islam que de otras religiones. Desde luego no lo es más que la intolerancia asesina histórica de los cristianos.

Esa veta de fanatismo intolerante y asesino en el cristianismo siempre me ha resultado sorprendente, sin embargo, porque nuestro fundador, Jesús de Nazaret, jamás mató a nadie. No se puede decir lo mismo de Moisés, cuyo fanatismo religioso lo llevó a guerras que él creía ordenadas por Dios; ni tampoco de Muhammad, cuya carrera militar progresó a la vez que la religión que estaba fundando. Pero por cuanto los cristianos también hemos sido proclives al mismo fanatismo asesino, hay que considerar que no es de suyo un problema sectario —donde unas religiones se inclinan más a ello que otras— sino un problema de fondo de la religión en general.

Esto es algo duro de confesar para mí, que he dedicado toda la vida a promover la devoción a Dios y el seguimiento de Jesús. Resulta que por promover el que se siga a Jesús, puede entenderse que soy un líder religioso. Pero la religión en general, y por tanto también el cristianismo que profeso, resulta contener una oscura tendencia a promover el fanatismo, la intolerancia, la cruel persecución, las guerras y el terrorismo. Esto me espanta y me ofende y me hace recelar de que se me identifique con la religión.

Hay muchas formas de promover actitudes intolerantes que pueden desembocar en violencia. Como profesor de Antiguo Testamento desde hace décadas, quiero centrarme en señalar aquí el peligro que encierran algunos textos bíblicos que no solamente parecerían justificar la guerra y la intolerancia, sino hasta promover ambas cosas. He escrito hace muchos años un librito titulado Genocidios en la Biblia —que me costó caro en críticas de algunos sectores evangélicos— y a la postre otros ensayos diversos sobre estas cuestiones [1]. Supongo que sería mucho más cómodo para todos si nuestra Biblia no pareciera promover la violencia y guerra religiosa, así como la misoginia y la homofobia.

El caso es que al Señor no le salió de las narices consultar con occidentales liberales y tolerantes del siglo XXI cuando inspiró esta colección de escritos. De manera que ahí están y no hay más remedio que aceptarlos como inspirados. Luego también —y esto es de primerísima importancia— vamos a tener que aprender cómo interpretarlos y utilizarlos para la edificación de los cristianos sin que se nos pegue la intolerancia y violencia que algunos pasajes parecen rezumar.

La regla de oro que pronunció Jesús —tratar al prójimo como quisiéramos ser tratados— no debe dejar nunca de orientar nuestra filosofía de vida, nuestra conducta personal y social, y la interpretación que damos a los textos bíblicos.

Y aquí hay que decir bien claro y bien alto que es inaceptable ese retorcimiento de la regla de oro que razona que si yo estuviese en el camino de la perdición, desearía que alguien me corrigiera con toda la vehemencia posible, para cambiar de rumbo. Es inaceptable porque aunque ese fuera el planteamiento, nadie desearíamos ser despreciados, rechazados por la familia y los amigos, torturados y asesinados personalmente (o sometidos a guerra como sociedad), con la finalidad de obligarnos a salvarnos de nuestros pecados. El razonamiento es tan estúpido como suena y más merece una viñeta y carcajada de Charlie Hebdo, que ser considerado con seriedad.

Entiendo que hay diferentes formas de interpretar esos textos de intolerancia, textos que promueven la pena de muerte (a lo asesinos de Charlie Hebdo) para ofensas religiosas, y guerras. Una de mis favoritas, cuando no se te ocurre otra cosa, es la interpretación alegórica. La interpretación alegórica suele estar mal vista tanto por los fundamentalistas como por los que rechazan el mensaje de la Biblia. Ambos pretenden, por igual, que todo lo que pone la Biblia solamente se puede entender de forma rígidamente literal. En la propia Biblia sin embargo, en ambos Testamentos, hallamos interpretaciones alegóricas de escritos bíblicos anteriores. Desde la muy remota antigüedad, entonces, la interpretación alegórica parece haber sido muy practicada.

Entonces pasajes como la conquista del territorio cananeo por los israelitas, o la guerra contra los amalecitas incitada por el profeta Samuel, se pueden interpretar sencillamente como modelos para un radicalismo personal en la lucha contra la tentación y el pecado y a favor de la santidad personal. No sería en ningún caso —¡Sálvenos Dios!— un argumento para arremeter contra nadie sino solamente un argumento para ser radicales en nuestra vida personal, de manera que nuestras conductas y actitudes sean coherentes con lo que enseñó Jesús.

El empleo alegórico de esos pasajes que aparentemente promoverían una religión intolerante o asesina nos enseñaría, entonces, paradójicamente, a ser intolerantes con nuestras propias tendencias intolerantes. Así aprenderíamos a ver a cada persona, por pecador redomado que sea, como un ser humano a quien Dios creó con amor y sigue amando con amor eterno. Tolerancia cero para actitudes intolerantes en nuestra propia mente y corazón. Entrega «fanática» al camino de amar al prójimo, el camino del perdón y de las buenas obras.

Una segunda forma de interpretación es la que se fija con atención en el significado de ciertos detalles que las interpretaciones habituales —las que promueven la intolerancia y el fanatismo— suelen descuidar:

Desde luego la disposición de Abraham para asesinar a su hijo Isaac en un rito religioso no es en ningún caso digna de admirar, sino todo lo contrario. Menos mal que Dios envió su ángel para desengañarle y para que se diera cuenta que no siempre que uno oye voces está cuerdo, ni está oyendo de verdad a Dios. Que si oyes a Dios mandarte asesinar a alguien, lo que tienes que hacer es pedir que te ingresen en un siquiátrico. Esto me recuerda una ancianita con la que hablé mientras hacía prácticas de visitación pastoral cuando seminarista, que me confesó que no le gustaba cuando Jesús le hablaba, porque era siempre para hacerle proposiciones indecentes. Hasta el día de hoy no sé si estaba loca o se estaba riendo de mí.

Como en este caso, hay en los relatos bíblicos muchas veces detalles que se nos escapan, que nos pueden conducir a una interpretación mucho más desenfadada —menos proclive al fanatismo intolerante— que las interpretaciones habituales. No siempre descubriremos un ángel como el que salvó a Abraham de sus desvaríos, pero tal vez haya otro detalle igual de útil.

Una tercera forma de argumentar frente a toda la cruel y dura historia de Israel que trae la Biblia, con sus guerras de todo tipo —sin faltar las de fanatismo religioso— es verla en su totalidad, que desemboca en Jesús.

Veríamos entonces que a lo largo de la Biblia, Israel y sus líderes religiosos escogieron un camino equivocado en su pretensión de seguir a Dios. Un camino que desembocó desastrosamente en guerra y destrucción para el propio pueblo escogido de Dios, así como había empezado desastrosamente con guerra y destrucción para los cananeos. Fue un camino que no condujo a ninguna parte, más que a imitar más o menos las conductas de todos los reinos y todas las religiones alrededor. Esto no es «revelación divina», excepto en el sentido de que el Señor nos pone —con la Biblia— un espejo para ver adónde nos conducirá siempre un fanatismo intolerante.

Porque descubrimos a lo largo del Antiguo Testamento que derrotado Faraón y su ejército, sin embargo «Egipto» seguía presente en los corazones de los israelitas. Descubrimos que eliminados con genocidio los cananeos, Canaán y Baal se instalaron sin inmutarse en la vida y conducta de los vencedores. La «tolerancia cero» contra el pecado ajeno, lo único que hace es disimular la falta de humildad, la carencia de esa actitud de arrepentimiento permanente que debería ser característica de todo auténtico adorador del Dios de la Biblia.

Esto tal vez no se vería con tanta claridad si la historia no hubiera desembocado en Jesús. Él nos enseñó otro camino para su nación Israel, otra visión muy diferente de lo que puede llegar a ser «el reino de Dios».

El problema de nuestras sociedades europeos no es —no lo es exclusivamente, por lo menos— el reto de asimilar un gran número de inmigrantes musulmanes. Al final, los terroristas islámicos probablemente actúan así porque ven que nuestra sociedad europea y nuestros valores de convivencia, están haciendo añicos el estilo de vida tradicional que trajeron desde sus países de origen. Reaccionan así porque se ven en la retaguardia de la historia, dejados atrás por otros valores más humanos. Valores como la capacidad de reírse a lo Charlie Hebdo, de las estupideces que dice y hace la gente religiosa.

El problema que tenemos los que adoramos al Señor y seguimos al Cordero, es el de tomarnos tan en serio nuestra religión, que no somos capaces de ver lo que entiende todo el mundo alrededor: que es cómica nuestra esperanza en que nos salve un tío al que ya se cargaron los romanos hace dos mil años. Para que podamos sostener, a la par, que esto tal vez provoque hilaridad en otros, pero a nosotros nos llena la vida de alegría, satisfacción, relaciones fraternales y ganas de hacer el bien. Y si éste es el efecto, ¿qué puede tener de malo?

Es muy posible que la intolerancia religiosa vaya muy de la mano de una incapacidad de reírse sanamente de uno mismo.


1. Mis escritos sobre violencia, guerra, paz y justicia, están compendiados en No violencia y Genocidios (Biblioteca Menno, 2014), disponible en la librería online Amazon.com.

En este número:


Copyright © enero 2014 AMyHCE (Anabautistas, Menonitas y Hermanos en Cristo - España).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Martirio de dos hermanas y seis hermanos anabaptistas, Ámsterdam, 1549.
Grabado de Jan Luiken, 1685,
en el Espejo de los mártires.

Mártires
Mártires, detalle (1)
Mártires, detalle (2)


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