Universo

La Biblia nos brinda una historia maestra.
Es más grande que nuestros conflictos.
Nos da forma y nos alimenta
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Una Biblia tan grande como el universo
por Michael A. King

He alcanzado a comprender que la Biblia es un portal que nos conduce a un universo asombroso; pero me ha tardado llegar a esa conclusión. Pasé mi niñez y adolescencia como hijo de misioneros a Cuba y México, tan empapado de Biblia como sea posible imaginar. Además de las actividades de iglesia saturadas de Biblia, nuestra familia añadía una devocional bíblica diaria. Luego también la exigencia de que cada miembro de la familia leyera un versículo antes de la comida frente al aroma celestial de los alimentos, casi nos mataba por cuanto éramos nueve hijos. Con nueve años de edad, ya me había leído la Biblia entera.

Con doce años, ya estaba asumiendo un agnosticismo que me acompañaría hasta llegar a ser adulto. La diferencia entre cómo experimentaba yo la vida y lo que mi iglesia enseñaba que significa la Biblia, me obligó a luchar con la cuestión de la existencia de Dios y la idea de que Jesús sigue vivo.

Por aquella época me crucé con El león, la bruja y el armario, de C. S. Lewis. Atravesando los abrigos del armario uno podía introducirse a la tierra de Narnia. No tardé en enamorarme: enamorarme de Narnia, de los cuatro personajes principales (Pedro, Susana, Edmundo y Lucy), del gran león Aslan, la versión de Jesús que presenta Lewis, enamorarme de esa sensación de que todo encaja, todo tiene sentido, para desembocar en un lugar maravilloso —aunque a veces hagan falta batallas y traiciones y muertes que culminan en nada menos que la resurrección de Aslan después que la Bruja Blanca lo mató.

La Biblia no me afectaba así. Narnia sí. Cincuenta años más tarde, la Biblia no se me ha transformado en Narnia; pero sin embargo, como explicaré, ahora sí me da cosquilleos de emoción. Dentro de la Biblia se desenvuelve la historia de Dios, Jesús, los Abrahanes y las Saras llamados más allá de sus vidas ancianas, los discípulos que luchan por comprender qué significa éste que camina con ellos después de muerto, los que descubrieron que un fuego descendía sobre ellos aquel primer Pentecostés y la historia, si nos adentramos a ese mundo, de cada uno de nosotros.

Entrar a una Biblia tan grande como el universo es importante por muchos motivos. Uno de los primeros, es que todos vivimos por una historia maestra, una historia dentro de la cual toman forma nuestros valores, nuestras motivaciones y metas, nuestra percepción de lo que es real y verdadero. Hoy día es difícil saber cuál sería la historia maestra de Estados Unidos, por cuanto las crisis económica, política, moral y de inseguridad complican el «sueño americano».

Cuando las historias maestras de la humanidad se deshilachan, necesitamos una más segura. La Biblia nos brinda una historia maestra tan firme como la roca. Entra en ella como quien pasara por un armario, y descubrirás que la Biblia entiende sobradamente de historias maestras fracasadas; está llena de eso y nos muestra con cuánta facilidad nos defraudan. Entonces nos cuenta que si nos introducimos en la historia de Dios —y en fin la de Jesús—, comprenderemos que incluso el fracaso, como lo tachan las historias maestras humanas, puede transformarse en éxito: En el evangelio lo inferior se transforma en superior y los enemigos en amados, la justicia fluye hasta alcanzar a viudas que claman, los humildes son exaltados, el último de éstos es valorado, la cruz como símbolo mortífero de la historia maestra del Imperio Romano, cobra vida como símbolo de la historia maestra cristiana.

En segundo lugar, la Biblia es más grande que nuestros conflictos. Como los habitantes de Narnia, nosotros también vivimos en medio de batallas. La que más espanto nos produce acaso sea la tentación creciente a considerar que las diferentes formas de entender las cosas en diferentes religiones o incluso entre cristianos, es un conflicto entre nuestra bondad y la maldad de ellos. De esa manera, cómo es que entendemos la Biblia acaba siendo otro tema más sobre el que entrar en conflicto.

Pero mi matrimonio, curiosamente, me ha llevado a comprender que la Biblia es lo bastante grande como para abarcar diferentes perspectivas y necesidades. Precisamente cuando yo me encontraba en ese período de rechazo de la Biblia, la chica que acabaría siendo mi esposa, Juana, sentía que la Biblia y la fe tenían poco sentido para ella. Sin embargo en aquellos años, Gerry Keener, un estudiante menonita en la Escuela Universitaria Houghton, condujo un grupo de Campus Life en el que Juana comprendió la posibilidad de una relación más estrecha con Dios por medio de Cristo. Este descubrimiento de que la Escritura podía cobrar sentido llevó ahora a Juana a involucrarse con pasión en el movimiento carismático, donde el Espíritu Santo dio profundidad a sus estudio de la Biblia como Palabra viviente de Dios.

Nos conocimos en la Universidad Menonita del Este (EMU), en Harrisonburg, Virginia, en la cima de mi etapa de agnóstico y la suya como carismática. Al cabo de dos años, nos casamos. Muchos de nuestros amigos pensaron que era un proyecto destinado al fracaso: un intento de mezclar agua y aceite. Pero en mis estudios en EMU y después en el Seminario Bautista del Este (ahora Palmer), aprendí formas de estudio bíblico donde podían tener cabida mis preguntas difíciles, confiando que la Biblia es lo bastante grande para abarcarlas y para estimularme a la aventura de seguir al Jesús que nos descubre la Biblia.

Entre tanto, Juana seguía entusiasmada con las enseñanzas carismáticas de que Dios y la Biblia podían dar forma a una vida diaria de inmensa vitalidad. Aunque conforme cada crisis obtenía como única respuesta: «¡Tienes que orar más!», Juana acabó decidiendo que algunos aspectos de la interpretación carismática que había recibido, daban como resultado una Biblia demasiado pequeña.

Así es cómo desembocamos a la vez en la convicción de que la Iglesia Menonita donde yo nací y donde Gerry había traído a Juana, nos brindaba recursos para nuestra peregrinación individual, única, enriquecedora aunque siempre cambiante, en relación con la Escritura. Aprendimos a poner en valor la forma anabautista o menonita de entender la verdad bíblica por una lente individual y personal —pero solamente hasta cierto punto. Por cuanto nos necesitábamos uno al otro y ambos a la comunidad —la iglesia local, la denominación, la iglesia universal— en nuestra interpretación de la Escritura.

 

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    La Biblia es lo bastante fuerte como para soltarnos sus tesoros cuando luchamos con ella. Jacob luchó con Dios y acabó transformado en Israel. Nosotros también podemos arrancar bendición cuando nos plantamos ante ella con nuestras más profundas dudas, luchas e interrogantes.

Esas perspectivas ahora me inspiran al considerar, por ejemplo, las diferentes tradiciones (o falta de ellas) que hallamos en el Seminario Menonita del Este (EMS), del que soy decano. Nos necesitamos uno a otro para comprender la riqueza de la historia maestra de la Biblia. Cada tradición cristiana enfatiza cosas diferentes. A veces llegamos a conclusiones opuestas, como cuando los menonitas en EMS entienden que el bautismo que instruye la historia bíblica es para adultos, pero para los metodistas es el bautismo infantil. De manera que afirmar que la Biblia es más grande que nuestras diferencias no es lo mismo que decir que las anula.

Pero la propia Biblia, como la iglesia mundial hoy, está llena de tradiciones y enseñanzas diferentes. La Biblia abunda en anécdotas de personajes bíblicos en conflicto sobre cómo entender la historia de Dios. La Biblia es más grande que nuestros conflictos porque podemos confiar que si nos adentramos en ella con nuestros puntos de vista diferentes o incluso enfrentadas a muerte, jamás podremos destruir su historia maestra. Aunque peleemos dentro de su mundo o acerca de él, nos acabará atrapando en ese mundo donde nos cuenta la historia de Dios en medio de y a través de diversidades y tensiones y énfasis en conflicto, con toda la plenitud de su gloria descosida.

Esto desemboca con naturalidad en una tercera razón para celebrar una Biblia tan grande como el universo. La Biblia nos forma mediante nuestra sumisión a ella pero a la vez, cuando nos enfrentamos a ella. La Biblia nos invita a ser humildes ante sus verdades que sobrepasan nuestra comprensión. Pero la Biblia es también lo bastante fuerte como para soltarnos sus tesoros cuando luchamos con ella. Jacob luchó con Dios y acabó transformado en Israel. Nosotros también podemos arrancar bendición cuando nos plantamos ante ella con nuestras más profundas dudas, luchas e interrogantes.

Mi profesor de Antiguo Testamento en el seminario, Tom McDaniel, enseñaba que sí, efectivamente, «Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia» (2 Tim 3,14-17).  Pero eso no quiere decir que el pueblo de la Biblia alcance siempre a comprender lo que Dios quiere decir. McDaniel enseñó que la Biblia nos corrige al mostarrnos cómo el pueblo de Dios se equivoca tanto como acierta a entender a Dios.

De manera que McDaniel diría que tenemos que luchar con la historia que cuenta el libro de Josué, en el Antiguo Testamento, de matanzas, de hombres, mujeres y bebés enemigos, en el nombre de Dios. Incluso ahí, en las crueldades del Antiguo Testamento, Dios puede hablar; porque podemos darnos cuenta que los israelitas a veces captaban que Dios los estaba instruyendo a ser menos sanguinarios que los pueblos alrededor. Sin embargo cuando interpretamos el libro de Josué teniendo en cuenta temas bíblicos como la misericordia y el amor eternos de Dios, o la invitación de Jesús a amar a los enemigos, McDaniel diría que Josué nos demuestra que para entender plenamente cuando Dios habla, el pueblo necesita de una comprensión que va en aumento.

Por último, atesoro una Biblia tan grande como el universo porque alimenta incansablemente nuestros corazones, mentes y almas. Estemos o no de acuerdo con ella, luchemos con ella o nos sometamos, nos irrite o consuele, la Biblia, con todos sus poemas y salmos, sus diálogos y diatribas, sus doctrinas y dictados, sus historias y sermones, nunca agota sus maneras de darnos forma. No digo que debamos adorar la Biblia. Es que la Biblia nos invita a adorar a Aquel a quien revela, al Señor de los Ejércitos, al Dios que en Jesús acampó entre nosotros, al que Juan llama la Palabra hecha carne. La Biblia nos invita al llevarnos a conocer al pueblo de Dios, con el paso de milenios, en sus momentos de mayor acierto y mayor fracaso en el empeño por ser el pueblo de la Biblia.

Como humanos que somos, nos tienta vivir con una Biblia pequeña que se amolda a nuestras ideas preconcebidas, a nuestra ceguera y nuestras batallas. Vista desde la perspectiva de Dios, la Biblia es bastante grande como para poder alimentar a Michael, a Juana y a otros tantos miles de millones, con nuestras diferentes creencias y llamamiento. Nada que le traigamos será demasiado para esta Biblia tan grande como el universo.

Traducido de The Mennonite, enero 2015. Permiso solicitado. Michael A. King es decano del Seminario Menonita del Este, en Harrisonburg, Virginia.