Estación de tren

Parábolas para un mundo que vive a corto plazo ( VII )
Los prejuicios y sus consecuencias
José Luis Suárez

Algunas palabras acerca de esta parábola

Es muy posible que, al llegar al final de la lectura de esta historia, a todo lector se le escape una sonrisa al darse cuenta de cómo se quedó la mujer de este relato cuando descubrió lo que había ocurrido. Nos quedamos únicamente con este hecho sin profundizar en el fondo lo que esta historia nos quiere comunicar. Pero esta historia puede dirigirse de forma profunda a nuestra propia realidad y descubrir que es muy a menudo lo que le ocurre a todo ser humano.

Esta historia nos habla acerca de los prejuicios, fenómeno del que ningún ser humano escapa y que la mayoría de las veces, una vez ocurrido, lo olvidamos sin darnos cuenta de las consecuencias tan diversas y nefastas que puede acarrear: enemistades, violencia, guerras, rupturas, incomprensión, desconfianza, culpabilidad, etc.

El prejuicio es el proceso de formación de un juicio sobre una situación de forma anticipada. El prejuicio consiste en criticar casi siempre de forma negativa una situación, una persona, una cultura, una religión, etc., sin tener suficientes elementos de conocimiento previo sobre lo que se juzga. Es importante tener en cuenta que muchas de nuestras creencias se apoyan en el prejuicio y en la tradición, y que no siempre corresponde a la realidad.

Historia de las galletitas

Una mujer llega a una estación de ferrocarriles para subir al tren que la dejará después de un viaje de dos horas en su ciudad natal. Al preguntar por el andén de salida, el empleado de la estación la avisa de que, lamentablemente, el tren va con retraso y que llegará a la estación una hora más tarde de lo previsto.

Molesta, como cualquier persona a quien le toque aguantar una situación inesperada, la mujer se acerca a un pequeño establecimiento de la estación y compra allí un par de revistas, un paquete de galletitas y una lata de refresco. Minutos después, se acomoda en uno de los bancos del andén para esperar el tren. Pone sus cosas a un lado y empieza a hojear una de las revistas.

Pasan unos diez minutos. Por el rabillo del ojo ve acercarse a un joven barbudo que toma asiento en su mismo banco. Casi instintivamente, la mujer se aleja del muchacho, sentándose en la punta del asiento y sigue leyendo su revista.

Otra vez de reojo la mujer ve con asombro cómo, sin decir ni una sola palabra, el joven coge el paquete de galletitas que está entre ambos encima del banco y coge una galletita. «¡Qué poca vergüenza!» —piensa ella.

Dispuesta a poner punto final a esta situación, pero no a dirigirle la palabra al joven descarado, la mujer se gira y ampulosamente coge una galletita del paquete y, mirando fijamente al muchacho, le da un mordisco. El joven, por toda respuesta, sonríe y coge otra galletita del paquete.

La mujer está indignada. No se lo puede creer. Vuelve a mirar fijamente al muchacho y coge una segunda galletita. Esta vez hace un gesto exagerado con ella frente a la mirada del joven y, sin quitarle los ojos de encima, mastica con enfado la galleta.

Así continúa este extraño diálogo silencioso entre la mujer y el chico. Galletita ella, galletita él. Primero uno luego el otro. La señora cada vez más indignada, el muchacho cada vez más sonriente. En un momento determinado en el paquete queda una única galletita. La última galletita. «No se atreverá…» —piensa la mujer.

Y como si hubiera leído el pensamiento de la indignada mujer, el joven alarga la mano de nuevo y, con mucha suavidad, saca del paquete la última galletita, la parte por la mitad y, mirando fijamente a los ojos de la mujer, le ofrece una de las mitades con una sonrisa encantadora.

—Gracias —le dice aceptando la mitad con voz y cara de pocos amigos. En ese momento llega a la estación el tren que la mujer esperaba. La señora se pone de pie, recoge sus cosas del banco y se sube al vagón que le corresponde.

 A través de la ventanilla del tren la enfadada mujer observa como el joven se come a pequeños bocados la mitad de la última galletita.
 —Con una juventud como esta—se dice en voz baja—, este país no tiene remedio.

El tren arranca. Con la garganta reseca por el enfado, la mujer se dispone abrir su bolso para buscar el refresco que había comprado en la tienda de la estación junto a las galletitas. Para su sorpresa, allí estaba sin abrir, su propio paquete de galletitas.

Reflexión

Cuantas veces nuestros prejuicios, nuestras decisiones apresuradas, nos hacen valorar erróneamente a las personas y cometer las peores equivocaciones. Cuántas veces la desconfianza, ya instalada en nosotros, hace que juzguemos, injustamente, a personas y situaciones y, sin tener un por qué, las encasillamos en ideas preconcebidas, muchas veces tan alejadas de la situación que se presenta.

Así, por no utilizar nuestra capacidad de autocrítica y de observación, perdemos la gracia natural de compartir y enfrentar situaciones sin juzgar, haciendo crecer en nosotros la desconfianza y la preocupación. Nos inquietamos por acontecimientos que no existen, que quizás nunca lleguemos a contemplar, y nos atormentamos con problemas que tal vez nunca ocurrirán. Dice un viejo proverbio persa: «Peleando, juzgando antes de tiempo y alterándose, no se consigue jamás lo suficiente; pero siendo justo, cediendo y observando a los demás con una simple cuota de serenidad, se consigue más de lo que se espera».

Frases para la reflexión personal

Las opiniones basadas en prejuicios terminan por lo general en estragos de violencia (Jeffrey).

Viajar es fatal para los prejuicios, la intolerancia y las mentes estrechas (Mark Twain).

Los prejuicios son una manera casi segura de alejarnos de la verdad (Wayne Dyer).

La ofrenda de la viuda: Lucas 21,1-4

Elección del rey David: 1 Samuel 16,7