Diccionario


muerte
— 1. Final del ser humano como ser biológico y como ser consciente. 2. Segunda muerte: en el Apocalipsis, final absoluto de los rebeldes contra Dios, posterior a la resurrección general de toda la humanidad.

El lugar de la muerte en el pensamiento bíblico es bastante dispar y a veces francamente paradójico. Al comenzar el relato de la creación en Génesis, da la impresión que al contrario del resto de los seres biológicos, el ser humano debía ser inmortal. El relato continúa, sin embargo, y «completa» su descripción de la creación del ser humano para incluir el dato de nuestra mortalidad.

Desde luego, la mortalidad es tan esencial para definir lo que es ser auténticamente humano, que si Jesús no hubiera muerto, nadie nos creeríamos que fue de verdad humano.

Como ha explicado Antonio González en alguno de sus escritos, la mortalidad da seriedad eterna a nuestras decisiones fundamentales acerca de la vida y acerca de Dios: con la muerte, desaparece la posibilidad de cambiar de opinión, arrepentirse, enmendar errores. La muerte nos asemeja a Dios, entonces, en que fija por toda la eternidad lo que hemos determinado, así como la voluntad de Dios es de suyo firme por toda la eternidad.

En el Antiguo Testamento habría una especie de concepto de inmortalidad bastante parecido al de la biología moderna: Confiaban en seguir viviendo en su «simiente», es decir, en su descendencia. Se llega a afirmar (en el Nuevo Testamento) que Leví presentó sacrificios a Abimelec porque cuando lo hizo Abrahán su bisabuelo, Leví estaba ya presente en «los lomos» de Abrahán. Hoy en lugar de hablar de «simiente» o «lomos», nos referiríamos al ADN de nuestras células, trasmitido de generación en generación por la reproducción biológica. En cualquier caso, con los hebreos como con la ciencia hoy, la muerte es real. Es el punto final a la existencia de cada ser humano como individuo personal. Sobrevive nuestro ADN, sí, pero nosotros desaparecemos.

Cuando Jesús —como los fariseos y cristianos en tiempos del Nuevo Testamento— hablan de resurrección, hay que entender que lo que la hace necesaria es la muerte. Hay por lo menos dos pronunciamientos de Jesús, sin embargo, que parecerían poner esto en duda: Jesús afirma que Dios dijo a Moisés «yo soy» (que no «yo fui») el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, porque Dios es Dios de vivos y no de muertos. En su parábola sobre el rico y el mendigo, por otra parte, Jesús da a entender una existencia consciente después de la muerte (y antes de la resurrección). Jesús es el Maestro, por supuesto, y lo que él dijo es incuestionable. Ahora como las parábolas son expresamente cuentos ficticios, tal vez no deba darse demasiado peso a ésta en cuanto a este particular. En cualquier caso, como Jesús y sus discípulos y apóstoles enseñaron la resurrección, está claro que él entendía la muerte biológica como muerte real.

Pablo enseña la resurrección como un evento, posterior a la muerte, por el que el individuo recupera un cuerpo biológicamente vivo —si bien con otra biología, ahora de «espíritu» y ya no de «alma». Aquí también existe la presuposición de que la muerte biológica es muerte real, terminante y final. Solamente puede invertirse o solucionarse gracias a un nuevo acto soberano del Creador: una nueva creación.

Cuando Pablo da a entender que hay un estadio superior de existencia posterior a la muerte, podría estar afirmando que a pesar de la muerte biológica hay una continuidad de existencia en otros sentidos (no biológicos). Pero esto mismo podría entenderse de igual manera sin negar la rotundidad de la muerte biológica: Desde el punto de vista subjetivo personal, el instante siguiente, a continuación de la muerte, es el instante de la resurrección. Esto explicaría también el «Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso» que le dijo Jesús al arrepentido crucificado con él. En efecto pasaríamos, subjetivamente, de la vida a la vida sin atravesar el estar muertos (porque no seríamos conscientes del tiempo transcurrido mientras estuvimos muertos). Aunque nuestros seres queridos, ¡Ay!, sí que han estado muy conscientes de ello y han llorado nuestra desaparición.

Queda todavía una «segunda muerte» al cabo del Juicio Final, donde los seres humanos rebeldes serán arrojados a lo que se describe como «un mar de fuego que nunca se apaga», junto con el diablo y sus secuaces —entre ellos la propia muerte. En la opinión de este servidor que escribe, la muerte de la muerte viene a indicar que en ese «mar de fuego eterno» lo que tenemos es la desaparición eterna. Es lo contrario a la creación. Es un acto de «descrear» que, por su carácter eterno, viene a ser lo mismo que nunca jamás haber sido creado. Satanás y sus secuaces, los seres humanos rebeldes, y la propia muerte, desaparecerán para siempre del recuerdo del universo y de la mismísima memoria de Dios. A todos los efectos prácticos, nunca han existido y por toda la eternidad nunca habrán existido.

—D.B.