Diccionario


parusía
— La «presencia» o «llegada» del Señor, un evento descrito por diferentes autores del Nuevo Testamento como culminación de la historia.

La palabra tiene dos usos en el Nuevo Testamento griego. El más normal o corriente es como cuando usamos nosotros estas palabras —presencia o llegada— para hablar de cualquier persona cuando llega. Pablo puede hablar de su propia presencia (Fil 2,12) o de la llegada de Estéfanas (1 Cor 16,17).

Había también un uso más formal o político del término, para referirse a una real visita, la llegada del rey y la presencia de la corte en la ciudad mientras durase esa visita. En Burgos es famosa la Casa del Cordón, un palacio medieval donde estaba alojada la corte de los Reyes Católicos cuando compareció Cristóbal Colón tras su segundo viaje a América. Los reyes habían llegado antes a Burgos y es de suponer que esa llegada estuvo acompañada de toda pompa y fanfarria y procesión y boato.

El Nuevo Testamento, curiosamente, no contiene la expresión «Segunda venida» para referirse a la anhelada parusía de Cristo nuestro Rey. Aunque no cabe duda de que Aquel cuya llegada esperamos es el mismo Jesús que ya conocimos en Galilea y Jerusalén, nuestros autores no enfocaban su «llegada» como algo que sucedía otra vez, una segunda vez.

Tal vez esto se deba a que tampoco existe en el Nuevo Testamento un concepto muy desarrollado de la ausencia de Cristo, exceptuando aquellas horas cuando estuvo sepultado. Después de aquello Jesús aparecía y desaparecía y en una ocasión —narrada en Hechos 1— los discípulos vieron a Jesús ascender hasta las nubes. Entonces aparecieron unos «varones» que les dijeron que así como lo habían visto ir, regresaría. Diez días después, el día de Pentecostés, fueron llenos del Espíritu Santo y como puede atestiguar cualquiera que haya experimentado algo así, la presencia de Dios es entonces tan impresionante y real, que de Cristo se puede decir cualquier cosa menos que está ausente.

Pablo podía utilizar la metáfora de Cristo como cabeza de la iglesia (y ésta como cuerpo de él) sin que ello comunicara la idea de un decapitado —la cabeza infinitamente lejos del cuerpo—. Todo lo contrario, la metáfora funcionaba porque los que oían leer sus cartas conocían perfectamente esa presencia continua del Señor resucitado en sus asambleas, que los guiaba y orientaba.

Hay sin embargo en diversos libros del Nuevo Testamento la idea de una «llegada» o presencia como algo nuevo, esperado y anhelado, algo distinto a la vida terrenal de Jesús y a la experiencia constante de Cristo en su iglesia: su parusía.

En las palabras de Jesús en el «pequeño apocalipsis» de Mateo 24-25, él habla de su parusía, la venida del Hijo del Hombre. No parece que sea algo inmediato: los discípulos quedan advertidos de que antes habrá tiempos de mucho sufrimiento y confusión —como efectivamente viene sucediendo en los siglos desde entonces—. Será tan inesperado como el diluvio en tiempos de Noé, pero el Hijo del Hombre llegará para reunir por fin a todos los suyos y traerles consolación. A estas indicaciones sobre la parusía del Hijo del Hombre, Jesús añade enseñanzas sobre el reinado de Dios. Es importante estar preparados. Y se está preparado tratando bien al prójimo y recordando que todo acto de compasión con cualquiera que sufra, es un acto de servicio al propio Jesús en la persona de los desafortunados. Jesús no lo olvidará.

En 1 Corintios 15 la parusía viene asociada a la resurrección. Jesús ha resucitado primero, pero con su parusía resucitarán todos «los que están en Cristo». Estos tienen en común con Adán la muerte, pero en común con Cristo la resurrección.

Pero donde más se explaya Pablo sobre la parusía es en las dos cartas a los Tesalonicenses. En la primera, repite más o menos lo que vimos en Mateo: aguardamos con ardiente esperanza e impaciencia esta llegada, donde nos reuniremos todos a su alrededor —los que hayan muerto también, ahora resucitados— para recibir consolación y recompensa. (Pablo confía que recompensa y no reproches, depende de cómo vivamos hoy.) En 2 Tesalonicenses, sin embargo, como en Santiago, 2 Pedro y 1 Juan, los apóstoles parecen tener que contrarrestar una cierta impaciencia —hasta cansancio con la espera— que empieza a hacer mella entre los creyentes.

Es importante, entonces, no desesperar jamás de alcanzar a ver ese mundo de perfección, paz y armonía que llegará con la parusía de Cristo. Que esa visión nos sirva de acicate, como esperanza de un premio magnífico que tarde o temprano hemos de vivir. Entre tanto, lo nuestro es aplicarnos ahora y en esta vida presente e imperfecta, toda la sabia instrucción del Señor sobre la conducta que agrada a Dios y bendice al prójimo.