Diccionario

Reforma, la — La Reforma, escrito así con artículo determinado y mayúscula, se entiende generalmente entre los cristianos evangélicos o protestantes, como referencia a lo que fue, propiamente, «la reforma protestante» del siglo XVI, que tuvo su inicio e inspiración en la figura de Martín Lutero, un fraile agustino.

La religión cristiana ha sufrido diferentes procesos de estancamiento, retroceso, y posterior reforma o reformulación entre grupos que por lo general se han desvinculado de la mayoría de sus correligionarios. En Europa occidental hubo en el siglo XVI tres reformas notables, que supusieron la división del cristianismo occidental en diferentes tradiciones que conservan su identidad diferenciada hasta hoy:

La reforma más mayoritaria fue la reforma católica, que los protestantes o evangélicos tildan de «contrarreforma». Tuvo su centro en el Concilio de Trento, que reunido entre los años 1545 y 1563, sentenció una larga lista de aclaraciones doctrinales, mejoras en la organización de la iglesia, depuraciones en lo moral, y revitalización misionera.

La reforma más minoritaria fue la reforma radical, o «anabaptismo», que aunque durante el siglo XVI tuvo seguimiento en amplios segmentos de la sociedad centroeuropea, sin embargo fue aplastada sin misericordia dejando para la posteridad pequeñas comunidades diseminadas en los escasos lugares donde pudieron alcanzar tolerancia a cambio de abandonar su empeño misionero o evangelizador.

«La Reforma», es decir la reforma protestante, empezó en el principado alemán de Sajonia, donde Martín Lutero era profesor de teología en la Universidad de Wittenberg, y se difundió rápidamente entre diferentes principados alemanes y hasta penetrar en Dinamarca y Suecia, Holanda, Inglaterra, algunos cantones suizos y algunas regiones de Francia.

Como toda figura importante o fundadora en la religión, Lutero había tenido intensísimas experiencias religiosas. En su juventud el miedo al castigo divino provocó su ingreso a la orden de frailes agustinos. Y sin embargo nada, ni la confesión ni la penitencia ni las peregrinaciones, le daba el sosiego interior de saberse perdonado por Dios. Por fin, estudiando el libro de Romanos, descubrió en Pablo el concepto de la Gracia de Dios como motivo necesario y suficiente para el perdón de Dios y la reconciliación con Dios. Esto transformó radicalmente su estado de ánimo interior y su forma de entender y enseñar la teología cristiana.

Por aquella época el Papa, buscando recaudar fondos para construir lo que es hoy la monumental Basílica de San Pedro en Roma, promovió la venta de «indulgencias», con las que se pretendía que a cambio de donaciones de dinero, la gente podía obtener el perdón de todos sus pecados, y hasta de los pecados de sus seres queridos ya difuntos. Lutero aborreció esto como desviación espantosa de la verdad cristiana que él había redescubierto: el perdón gratuito de Dios. Otros muchos adoptaron el rechazo abanderado por Lutero, por considerar que el Papa estaba esquilmando a los pobres ignorantes y crédulos alemanes, para enriquecer a Roma y a los territorios papales en Italia.

Estimulados por las ideas de Lutero, que hallaron amplia difusión, fueron surgiendo otros muchos reformadores más o menos locales o nacionales, tanto dentro de los diversos principados alemanes como en otros países. Tal vez el más influyente junto con Lutero fue Juan Calvino, por su obra monumental La institución de la religión cristiana, que él fue ampliando en ediciones sucesivas. La base de operaciones de Calvino fue Ginebra, en Suiza; pero su mayor influencia permanente fue en Holanda, y a la postre en Escocia.

Si la particularidad del pensamiento de Lutero se puede tipificar por su redescubrimiento de la gracia de Dios, la de Calvino fue su noción de la soberanía absoluta de Dios. Calvino llegó a concluir que la salvación y condenación de las almas eternas viene predeterminada o «predestinada», y que nada que el ser humano haga, piense o decida, puede cambiar el destino eterno de su alma decidido de antemano por Dios.

En Inglaterra la Reforma tomó su propio camino, impulsada por la corona como rebeldía contra el poder papal. Exteriormente mantenía grandísima continuidad con el catolicismo —exceptuando la adopción del inglés para sus ritos, en lugar del latín— pero fue incorporando elementos del luteranismo y el calvinismo protestantes.

La Reforma tuvo su expresión preferente como religión estatal, un defecto que heredó del cristianismo medieval, que a su vez lo había heredado de la iglesia imperial romana. Los monarcas católicos y protestantes determinaban la religión de sus súbditos, que se «convertían» en protestantes por el sencillo expediente de que su soberano viese políticamente conveniente adoptar el luteranismo o calvinismo.

Como se comprenderá, la Reforma dejó muchísimas cosas sin reformar. La fe evangélica de hoy debe tanto, o más, a la «reforma radical» anabaptista y a otra multitud de reformas posteriores al siglo XVI, que derivaron en la multitud de «denominaciones» cristianas que existen hoy.