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alma — En la antigüedad cristiana fue tema de debate intenso, de ánimos exaltados, la cuestión de si es que las mujeres tienen alma. Al final, parece ser, venció la opinión de que sí. Por lo menos no me consta que hoy día nadie defienda ya lo contrario.

El alma es algo que todo el mundo sabemos lo que es pero no solemos detenernos a considerar en qué consiste. Desde que aprendimos a hablar venimos oyendo y empleando esa palabra, «alma», como si supiésemos de qué se trata. Pero, ¿qué es, exactamente?

Ese debate de otra era sobre el alma y las mujeres se ha trasladado, tal vez, aunque desde luego con menor intensidad y exaltación, a si es que tienen alma los animales. No es un absurdo. La palabra «animal» viene de la forma antigua de pronunciar y escribir «alma», que se decía «ánima». Los seres animales —hoy tal vez diríamos «animados»— eran aquellos que tienen aliento y movimiento de propia voluntad, cosa que no tienen las plantas ni las cosas inertes como piedras y metales.

Nuestra palabra castellana «alma» suele aparecer donde en el texto bíblico pone en griego psyché (o «psique»). Esto explica, por ejemplo, los siguientes versículos de 1 Corintios 15, en la versión Reina-Valera:

44 Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual. 45 Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. 46 Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual.

Hoy entenderíamos mejor si donde Reina y Valera pusieron «cuerpo animal» pusiéramos «cuerpo psíquico» como lo contrario a «cuerpo espiritual». (Entonces el primer Adán tendría que ser «una psique viviente».) Pero esto nos genera sus propios problemas de comprensión. Cuando hoy día entendemos que tanto lo psíquico como lo espiritual vienen a ser realidades que son todo lo contrario a lo material, como abstracciones de lo interior, mental, invisible, imposible de localizar en ningún lugar concreto del cuerpo, ¿qué vendrían a ser esos cuerpos psíquicos y espirituales? ¿Y qué quiere decir Pablo al distinguir entre unos y otros?

El estudio moderno de la psique humana, esa interioridad de la persona que fija nuestros deseos, impulsos, amores y odios absolutamente personales, nos permite sin embargo seguir contrastando a quien vive impulsado solamente por ello, frente a quienes se dejan gobernar por otro tipo de interioridad inspirada más directamente por estar en comunión con Dios. Aunque supongo que a cualquier psicólogo que se precie, esto último le tiene que parecer disparatado. Al final, por mucho que uno crea en la existencia de Dios y en la capacidad de relacionarse con Dios, desde el punto de vista puramente psicológico supongo que seguimos hablando de la propia interioridad humana, la psique. Yo creo en Dios, por supuesto, y me sé en relación con Dios. Pero si me está tratando un psiquiatra, no tiene porqué él o ella pensar que haya en mi esencia personal nada propiamente «espiritual», que falta en sus demás pacientes y que por eso me distingue de todos ellos.

Entonces yo, como cristiano, y cualquier persona atea que me conozca, estamos destinados a no entendernos cuando hablo de la posibilidad de ser espiritual y no solamente «almal» o psíquico. Emplearíamos ambos la lengua castellana, pero como si fueran idiomas diferentes. Esto no sucedía en el entorno grecorromano en que escribía el apóstol Pablo. Todo el mundo podía entenderle y todo el mundo, por paganos que fuesen, sabían a qué se refería. Esa era la civilización de entonces y eran formas de pensar comúnmente aceptadas entonces. Pero desde entonces han pasado dos mil años y lo que antes todo el mundo entendía, hoy solo piensan entenderlo unos pocos.

Aunque a ver si lo que piensan entender es de verdad lo que se entendía en tiempos de los apóstoles. Tal vez nos engañamos cuando pensamos estar entendiendo. Desde luego, quien habla de «salvar almas» como si fuese algo independiente de la totalidad del ser humano —con cuerpo y todo, por supuesto— probablemente se equivoca. Quien habla de almas inmortales y eternas tiene difícil, por ejemplo, explicar por qué Pablo está tan convencido de que sin resurrección del cuerpo material nuestra fe es vana y carece de sentido (1 Co 15,13-19). Los autores del Nuevo Testamento parecen estar pensando que cuerpo y alma —cuerpo y psique— son inseparables, y que si se pueden distinguir, sería en todo caso como diferentes aspectos de una misma realidad que constituye en sí, toda ella, la persona humana.

Jesús no vino a rescatar almas, o mejor dicho, no habría sido capaz de concebir de esa idea como algo diferente a la llegada del Reinado de Dios como algo que nos afecta enteros: cuerpo, alma (psique), relaciones sociales, realidades cívicas, todo aquello que hace de nosotros seres propiamente humanos.

—D.B.