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Nº 109
Marzo 2012

llaves

Archivo histórico
Las llaves para atar y desatar
por Menno Simons (1558)

[Menno tuvo que ocuparse mucho más que lo que hubiera preferido, con la cuestión de la disciplina interna de las comunidades de anabaptistas.  Como se observará en los párrafos a continuación, Menno intenta hilar fino para no dejar pasar con manga ancha conductas y actitudes que demostraban claramente una falta de sinceridad o radicalismo en el seguimiento de Jesús.  Las comunidades anabaptistas debían ser un pueblo de santidad, un pueblo auténticamente convertido por el evangelio; todo lo contrario de la iglesia tradicional de toda Europa, donde desde los obispos hasta el último ladrón y asesino presumían de «cristianos» a la vez que se dedicaban sin disimulo al pecado y la maldad.

Pero Menno descubrió que en el empeño por ser comunidades de santidad, se acababa juzgando a la ligera, se cultivaba un espíritu legalista, las enemistades personales derivaban en juicio y condenación de las personas, apartándolas de la comunión por trivialidades.

A pesar del cuidado y esmerado equilibrio con que Menno escribió sobre la disciplina en la comunidad cristiana, la tradición menonita pecó durante siglos de legalismo e intolerancia, por una parte; y por otra parte, las autoridades de la iglesia abusaron de la excomunión para saldar cuentas con sus enemigos o con presuntos rebeldes contra Dios que sólo se rebelaban contra el autoritarismo de los hombres.  Y a pesar del equilibrio de los escritos de Menno, el péndulo hoy día hace el recorrido inverso, donde es casi imposible pensar en casos de disciplina interna en nuestras comunidades por temor a emitir juicios ni entremeterse en la libertad de conciencia del individuo.

El tema nunca ha quedado zanjado y probablemente jamás se consiga zanjar.  Por eso mismo sigue mereciendo nuestra atención.

Por último como se verá, el estilo con que escribe Menno delata su escritura hace cinco siglos y dificulta su lectura.  Menno amontona sinónimos y matices hasta tal extremo que es fácil acabar perdiendo el hilo de lo que quiere decir.  (Confieso que esa verborragia me provoca cierta hilaridad.)  Sin embargo lo que quiere decir no deja de tener interés.  —Dionisio Byler]

Hermanos escogidos en el Señor, por cuanto he visto tanto error y confusión en mis días sobre este punto, algunos en mi humilde opinión demasiado rigurosos pero otros demasiado tolerantes, por cual motivo nuestro pueblo ¡Ay! ha padecido mucho; […] impulsado por el amor ofrezco unos pocos comentarios sobre las llaves y su uso correcto, en lo tocante a la excomunión. […]

Ha de observarse en primer lugar, que existen dos llaves celestes, a saber, la llave para atar y la llave para desatar; por cuanto el Señor dijo a Pedro: «Te daré las llaves del reino del cielo y todo aquello que ates en la tierra quedará atado en el cielo; y todo aquello que desates en la tierra quedará desatado en el cielo» (Mt 16,19).  En otra oportunidad después de su resurrección de los muertos, habló de manera similar a sus discípulos: «Recibid el Espíritu Santo; a todo aquel cuyos pecados perdonáis, le serán perdonados; y a todo aquel cuyos pecados retenéis, le serán retenidos» (Jn 10,22-23).

En segundo lugar, hemos de observar que la llave para atar no es otra cosa que la Palabra y justicia de Dios: esa Ley del Señor que dirige, manda, advierte, aterra y condena, por la cual todos caen bajo maldición, pecado, muerte y la ira de Dios; todos los que no reciben a Cristo por la fe, que es el único y eterno medio para alcanzar la gracia; todos los que no oyen su voz ni siguen y obedecen su voluntad.

Luego hemos de observar que la llave para desatar es la Palabra de gracia que alegra y contenta abundantemente, el Evangelio de la paz que trae perdón, consolación y liberación,  mediante el cual los que con corazones renacidos, nuevos, convertidos, confiados, felices y creyentes han sido liberados de la maldición, el pecado, la muerte y la ira de Dios, recibiendo a Cristo y su Palabra con poder y con una firme confianza en su sangre inocente y muerte; quienes le temen, aman, escuchan, siguen y obedecen.

En tercer lugar, obsérvese que esta llave de Cristo para atar se entrega a sus siervos y pueblo para que con ella puedan declarar en el poder de su Espíritu a todo corazón mundanal, carnal, terco e impenitente la grandeza de sus pecados, injusticia, ceguera y perversión, así como la ira de Dios, su juicio, castigo, infierno y muerte eterna, para sí aplastar ante Dios, aterrar, humillar, pulverizar y conseguir que se sientan tristes, inquietos, de corazón compungido, pequeños en su propia opinión.  Por consiguiente es comparable en su poder y virtud a la vara del opresor, a un martillo duro, el viento del Norte, un cántico lúgubre o un vino puro, desinfectante.

Ante esto nos es dada la llave de desatar con el fin de que con ella los siervos y el pueblo de Dios puedan dirigir esos corazones contritos, acongojados, afligidos, tristes y rotos (quienes por virtud de la otra llave ahora sienten y ven sus llagas hondas y mortales por medio de la serpiente de bronce) al trono de la gracia; a la fuente abierta de David; al Sumo Sacerdote compasivo, nuestro único y eterno sacrificio de propiciación, Cristo Jesús; y así curar sus laceraciones y llagas y las heridas venenosas de la serpiente infernal.  Por consiguiente es comparable en pertinencia al alivio de la rama de olivo de la paloma de Noé; el bálsamo de Galaad, la voz de la tórtola, el suspiro del viento del Sur, la flauta alegre, el aroma dulce de la unción.

En cuarto lugar, obsérvese que estas llaves nos son dadas desde el cielo por Aquel que creó los cielos y la tierra y el mar y toda su plenitud, el poder eterno, Palabra y sabiduría del Padre Todopoderoso; el Rey de toda gloria, nuestro uno y eterno Redentor, Intercesor, Novio, Profeta y Maestro, Jesucristo.  Por consiguiente hacemos bien en temer y temblar con respecto a esta exclusión, no sea que caigamos bajo la influencia de carne y sangre, odio o amor, favor o rechazo, enemistad o amistad, contienda, disensión o parcialismo en lugar del temor del Señor, conforme al honesto mandamiento celeste, Palabra y voluntad de nuestro Salvador, con una conciencia recta y buena sin acepción de personas.  Porque sin lugar a duda son llaves preciosas por cuanto nos han sido dadas desde el cielo por un Amigo tan valioso.  ¡Ah!, guardad esto en el corazón.

En quinto lugar, hemos de observar que estas llaves sólo se entregan a los que están ungidos por el Espíritu Santo, como dijo Cristo: «Recibid el Espíritu Santo».  Por consiguiente es evidente que hemos de ser un pueblo de fe, un pueblo fiel, penitente, santificado, sobrio, casto, humilde, recto, amable, obediente, devoto, pacífico y espiritual.  Observad: un pueblo renacido, que se sienta junto a los apóstoles en la silla del juicio y juntamente con ellos pronuncia el juicio justo del Señor contra todos los pecadores impíos y duros de cerviz, para enseñar, amonestar, advertir, castigar y con poder real juzgar o atar mediante la Palabra del Espíritu del Señor a los pecadores incrédulos, impenitentes, mundanos, borrachos, adúlteros, inmorales, altivos, engreídos, malignos, perversos, desobedientes, contenciosos y carnales. […]

Por consiguiente temed a Dios y sabed cómo y qué es lo que juzgáis.  Porque si alguien osara hacer que una persona que merece la exclusión, tal como un fornicador, borracho o cualquier transgresor carnal, sienta la fuerza de la exclusión mientras que él mismo resulta ser iracundo, avaro, altivo, engreído, orgulloso, ambicioso, sensual, mentiroso, contencioso, impuro, envidioso o falso, y persiste secretamente en su maldad, entonces según Pablo solamente estaría juzgando a su propia alma, por cuanto dice: «No tienes excusa, oh hombre, quienquiera que seas, porque al juzgar a otro a ti mismo te juzgas» (Ro 2,1). […]

En sexto lugar, ha de observarse que estas llaves no deben emplearse, salvo en el nombre de Aquel que nos las encomendó y por el poder de él, es decir, con el Espíritu y la Palabra, por cuanto solamente él es el Rey y Príncipe de su iglesia, el Pastor, Maestro y Dueño de nuestras almas, ante cuyo cetro hemos de inclinarnos y cuya voz hemos de escuchar si deseamos ser salvos, como ya se ha oído.

Sabiendo que él es a la vez Gobernante y Dador en esta cuestión, y que tanto el atar como el desatar está en sus manos y por consiguiente ha de hacerse en su nombre, solamente con su Espíritu y Palabra, como ya se ha dicho; por consiguiente hemos de cuidarnos, no sea que desatemos por nuestra incauta voluntad propia o valentía aquellos que él mismo ha atado en el cielo, o atemos aquellos que él mismo ha desatado en el cielo […].

En cuanto a la llave para atar (y ésta es nuestra exclusión evangélica), queda suficientemente claro que cuando un fornicador o adúltero desfachatado haya sido condenado por medio de dos o tres testigos, o se traiga ante la congregación un pervertido sexual o un idólatra o un borracho o una persona avara o perversa o contenciosa o testaruda, un impenitente, parásito holgazán o blasfemo, ladrón, atracador o asesino, tienen el juicio de las Escrituras por medio de las cuales podemos expulsarlo y anunciarle por el Espíritu de Cristo que ha dejado de ser un miembro del cuerpo de Cristo y se ha enajenado de la promesa y que morirá la muerte eterna habiendo roto con el reino de la gracia.  Es decir que su porción y destino último, a no ser que se arrepienta con sinceridad, será arder en el lago de fuego, el infierno y el diablo.  Por cuanto sus obras manifiestan claramente que pertenece al maligno.

He aquí que es sobre los tales que tiene jurisdicción la primera llave.  Por cuanto el juicio justo de Dios y su Palabra firme, de obligado cumplimiento, rige para ellos ya que han abandonado a Cristo, despreciando su pacto sagrado y Palabra, al vivir conforme a la carne y causar disensión y contienda, romper el vínculo de amor, dividir a los fieles, generar desasosiego en corazones tranquilos y apacibles, y dar lugar a ofensas e injurias, como sabemos por experiencia frecuente […].  ¡Ay de mí, qué duro es el golpe que recibe de Dios!  El pueblo de Dios lo ata con esta llave terrible, castigado por su Espíritu de justicia mediante tan horrendo anuncio.  ¡Oh Padre, concede tu gracia!

Y lo mismo se puede decir en cuanto a la llave de desatar y su empleo contra esta exclusión.  Porque si un mísero pecador excomulgado se humilla ante su Dios, roto de corazón ante él con tristeza, gemidos y llanto amargo; si se entristece de corazón por sus pecados y tiene un sincero deseo de la Verdad, aborreciendo las sendas malvadas de los impíos para andar otra vez en las sendas de los fieles; en pocas palabras, si se comporta en su vida entera de tal manera que es imposible dudar que el Espíritu del Señor lo ha ungido y recibido por su gracia, y si desea vivir unido al pueblo del Señor, en ese caso tenemos la Palabra alentadora de la promesa por la que podemos traerle una vez más al altar del Señor, rociarle con el hisopo espiritual de Dios, declararle la gracia de Cristo y así recibirlo una vez más como amado hermano en Cristo Jesús y saludarle con el beso de su santa paz.  Porque el Señor, así dijo el profeta, no desea la muerte de los perversos, sino que se arrepientan y vivan.

Por cuanto según se ve en todo esto, es seguro que es solamente Jesucristo quien tiene las llaves de David, que abre el cielo para los auténticamente penitentes, que desata el nudo de la injusticia y perdona sus pecados; y que por otra parte es él quien cierra el cielo contra los pecadores impenitentes y carnales, los ata en su juicio y retiene sus pecados.  Porque nosotros no hacemos nada más que anunciar; somos siervos y mensajeros en estas cuestiones, incapaces de alargarlas ni acortarlas, ensancharlas ni estrecharlas más allá de lo que nos enseña el Espíritu y manda su Palabra, como se ha explicado.  Por consiguiente yerran mucho —también contra Dios— los que piensan que pueden perdonar o no los pecados del hombre.  También yerran gravemente las mentes imprudentes y necias que se atreven a expulsar o excluir una persona por motivos carnales, por odio o amargura y no con pureza por virtud solamente del Espíritu y la Palabra de Cristo; o que al contrario, se atreven a guardarle impulsados por el afecto natural, la amistad o parcialidad contra la Palabra de Dios, atreviéndose a reconfortarle con falta de claridad respecto a sus pecados, excusándoselos.  Porque al actuar así siguen el ejemplo de los falsos profetas, fortaleciendo la impiedad por cuanto al guardar a éstos tienen la apariencia de estarles concediendo la vida a pesar de que es imposible que vivan si no se arrepienten.  ¡Ay, hermanos, tened cuidado!

Por consiguiente, hermanos y hermanas, en el amor de Cristo, es mi deseo que todos y cada uno recibáis esta advertencia en Dios, para que nadie presuma en esta cuestión tan sustancial e importante y divina, añadir ni quitar, ser más severo o menos, que lo que exigen la Palabra y el Espíritu, ya sea para atar con la primera llave de justicia para muerte eterna, ya sea para desatar con la segunda llave de gracia para vida eterna; no sea que juzgando aparte de la Escritura alguien ofenda a Dios y al prójimo, por lo cual sería reo del ángel del abismo para castigo de su presunción.  ¡Observad esto!

— Menno Simons, de su Instrucción sobre la excomunión (1558), traducido por D.B. para El Mensajero, de la versión en inglés: The Complete Writings of Menno Simons (Scottdale: Mennonite Publishing House, 1956), pp. 988-993.

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