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  Nº 125
Septiembre 2013
 
  Las instalaciones no deberían limitar nuestras posibilidades
Más que un edificio

por Tim Huber, para Mennonite World Review

Tenerife

¿Qué es lo que necesita una iglesia? No una torre. No bandejas forradas en que recoger la ofrenda. No un aparcamiento. No un edificio. No una denominación. Ni siquiera un pastor. Todo esto son inventos terrenales.

Una iglesia solamente necesita a Dios y pueblo. Según Mt 18,20, basta con dos o tres.

Sin embargo a veces se juntan más de dos o tres para decidir si embarcarse en un ministerio nuevo (o una iglesia nueva), y entonces se empiezan a acumular las excusas: ¡Ay, si tuviésemos mejor edificio! ¡Si tuviésemos mayor presupuesto y mejores ingresos! ¡Si tuviésemos… algo más!

En la Iglesia Evangélica Manantial de Vida, de las Islas Canarias, Juan Ferreira tenía una pequeña empresa constructora que operaba desde un garaje. Cambió ese trabajo y ese espacio por una iglesia. En unos dos años, las veinte personas que asistieron al primer culto se triplicaron y abrieron una segunda iglesia.

Algunos de los asistentes no tienen cómo llegar, así que alguien con un vehículo va a buscarlos. Las necesidades —tanto de la iglesia como de la comunidad alrededor— no se ven como limitaciones sino como oportunidades para la creatividad de la iglesia para involucrarse en las vidas de las personas.

Tal vez lo que frena algunas iglesias de tomar pasos es algo más que la falta de instalaciones. La inacción puede tomar la forma de un deseo de encajonar a Dios en un edificio con forma de iglesia.

Más que estorbo, aquellas iglesias que fundaron Bernabé y Pablo puede que hasta se beneficiaran de tener que operar bajo un régimen opresor, multiplicándose sin la ayuda de comités para la construcción de edificios, campañas de recaudación e hipotecas bancarias. La iglesia sucedía en las casas y cuando se recogían ofrendas, era para la ayuda mutua.

Muchas iglesias caseras funcionan así hoy día, aunque una iglesia casera —conocidas también como iglesias orgánicas— tampoco deberían ser un fin en sí mismas. En este caso, el concepto sirve sencillamente como un ejemplo de que hay que centrarse en el cuerpo, no en un edificio.

Marta, dedicada al trabajo necesario allá en la cocina, se resintió con la haragana de su hermana María. Marta había abierto su casa a Cristo y sus discípulos y había mucho que hacer.

En aquel entonces la comida no se preparaba sola, lo mismo que el salón de una iglesia hoy día no se limpia solo después de que lo hayan usado los jóvenes para alguna actividad. Marta se mostró incrédula, exigiendo que Jesús le dijera a María que tenía que hacer como toda buena mujer y trabajar en la cocina.

—Marta, Marta —contestó el Señor—, estás preocupada y alterada por muchas cosas, pero son pocas las necesarias (o tal vez sólo una). María ha escogido lo que es mejor y eso no le será quitado (Lucas 10,41-42).

Hay mucho que hacer, a veces, sólo para asegurar que las puertas sigan abiertas. Pero María había pillado la onda: La meta tiene que ser el reino del cielo, no ninguna manifestación terrenal.

Así las cosas, no hay nada que nos impida abrir una iglesia en un garaje.

 
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