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¿Qué significa ser «hermanos en Cristo»?
por Antonio González

Tomo aquí la expresión «hermanos en Cristo», no como referida a una denominación cristiana, sino en su sentido bíblico originario: los cristianos somos «hermanos en Cristo» (Col 1,2). Ver la iglesia como una fraternidad en Cristo nos expone a una concepción radical de la iglesia, muy distinta de la que se forja en distintos moldes culturales.

Sin duda, cada cultura tiende a organizar la iglesia de acuerdo a ciertos patrones derivados de su contexto. En la cultura anglosajona, la iglesia es vista como un club en el que se realizan diversas actividades, coordinadas por el pastor. En la cultura española y latinoamericana, la iglesia se forma a veces en torno a la personalidad del pastor, quien asume la autoridad de un verdadero «caudillo». Otras culturas favorecerán por ejemplo el rigor litúrgico, o más recientemente, el capitalismo favorece la comprensión de la iglesia como una verdadera empresa, cuyo valor se mide por sus números. Todas estas concepciones de la iglesia tendrán que ser revisadas, y relativizadas, desde una comprensión bíblica de la iglesia, que nos habla de un grupo de hermanas y hermanos en Cristo.

  Ante todo, ser hermanos en Cristo es una gracia. No es algo que nosotros hayamos logrado, conseguido, ni siquiera pensado. Es un regalo de Dios.

¿Qué significa ser hermanos en Cristo? La carta de Pablo a Filemón, ese pequeño documento del Nuevo Testamento, nos da algunas claves esenciales. Se trata de un documento precioso. Onésimo, un esclavo de Filemón, ha huido de su amo, quien era cristiano. Pero Onésimo ha conocido a Pablo, y ha llegado a ser también cristiano. Ahora Pablo envía a Onésimo de vuelta con su amo, acompañado de una carta de recomendación. Es la carta a Filemón. En ella, Pablo le pide a su amigo Filemón que reciba a Onésimo como a un hermano. Y por ello esta carta está llena de indicaciones sobre lo que significa ser hermanos en Cristo.

Ante todo, ser hermanos en Cristo es una gracia (vv. 3 y 25). No es algo que nosotros hayamos logrado, conseguido, ni siquiera pensado. Es un regalo de Dios. Y este regalo de Dios entraña la «paz» (v. 3). Ser hermanos en Cristo significa que, al ser cristianos, nos adherimos a una fraternidad que rompe las fronteras culturales, étnicas, y nacionales, uniendo en un cuerpo a personas de distintas procedencias. Los antiguos enemigos pasan a ser ahora hermanos (Ef 2,13-15). De ahí que la verdadera iglesia cristiana nunca pueda apoyar las aventuras militares de unos pueblos contra otros: ella es una nueva realidad, compuesta de personas de toda raza, pueblo y nación.

Somos hermanos porque, en esa familia, todos tenemos un mismo Padre y un mismo Señor, que es Jesús el Mesías (v. 3), nuestro hermano mayor. En esa unidad, ser hermanos significa ser «colaboradores» (vv. 1 y 24). Cuando Pablo miraba a las iglesias, no veía meras «ovejitas», sino grupos de colaboradores. Su mismo trabajo era un trabajo en equipo. De hecho, si miramos al comienzo de muchas de las cartas que llamamos «de Pablo», veremos que no son solamente de Pablo, sino que casi todas ellas tienen la firma de sus colaboradores (1 Ts, 2 Ts, Col, Fil, 1 Cor, 2 Cor, Flm, etc.).

Además de ser colaborador, ser hermano significa ser «compañero de milicia» (v. 2). Literalmente, «co-soldado» (systratiotes). Esto nos da una idea importante de la perspectiva en la que se mueve la iglesia cristiana. Cuando los cristianos son carnales, pelean entre ellos (1 Co 3,3). Cuando los cristianos son espirituales, su lucha ya no es contra personas, sino que tienen un enemigo común: los principados y las potestades de maldad (Ef 6,12). Entender la iglesia como una fraternidad en Cristo significa vernos como un conjunto de soldados luchando contra un mismo enemigo, y necesitando el apoyo de los demás en una misma lucha.

Otra característica de los hermanos en Cristo es que son «compañeros» (v. 17). Se trata de una expresión griega (koinonos) que también podría traducirse como «socios». La idea que está detrás es la de tener algo en común. De hecho, el cristianismo primitivo, hasta el siglo IV, se caracterizó por un compartir intenso de los bienes, tal como vemos en los capítulos 2 y 4 de los Hechos. El razonamiento detrás de la carta de Filemón es justamente éste: si Onésimo, el antiguo esclavo de Filemón, es ahora hermano de Pablo, inevitablemente tiene que ser también hermano de Filemón, porque ambos son socios. Antes Onésimo era inútil para Filemón (un juego de palabras, porque Onésimo significa útil), pero ahora es útil tanto para Pablo como para Filemón (v. 11), como compañeros que son.

 

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Otra característica de los hermanos en Cristo es que son «compañeros», o «socios». La idea que está detrás es la de tener algo en común. De hecho, el cristianismo primitivo se caracterizó por un compartir intenso de los bienes.

Todo esto se puede plantear porque el cristianismo de Pablo, Onésimo, y Filemón no es todavía una religiosidad imperial, organizada en templos, sino que tiene su centro principal en las casas (v. 2). Como es sabido, toda la pedagogía de Dios en el Antiguo Testamento va dirigida a la concentración del culto en un solo templo válido: el templo de Jerusalén (Dt 12). Pero con Jesús, ese templo es sustituido por el templo de su cuerpo (Jn 2,19). Un cuerpo que son los mismos creyentes, unidos en fraternidad, y no los edificios de piedra. Como Jesús había desarrollado su actividad en las casas de Galilea, también el cristianismo originario se organizaba en casas.

Esta nueva fraternidad incluye otras actividades concretas. Ser hermanos significa dar gracias unos por otros, hacer memoria unos de otros, orar unos por otros (v. 4). De hecho, la oración de Pablo, más que en quejas o en meras peticiones, constaba preferentemente de acciones de gracias (Flp 4,6). Y esto significa pensar en todo lo bueno, en lugar de pensar en lo malo (Flp 4,8). Precisamente por ello, ser hermanos en Cristo significa estar pendiente de todas esas noticias buenas sobre el amor y la fe de nuestros hermanos (v. 5).

Hay algo interesante en este amor y esta fe que Pablo alaba en Filemón. Filemón tendría amor y fe hacia el Señor Jesús y para con todos los creyentes (v. 5). Entendemos lo que es tener amor a Jesús y a los creyentes. Entendemos también lo que es tener fe en Jesús. Pero la frase de Pablo parece indicar que la fe de Filemón se dirige también hacia los creyentes. ¿Qué significa esto? En realidad, la palabra griega que traducimos por «fe» (pístis) se puede dirigir no sólo a Dios, sino también hacia las personas. En esos casos, se podría traducir por «confianza» o «lealtad». Desde este punto de vista, podemos decir también que ser hermanos en Cristo significa tener relaciones leales, en las que es posible la confianza mutua.

Por eso, ser hermanos en Cristo no es una pesada carga, sino a lo sumo una carga ligera (Mt 11,30). De ahí que la fraternidad en Cristo produzca gozo y consolación (v. 7). No sólo esto. Ser hermano en Cristo no sólo significa haber recibido un regalo, sino que uno mismo se convierte en regalo para los demás. Pablo le dice a Filemón: «espero que por vuestras oraciones os sea concedido» (v. 22). Los cristianos se convierten en regalos los unos para los otros.

Tal vez el resumen, y a la vez el momento central, de la carta a Filemón, lo encontramos en los versículos 15 y 16. Allí Pablo afirma que Onésimo ya no va a ser recibido como esclavo, sino como hermano amado. Pero Pablo dice que ser hermano amado significa ser «más que esclavo» (v. 16). Literalmente dice «súper esclavo» (hypèr doûlon). Ser hermano en Cristo no es algo ajeno a la esclavitud, o al servicio, sino precisamente hacernos siervos los unos de los otros. Es lo que Jesús enseñó y practicó de una forma radical, no sólo lavando los pies a sus discípulos, sino muriendo una muerte de esclavo (Lc 22,25-26; Jn 13,34-35: Flp 2).

Y esto significa entonces que también Filemón va a ser siervo de Onésimo. Y lo será «tanto en la carne como en el Señor» (v. 15). Frente a todo intento de espiritualizar el cristianismo, la carta a Filemón entiende que la fraternidad es algo real, que afecta a la carne. Cuántas veces algunos dicen: «Éste es hermano mío, pero no carnal, sino espiritual». Y con eso lo que quieren decir es que, en realidad, no son hermanos. Sin embargo, ser hermanos en Cristo significa ser hermanos en la carne, precisamente porque los vínculos que se constituyen en el Señor son más reales y fuertes que los vínculos de la carne.

¿Cómo es esto posible? Como todas las realidades espirituales, su eficacia pende de nuestra fe. Por eso la fe de Filemón, y la comunión o participación (koinonía) que se deriva de esa fe, se hacen eficaces precisamente por el conocimiento de todo el bien que está en nosotros y que nos dirige a Cristo (v. 6). Éste es el deseo de Pablo para Filemón: una fe eficaz, y que es eficaz porque conoce todo lo que ha recibido de Cristo, incluso antes de verlo.