prisión

Parábolas para un mundo que vive a corto plazo (VI)
La práctica del perdón
por José Luis Suárez

La historia de este artículo sobre la práctica del perdón es una historia verídica, qué el psicoterapeuta Jack Kornfield nos relata en su libro " Una lámpara en la oscuridad ".

Algunas consideraciones cuanto a la necesidad de contar y oír historias reales

La mayor parte de las religiones tiene su origen en una serie de historias incrustadas en canciones, sagas, ritos y repeticiones. Las historias han sido siempre importantes vehículos de expresión de testimonios: «Esto es lo que me ha sucedido a mí».

A través de los relatos personales podemos descubrir acontecimientos que nos parece imposible que ocurran. Al leerlas podemos tomar conciencia que lo vivido por la persona que nos cuenta su experiencia puede ser también posible para nosotros.

Cuando leemos un libro o valoramos un pensamiento, sólo lo hacemos con la cabeza; y esto limita lo que podemos recoger de lo que estamos leyendo. Pero cuando escuchamos una historia, no podemos recogerla sólo con el pensamiento, porque la historia toca las fibras más sensibles de nuestra personalidad. Nos pone en contacto con un hechos y no con un pensamiento. Nos recuerda que la fe es testimonio, no ciencia y por tanto nos invita a aventurarnos en el camino de la experiencia y no quedarnos en el pensamiento.

La práctica del perdón

Un joven de catorce años de edad quería ingresar en una banda juvenil. Para iniciarse en la banda, disparó a otro adolescente de su misma edad. Seguidamente fue detenido y arrestado por asesinato. Después de un tiempo fue llevado a juicio. Justo antes de ser condenado, la madre del joven asesinado se puso en pie en la sala, le miró directamente a los ojos y le dijo:

—Te mataré .

A continuación el joven fue enviado a prisión.

Mientras estaba encarcelado la madre del joven asesinado vino a visitarle. Él se sintió muy sorprendido. En la primera visita hablaron brevemente. Después ella volvió para traerle algunas cosas que necesitaba —algo de dinero— para comprar materiales para escribir.

La mujer siguió visitándole con regularidad durante los cuatros años siguientes mientras el cumplía condena.

Cuando estaba a punto de acabar la condena, ella le preguntó que tenía pensado hacer al salir de la prisión. Él no tenía ni idea.

—¿Dónde vas a trabajar? —le preguntó también. No lo sabía.

Ella le dijo:

—Tengo una amiga que tiene un pequeño negocio. Tal vez puedas conseguir trabajo allí.

A continuación volvió a preguntarle:

—¿Y dónde vas a vivir?

—No lo sé.

No tenía muchos familiares.

—Puedes venir a vivir conmigo —dijo ella—. Tengo una habitación libre.

De esta forma el joven se fue a vivir con ella y empezó a trabajar en el puesto que ella le había buscado. Transcurridos unos seis meses, ella le llamó al salón, le pidió que se sentará y le dijo:

—Tengo que hablar contigo.

—Si señora —dijo él.

Mirándole fijamente la mujer le dijo:

—¿ Recuerdas aquel día en el tribunal cuando te condenaron por matar a mi único hijo ?

—Si señora —dijo el joven.

—¿Recuerdas que me puse en pie y dije que te mataría ?

—Si señora —respondió él.—Bueno, pues ya lo he hecho. Me propuse cambiarte. Fui a visitarte una y otra vez, te llevé cosas y me hice tu amiga. Cuando saliste de la cárcel, cuidé de ti, te busqué un trabajo y un lugar donde vivir, porque no quería que el tipo de muchacho que pudo matar fríamente a mi hijo siguiera vivo en esta tierra. Y lo he logrado. Ya no eres aquel chico. Pero ahora yo no tengo hijos, no tengo a nadie y tú estás aquí, y me pregunto si te gustaría quedarte a vivir algún tiempo conmigo. Puedo acabar de criarte como si fueras hijo mío, y si me dejas me gustaría adoptarte.

Así ella se convirtió en la madre del asesino de su hijo, en la madre de aquel muchacho que nunca había tenido madre.

Algunos comentario a esta historia

¿Sería una exageración afirmar que sólo podemos sanar las heridas profundas de una ofensa actuando como lo hizo la mujer de estas historia?

Perdonar implica modificar las percepciones erróneas con las que caminamos en este mundo. Al perdonar a otra persona por el mal que nos ha hecho estamos afirmando que: «Tú ya no tienes el poder ni el control de lo que soy, de lo que pienso, ni del modo de comportarme en el futuro. Ahora soy yo la única persona responsable de mis pensamientos y de mis acciones, ya no la persona que me ha ofendido». El perdón es un acto de liberación, ya que al perdonar nos liberamos del poder y de la influencia de la otra persona en nuestra vida.

Al cambiar nuestra perspectiva se traspasa más allá del dolor recibido que nos causó la otra persona desde sus carencias, sus miserias, sus sufrimientos y su incapacidad para hacerse el bien ella misma y a los demás. Es esta actitud que nos permite la renuncia a la venganza y al odio que a corto y a lo largo envenenan la vida de cualquier persona.

El perdón no consiste en hacer una especie de borrón y cuenta nueva. No es: «Aquí no ha pasado nada», sino la renuncia a la venganza por un fin superior a la justicia, que es la misericordia.

Al poner en práctica el perdón, las heridas profundas (a veces incluso enfermedades físicas) causadas por el mal recibido se curan de forma misteriosa. Por eso, al elegir perdonar, es el que perdona quien cosecha el primer fruto. El perdón es el único remedio para aliviar un intenso sufrimiento.

Frases para la reflexión personal

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Jesús, Lu 23,34).

Nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar (Juan Crisóstomo).

Es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo con ellos (Alfred Adler).

¿Podríamos afirmar que el perdón no es algo que debemos hacer, sino algo que somos?