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Adviento — La temporada de preparación para la festividad de la Navidad. Durante el Adviento los cristianos hacemos particular énfasis en recordar las profecías que preanunciaban la llegada del Mesías.

El pueblo que a oscuras caminaba
vio surgir una luz deslumbradora;
habitaban un país tenebroso
y una luz brillante los cubrió
(Is 9,1).

No hay nada en los textos bíblicos que indique una fecha en particular —ni siquiera una estación del año— para el nacimiento de Jesús. A falta de ello, se impuso la costumbre desde la época de la Iglesia imperial romana, si no antes, de celebrar la Navidad en sustitución de las celebraciones paganas del solsticio de invierno (para el hemisferio norte de la Tierra).

Así como en Egipto el dios Sol fue siempre venerado como el principal entre los dioses, el paganismo tardío cuando el auge del cristianismo en el Imperio Romano también tendía a enfatizar el culto al dios Sol Invictus (invencible). El emperador Juliano II —conocido por los cristianos como Juliano el Apóstata—, que reinó a principios del siglo IV, declaró al dios Helios (Sol) como divinidad única. Los romanos celebraban el 25 de diciembre como dies natalis Solis Invicti (día del nacimiento del Sol invencible).

Frente a esta teología que parecía tan lógica y natural por enfatizar la preeminencia del Sol entre los divinos astros del cielo, el cristianismo propugnó su propia versión, de Cristo Lucifer (portador de luz), en alusión a aquellos textos bíblicos que hablan de que con la llegada de Cristo, amaneció una gran luz sobre la humanidad, una era de iluminación divina. (Más de mil años después, el nombre de Lucifer, título natural de Cristo, empezó a usarse en sentido inverso, como referencia al diablo —pero esa es otra historia, para otro momento.)

¡Qué mejor manera de simbolizar que con la llegada de Cristo amanece una nueva era de luz e iluminación espiritual sobre la humanidad, que celebrar su nacimiento cuando el solsticio de invierno!

A lo largo de medio año, los días se van volviendo cada vez más cortos y fríos y sombríos; las noches más largas, en un proceso que parece amenazar con dejar a la humanidad hundida en oscuridad permanente. ¡Excelente parábola sobre las tinieblas espirituales en que está sumida la humanidad sin Cristo!

Pero a finales de diciembre, ¡oh maravilla!, el proceso se invierte y empiezan a alargarse otra vez los días. La luz parece vencer una vez más contra las tinieblas. Este fenómeno era celebrado por el paganismo de la antigüedad. Era observado con especial interés cuanto más al norte vivía la gente, porque allí el fenómeno es más notable y sus resultados más inmediatos. No es casualidad que la construcción monumental neolítica de Stonehenge, orientada hacia la aparición del sol en esas fechas, está en la isla de Gran Bretaña.

Pero el calendario litúrgico cristiano no arranca con la Navidad y el solsticio, sino con la temporada que abarca los cuatro domingos previos a la Navidad. Con el Adviento, entonces, en medio de una creciente oscuridad, los cristianos podían empezar a meditar en aquellas profecías y promesas del Antiguo Testamento que anunciaban la llegada del Mesías. Podían así solapar sus ganas de ver alargarse otra vez los días, con el deseo de la humanidad entera de que nos alumbrara por fin la redención por medio de Jesucristo.

Hoy en nuestras ciudades permanentemente iluminadas, es difícil imaginar la fuerza que tenía para todo el mundo esta imagen —tomada de la naturaleza— de la oscuridad en que estaba sumida la humanidad hasta la llegada de Cristo. Nos queda, sin embargo, el celebrar la época de Adviento y Navidad como un auténtico festival de luz en las calles de nuestras ciudades, con un derroche de iluminación que al final acaba teniendo bastante más de paganismo que de reflexión espiritual.

Un rebrote saldrá del tocón de Jesé,
de sus raíces brotará un renuevo.
El Espíritu del Señor en él reposará:
espíritu de inteligencia y sabiduría,
espíritu de consejo y de valor,
espíritu de conocimiento y de respeto al Señor
.
[…]
Juzgará con justicia a los pobres,
con rectitud a los humildes de la tierra
[…]
la justicia será su ceñidor,
la lealtad rodeará su cintura.
(Is 11,1-5)

[Citas de la versión La Palabra.]

—D.B.