Amados

Vivir sabiéndose amados:
la clave para un matrimonio feliz
por Lynn Kauffman

Se dan muchas razones como motivo de ruptura matrimonial y divorcio. Cierto especialista en cuestiones matrimoniales afirma que son tres las causas principales: «una incompatibilidad esencial» (43%), la infidelidad (28%) y desacuerdos sobre el dinero (22%). Otro cita «la falta de compromiso, demasiado discutir, casarse demasiado jóvenes, un idealismo exagerado, falta de igualdad en la relación, preparación inadecuada para el matrimonio, y abusos». Y otros nos proponen unas cuantas causas adicionales.

Creo que la causa principal que da lugar a la discordia matrimonial, la separación y el divorcio, es esta: Los esposos no alcanzan a comprender la profundidad del amor que les tiene Dios. Y a falta de una comprensión creciente de la inmensidad de ese amor, se hallan incapaces de amar plenamente a su cónyuge. Creo que es éste el factor que da pie a esos otros motivos que se mencionan, de insatisfacción matrimonial y divorcio.

En los días anteriores a su sacrificio y muerte, Jesús dejó a sus discípulos algunas palabras muy oportunas acerca de cómo vivir relaciones de amor. Las encontramos en Juan 13,34-35. Jesús se refirió a esto como su mandamiento nuevo. Yo aplico esta enseñanza sobre cómo amar al prójimo, al vínculo matrimonial. Así quedaría entonces lo que dice Jesús, con mis añadidos en cursivas a manera de énfasis:

«Así que ahora os estoy dando un mandamiento nuevo: Esposos, amad a vuestras esposas; y esposas, amad a vuestros esposos. Así como yo os he amado, los esposos han de amar a sus esposas, y las esposas a sus esposos. Vuestro mutuo amor será la evidencia ante el mundo, especialmente para vuestros hijos y nietos, de que sois mis discípulos».

Antes, Jesús había dado el más grande mandamiento, que hallamos en Mateo 22,34-40. El mensaje no es complicado: que amemos. La primera parte interpela a todos los discípulos a amar «al Señor tu Dios» con todo su corazón, toda su alma, toda su mente. Cuando aplicamos este mandamiento al matrimonio, vemos que Jesús quiere que los cónyuges entendamos que el propio Autor del matrimonio es también el máximo ejemplo de amor.

En segundo lugar, nos instruye amar al prójimo como nos amamos a nosotros mismos. Mi «prójimo», palabra que indica esencialmente la persona más próxima a mí, es mi esposa Mary. Ella representa la relación humana más importante de mi vida. Y ella diría lo mismo en cuanto a mí. Esta relación es más importante que ninguna otra, incluso nuestra relación con nuestros hijos, nietos, padres, familia y amigos. El caso es que nuestra relación con Dios y entre nosotros es lo que da sentido y vida a todas las otras relaciones humanas que vivimos.

¿Pero cómo amamos al cónyuge? ¿Qué ejemplo podemos seguir? ¿El ejemplo de Hollywood, el cine, las series de televisión? Seguramente no sería esa una idea muy buena como respuesta a las relaciones infladas y superficiales y una proporción elevada de divorcios rápidos. Aquí, otra vez, lo que hay que hacer es referirnos al plan de Dios: «Así como yo os he amado, que améis cada cual a su esposo o esposa».

Cuando vemos a la vez Juan 13 y 1ª Corintios 13, «el capítulo de amor», podemos llegar a una fórmula práctica para evitar el hartazgo matrimonial. Así como nos ama Dios, procuraremos cada uno amar a su esposo o esposa…

  • Demostrando paciencia sin nunca tirar la toalla (una virtud difícil pero no imposible).
  • Tratándola (tratándolo) con bondad (y demos gracias a Dios que en su misericordia, siempre surgen oportunidades para ser bondadosos).
  • Sin envidiar lo que él o ella tiene, ni lo que no tenemos los dos.
  • Sin jactancia ni vanidad.
  • Sin arrogancia ni la tendencia a anteponer a todo, lo que prefiere uno mismo.
  • Sin falta de consideración, sin deshonrarla (deshonrarle).
  • Sin querer salirse con la suya ni egoísmo (recordando aquí también el ejemplo de cómo nos trata Dios).
  • Sin irritabilidad ni rapidez para enfadarse y perder los estribos.
  • Al no llevar la cuenta de «las que me debe».
  • Al no disfrutar cuando él o ella sufre un revés o padece una injusticia.
  • Al alegrarme cuando la verdad sale a la luz.
  • Al no pensar lo peor sino siempre lo mejor de él o ella.
  • Al confiar en él (ella) y creer en él (ella).
  • Al saber aguantar en cada circunstancia.
  • Al no perder nunca la esperanza.
  • Al no mirar jamás atrás sino siempre adelante, perseverando hasta el final.

En Efesios 3,18 Pablo nos anima a: «observar, junto con todos los seguidores de Jesús, las dimensiones extravagantes del amor de Cristo». Meditar sobre esta idea y sobre las verdades que hallamos en «el capítulo de amor» nos brindará un gozo y una gratitud increíbles. Acabaremos de acuerdo con lo que expresa David en el Salmo 63,3 donde pone: «Por cuanto tu bondad es mejor que la vida, mis labios te alaban».

Pero Pablo nos lleva más allá, para estimularnos a experimentar la anchura, longitud, profundidad y altura del amor divino, en el contexto de todas nuestras relaciones personales —empezando con nuestro cónyuge, si es que estamos casados—. Es así como nuestras vidas experimentarán abundancia y nuestros matrimonios se llenarán de la plenitud de Dios.

Así es cómo seguiremos ahondando en lo que significa ser un cónyuge que vive sabiéndose amado (amada), viendo cómo se nos abren puertas nuevas de alegría y satisfacción en el matrimonio.