Corinto
Ruinas de Corinto romana.

Creado nuevo. Una revolución en los valores
por Dionisio Byler

Si alguno está en Cristo, ha sido creado nuevo. Lo antiguo ha caducado y ha sido sorprendentemente renovado (2 Co 5,17).

Para entender lo que está diciendo Pablo en 2 Corintios 5,17 es útil considerar toda la carta de 1 Corintios; y en particular 2 Co 3,18-5,20.

La cultura romana de honra y honor

Corinto era una colonia romana establecida en un punto estratégico de Grecia, en un nudo importante de comunicaciones entre la metrópoli y sus territorios asiáticos. Su población se preciaba de ser romana y tenía interiorizados los valores de Roma.

Todo el mundo encajaba dentro de un entramado social concebido como una pirámide de autoridad, prestigio y honor, con el emperador en la cima. La honra era el atributo más preciado y solamente podía existir dentro de ese entramado social. Cada interacción social podía contribuir a aumentar el prestigio y el honor personal, pero conllevaba también el riesgo de un desaire que socavase ese prestigio personal.

Uno de los aspectos de la cultura romana era el clientelismo. Toda persona que se preciaba tenía sus clientes, de quienes era entonces el patrono. Los clientes acudían al patrono para que les ayudase en todo tipo de situación. La ayuda se repartía públicamente, para que viendo la generosidad y los medios —económicos pero también de influencia— que el patrono disponía, todo el mundo se quedase admirado de su valía. Cuantos más clientes y más importantes tuviera un patrono, mayor naturalmente su honor.

El propio patrono era por supuesto cliente de otro patrono más rico e influyente, y de su capacidad de obtener favores de su patrono dependía en gran medida su propia influencia y honor. El más glorioso de toda la sociedad, que no dependía de ningún patrono, era el emperador; mientras que los esclavos y los libertos debían al amo alabanzas públicas por sus virtudes, pero no había nadie inferior a ellos, de quienes pudiesen recibir honor.

El apóstol se niega a ser cliente de nadie

Algunos de los buenos romanos de Corinto, con medios económicos importantes, adoptaron el evangelio predicado por Pablo, a pesar de ser el cristianismo una secta judía novedosa. Tal vez experimentasen una sanación en el entorno de su familia, o sencillamente les convenciera el monoteísmo y veían en el cristianismo una forma de adoptar el Dios judío sin tener que circuncidarse y seguir todas las reglas y tabúes a que estaban obligados los judíos.

Por lo que cuenta 2 Corintios, se intuye que hubo uno o varios ofrecimientos de prestar ayuda económica a Pablo y a su ministerio.

Seguramente a una o más personas les pareció poco honroso que el «filósofo» a cuya escuela ahora pertenecían, tuviera que ganarse la vida con sus manos, cosiendo tiendas. ¿Qué obra mejor podían adoptar, que la de patrocinar la labor predicadora de Pablo, librándole de un trabajo que podía hacer cualquier esclavo, para que se dedicara de lleno a la labor intelectual y espiritual de predicar e instruir a los adeptos de la nueva religión? De paso, naturalmente, Pablo pasaría a ser cliente de quien le apoyaba tan generosamente, de lo cual el ahora patrono recibiría a cambio honra y prestigio personal. Todo el mundo salía ganando. Pablo subía en el escalafón social como «filósofo» patrocinado por una persona importante, liberado por fin de indignos trabajos manuales, mientras que su patrono se apuntaba un cliente notable e influyente.

La negativa de Pablo a prestarse a ese tipo de relación viene a percibirse como desaire o deshonra de quien no ha sido aceptado como patrono. ¡Qué vergüenza, qué humillación pública, que habiéndote ofrecido como patrono, no te consideren digno! Empieza entonces, como venganza, una campaña de desprestigio del propio Pablo, descalificado como una figura inferior entre los apóstoles, una figura de poca trascendencia en el movimiento cristiano. Y así es como Pablo se encuentra ahora a la defensiva, teniendo que defender su honor y su valía como apóstol de Jesucristo.

La honra y el honor de Pablo

¿Cómo se defiende Pablo de este ataque contra su persona, contra su prestigio personal cono apóstol?

Su forma de defenderse es contraria a lo que cualquiera hubiera esperado. Pablo asume de buen agrado ese rango de persona de poca honra, poco prestigio social, pero da vuelta a la tortilla aduciendo que es precisamente su inferioridad social lo que hace de él un apóstol excepcionalmente apto para el evangelio, cuyo Redentor es a fin de cuentas, un crucificado.

Pablo se describe a sí mismo como «recipiente de barro», frente a otros que seguramente se veían a sí mismos como de plata o de oro, primorosamente trabajados y con gemas preciosas incrustadas. Por sus riquezas heredadas —aunque tal vez también riquezas acumuladas personalmente— se sienten personas poderosas y honorables, patronos y patrocinadores dignos de sus clientes que les deben en toda justicia gratitud y alabanza por su generosidad.

Pablo, sin embargo, humilde «recipiente de barro» que es, se reconoce derrotado y abatido por todas partes, desprestigiado y vilipendiado y perseguido hasta el umbral de la muerte.

En 2 Co 4,10-12 Pablo explica la esencia de lo que es ser un apóstol auténtico de Jesucristo:

Cristo ha llegado a ser el salvador del mundo por su crucifixión. Hay que recordar que la crucifixión era el colmo de deshonra. En el mundo romano, no era posible caer más bajo que este castigo reservado normalmente a esclavos rebeldes, indignos de vivir ya ni siquiera como esclavos. Pero Pablo explica que Cristo murió así para que nosotros vivamos. Así también él —Pablo— sufre ahora desaires y desprecio para que los que reciben su ministerio tengan honra y honor.

Pero el rango superior de Cristo, por el cual Dios perdona a la humanidad y nos da otra oportunidad, es algo que está escondido. Está oculto bajo el desprestigio social del crucificado (2 Co 4,3-4). Por eso es importante ver a Cristo de otra manera que la humana. Si fuéramos a seguir los criterios de este mundo para evaluar hasta qué punto Cristo pueda tener algún valor, lo desecharíamos como un pobre hombre al que hay que despreciar. Pero nosotros —los cristianos— ya no consideramos así a Cristo, aunque alguna vez lo hubiéramos hecho (2 Co 5,16).

Es así como queda establecido el valor de Pablo como apóstol. Por cuanto un siervo no puede ser superior a su amo, ni un discípulo superior a su maestro, Pablo manifiesta por las humillaciones y vejaciones que sufre, que es en efecto un verdadero apóstol de Cristo, que también padeció el rechazo hasta la ignominia vergonzosa de la cruz.

Esto —atención— es lo que venía a suponer llevar a todas partes la imagen resplandeciente y gloriosa del Señor, conforme al Espíritu (2 Co 3,18). La gloria de Cristo no se refleja siendo humanamente glorioso y resplandeciente, sino sabiendo aguantar humillaciones, vejaciones, atropellos, desaires y privación de derechos, como ya lo había hecho Jesús.

Aplicación a la vida cristiana

Si Cristo padeció y murió así, era para que nuestra vida cambie. No era para que salvados de la muerte, sigamos viviendo como hasta ahora. Lo que pretende Jesús es darnos una vida nueva, una nueva manera de vivir, una nueva manera de enfocar la vida. Nuestras vidas a partir de ahora no son para nosotros, para nuestra propia honra y prestigio, sino para Cristo: para honrarle y glorificarle a él (2 Co 5,14-15).

Otra manera de enfocar esto mismo es decir (2 Co 5,18-20) que tenemos un ministerio ante el mundo de ejemplificar la paz con Dios, mostrarnos como personas tan hondamente llenas de paz, que nuestras vidas son una invitación a todo el mundo a recibir esa paz interior que viene de reconciliarse con Dios.

Eso, naturalmente, es absolutamente incompatible con el estar reclamando que nos traten con la dignidad que pensamos merecer. Quien acepta con serenidad los desprecios y la maldad que nos echen, demuestra una paz interior envidiable que se constituye en un llamamiento a todo el mundo: «Haced las paces con Dios».

Llegamos así a lo que dice 2 Co 5,17: « Si alguno está en Cristo, ha sido creado nuevo». Manifestamos que lo viejo ha pasado y todo es nuevo, cuando aceptamos la humillación como aquello que nos hace parecernos a Cristo, con esa misma actitud de ser «recipiente de barro» que daba fe de que Pablo era apóstol fiel de Jesucristo.

Pienso que esta enseñanza es tan dura de recibir hoy como lo fue para los corintios de antaño. Va en contra de todo lo que consideramos ser sicológicamente sano y socialmente aceptable. En nuestro mundo hoy, igual que en Corinto en el siglo I, vale más quien más defiende sus derechos y más se resiste a ser atropellado por los demás.

Este es el reto para nosotros hoy, entonces. Permitir que esta vida nueva que nos concede Dios en Cristo, esta nueva creación que somos, transforme de verdad nuestras actitudes y nuestra forma de afrontar las dificultades en relación con el prójimo. Desde luego el atropello y el maltrato que podamos sufrir ni está justificado ni es aceptable; pero nuestra forma de resistir será adoptar la mansedumbre de Cristo, no imitar los valores de quien maltrata.


Predicado el 4 de octubre de 2015, en el retiro anual de la Iglesia Evangélica Comunidades Unidas Anabautistas.