sanación

Ahora entiendo el evangelio (18/24)
El poder del evangelio
por Antonio González

El evangelio no es un mero mensaje, simples palabras. El evangelio es una fuerza que transforma las vidas. Como dice Pablo,

el evangelio es poder de Dios para salvación de todo el que cree (Ro 1,16).

Ya hemos visto de dónde procede ese poder: del Espíritu de Jesús. Esa fue precisamente la promesa de Jesús tras su resurrección:

… recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros, y me seréis testigos… (Hch 1,8).

Veamos esto más despacio.

1. El dedo de Dios

Si atendemos a la actividad de Jesús, resulta claro que Jesús no solo proclamó la llegada del reinado de Dios. Y no solo enseñó sobre la nueva vida propia del reino. Jesús acompañó su enseñanza con hechos poderosos. Una gran parte de estos hechos consistían en la sanación de personas enfermas y en la liberación de los que estaban atados por los poderes del mal.

Si leemos los evangelios, vemos a Jesús sanando y liberando, una y otra vez. Como dice resumidamente el libro de los Hechos:

Me refiero a Jesús de Nazaret, y a cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder. Él anduvo haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él (Hch 10,38).

En realidad, el evangelio, como anuncio de la venida del reinado de Dios no se refiere simplemente a algo futuro, sino a algo que sucede al mismo tiempo que se anuncia. Por eso es completamente normal que la venida del reinado de Dios vaya acompañada de los signos que manifiestan la presencia del poder de Dios. Los adversarios de Jesús parecen haber sostenido la idea habitual de que Dios envía las enfermedades, hasta el punto de acusar a Jesús, cuando sanaba, oponerse a Dios, actuando con un poder diabólico. Sin embargo, la idea de Jesús era justamente la inversa:

Si por el dedo de Dios echo fuera a los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reinado de Dios (Lc 11,20; cf. Mt 12,28).

El evangelio anuncia algo que está sucediendo: la venida del reinado de Dios. Y la venida del reinado de Dios significa que la creación es restaurada en su diseño originario, frente a los poderes del mal. La voluntad de Dios comienza a realizarse, no solo en el cielo, sino también en la tierra (Lc 11,2). Por eso el deseo constantemente expresado de Jesús es la superación de toda enfermedad y de toda dolencia (Mc 1,40-41; etc.).

Al mismo tiempo, la llegada del reinado de Dios implica la crisis, y la caída, de todos los poderes basados en la lógica retributiva, que es la lógica de la serpiente, y la estructura última del pecado. Cuando llega el reinado de Dios, los poderes del mal caen como un rayo (Lc 10,18). Dios vuelve a gobernar directamente a su creación. Es lo que la Escritura expresa en la hermosa imagen de la Jerusalén celestial descendiendo a la tierra (Ap 21,2).

2. Proclamar y sanar

Esto significa entonces que los hechos poderosos no pueden ser algo limitado a la actividad de Jesús en la tierra. Dondequiera que se anuncia el reinado de Dios, ese reinado irrumpe con poder. Y entonces cosas nuevas y extraordinarias suceden.

De hecho, cuando Jesús enviaba a sus discípulos a proclamar el reinado de Dios, les enviaba también a mostrar el poder de Dios:

Los envió a proclamar el reinado de Dios y a sanar a los enfermos (Lc 9,2).

Sanad a los enfermos que haya allí y decidles: el reinado de Dios se ha acercado a vosotros (Lc 10,9).

En ese tiempo, el Espíritu Santo ya estaba «con» los discípulos, aunque todavía no estaba «en» ellos (Jn 16,17). En el libro de los Hechos, la promesa ya se ha cumplido, y el Espíritu está «en» los discípulos, como un río de agua viva. El anuncio del reinado de Dios va entonces acompañado de señales y milagros en los que se muestra el poder de Dios. Por eso, cuando a los apóstoles se les prohíbe anunciar que Jesús es el Mesías, ellos oran pidiendo valor para seguir haciéndolo, y también piden a Dios que siga acompañando su anuncio con «sanidades, señales y prodigios en el nombre de tu santo siervo Jesús» (Hch 4,30).

Los hechos poderosos, realizados en el nombre de Jesús, son la confirmación de las palabras de gracia que anuncian las buenas noticias del reinado de Dios (Hch 14,3). Es lo que también nos dice Pablo. Cuando él anunciaba el evangelio, los milagros de Dios sucedían:

… nuestro evangelio no llegó a vosotros solo en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo, y en plena convicción… (1 Ts 1,5).

Ni mi mensaje ni mi proclamación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios (1 Co 2,4-5).

Se puede ver en todo esto la idea de Jesús de que el reinado de Dios es un reinado compartido. Los hijos de Dios, al ser hijos del Rey, participan de la soberanía real (Mt 17,24-27). Y por lo tanto participan de los poderes del Rey. En la última cena, Jesús anunció que los discípulos se sentarían en tronos, para juzgar a las tribus de Israel (Lc 22,28-30). Por supuesto, para Jesús, la única manera en la que todos pueden ser señores es que, al mismo tiempo, todos sean siervos (Lc 22,24-27). Y precisamente como reyes y como siervos, los discípulos están llamados a ejercer su autoridad en beneficio de todos los que sufren.

En la carta a los Efesios no solo se dice que Jesús se sentó a la diestra de Dios «en los lugares celestiales» (Ef 1,20), sino también que todos los creyentes se sentaron también con Jesús (Ef 2,6), en la misma posición celestial, que representa la soberanía. El cristianismo primitivo no dudó en poner en práctica la autoridad que Jesús había delegado a sus discípulos. Es algo que sucedió continuamente, al menos hasta el siglo IV, cuando el cristianismo se convirtió en religión oficial del imperio romano.

3. Es para hoy

Se podría pensar que el poder y la autoridad de los discípulos pertenecen al pasado, a los tiempos de Jesús y del cristianismo primitivo. Sin embargo, la Escritura afirma que esos poderes son para el presente. Jesús mismo afirmaba que quien crea en él hará las mismas obras que él hacía, e incluso mayores (Jn 14,12; cf. Mc 16,17-18). El anuncio del evangelio viene siempre anunciado

… con señales, maravillas, diversos hechos poderosos y dones repartidos por el Espíritu Santo según su voluntad (Heb 2,4).

Es importante caer en la cuenta de que se tratará siempre de «señales», pero no de «pruebas». Las personas que se encuentren con los hechos poderosos que el Espíritu de Jesús sigue realizando hoy tendrán siempre libertad para aceptar esas indicaciones del interés y del amor de Dios hacia ellas. Pero también tendrán la posibilidad de rechazar esos signos, buscando cualquier pretexto, o cualquier explicación, que les libre de la invitación de Jesús a aceptar su Reino, su soberanía, en sus propias vidas.

En cualquier caso, lo natural es que cualquier presentación del evangelio vaya acompañada de la experiencia de «los poderes del mundo venidero» (Heb 6,5). Si el evangelio es anunciar la llegada del Rey, es normal que se manifieste el poder del Rey que llega. De esta manera, el nuevo creyente, al recibir el reinado del Mesías, podrá también ser capacitado para compartir el evangelio, convirtiéndose en un agente del reinado de Dios, investido con los poderes mismos de Jesús. Es justamente la obra continua del Espíritu de Jesús, tal como vimos.

4. Para reflexionar

  • ¿Por qué Jesús enviaba no solo a proclamar el evangelio, sino también a sanar?
  • ¿Qué tiene que ver el poder del evangelio con el reinado de Dios?
  • ¿Podemos anunciar el evangelio con poder?

gozo