N Kauffmann

Jesús sitúa mujeres al centro
por J. Nelson Kraybill [1]

Nancy Kauffmann, de Goshen, Indiana (EEUU) ha sido desde hace mucho una pionera como mujer en posiciones de liderazgo en la congregación local y en la denominación. Así que no me sorprende que un cuadro pintado por el artista chileno Daniel Cariola en una capilla junto al Mar de Galilea, captase su atención.

Ella y otros peregrino ya habían visto la sinagoga del siglo I recientemente descubierta no muy lejos de ahí en las ruinas de la antigua Magdala, de donde probablemente fuera natural María Magdalena. Pero el cuadro, titulado «Encuentro», donde se representa la mano de una mujer «inmunda» que se extiende para tocar a Jesús (Marcos 5), hizo que Nancy se parara en seco. Cuando Jesús sintió que emanaba de su cuerpo poder, exclamó: «¿Quién me ha tocado la ropa?» Deteniéndose ante el cuadro que representaba esa escena, Nancy empezó a enseñar espontáneamente:

«Por qué hizo que se identificase la persona que le había tocado? ¿Por qué hacerla pasar vergüenza ante la multitud? Jesús podría haberla dejado marchar sin que nadie se enterara. Se había arriesgado ella a sufrir humillación, por cuanto la ley rabínica consideraba que ella era intocable por motivo de su flujo de sangre. Había sufrido durante doce años, gastado todo su dinero en médicos, y tenía que sentirse desesperada. Pero creía que si tocaba a Jesús se sanaría.

«Jesús, al hacer que se identificase, reconoció su legitimidad. La sacó de su marginación y la puso al centro de la comunidad. Felicitó su desparpajo para desentenderse de la ley y arriesgarse a tocarle. Jesús la llamó “hija”, significando así que tenía cabida en la familia de Dios. En lugar de ignorarla, ni qué hablar de rechazarla, Jesús invitó a la mujer a expresarse y la bendijo.

«Jesús entabló diálogos teológicos reiteradamente con mujeres: la mujer junto al pozo de Jacob (Juan 4), la mujer cananea que rogaba a Jesús que le sanase su hija y respondiendo sin cortarse a su renuencia inicial a sanar fuera de la raza israelita, al decir: “Y sin embargo los perros pueden comer las migajas que caen de la mesa al suelo” (Mateo 15). En comparación con cómo la sociedad trataba a las mujeres, Jesús entró a dialogar con ellas y reconoció la validez de sus ideas y de su fe. Las defendió públicamente: tal el caso de la mujer “sorprendida en el adulterio” en Juan 8 (pero nada se supo del varón en cuestión); tal el caso también de la mujer que perfumó sus pies (Lucas 7).

«El testimonio de una mujer no se consideraba válido ante un tribunal, y sus palabras y opiniones se descartaban habitualmente (y así pasa mucho hasta hoy). Y sin embargo el propio Cristo resucitado se apareció en primer lugar a mujeres. Entonces regresan donde los varones para anunciarles que Jesús ha resucitado. ¡Fue el propio Jesús el que encargó a María Magdalena la proclamación de esa noticia! Tiene que haber sido muy valiente para atreverse a ir a su sepulcro a pesar de lo que le habían hecho a él las autoridades religiosas y civiles.

«María tiene la valentía de quedare junto al sepulcro, recibir la revelación del ángel, alcanzar a ver a Jesús. Los soldados apostados ahí se hacen los muertos y después salen corriendo; los sumo sacerdotes intentan controlar la noticia sobornando a esos soldados. Pero María Magdalena no duda en dar un paso al frente para anunciar a los otros discípulos la resurrección. Durante siglos, la iglesia cristiana la reconoció con el título de “la apóstol de los apóstoles”».

—Jesús sitúa mujeres al centro de la comunidad de fe, como participantes de pleno derecho —afirma Nancy Kauffmann—, y nos invita a entablar diálogo con la mente y el corazón. Nosotras también hemos sido creadas a imagen de Dios.


1. Este artículo apareció (en inglés) en el blog de J. Nelson Kraybill: Holy Land Peace Pilgrim, el 08/06/2018.