Colección de lecturas
 

PDF Piedad en el templo

El reino al revés
por Donald B. Kraybill


The Upside-Down Kingdom
Copyright © 1878, 1990 Herald Press (Scottdale, EEUU)
Traducción: Marta J. de Mejía
Copyright © 1995 Ediciones SEMILLA (Guatemala)
Reproducido aquí con permiso.



3. Piedad en el templo

Un paracaídas celestial

Gobernar el mundo por la fuerza no fue la única tentación que Jesús enfrentó; también tuvo que contender con la religión. La siguiente treta del diablo consistió en invitar a Jesús a adherirse a la religión institucionalizada. Había muchos judíos justos en el primer siglo; sin embargo, algunos aspectos de la religión institucionalizada habían entrado en estancamiento. Los rituales con frecuencia eran vacíos y auto indulgentes. Un complicado código religioso, entretejido con reglamentos acerca de lo que se debía y lo que no se debía hacer, peregrinaciones y sacrificios, enmarcaban mucha de la vida judía, desde la ley civil hasta las fiestas nacionales.

El fervor religioso era profundo y fuerte. El sistema al revés de Jesús chocaría con los luchadores religiosos de peso completo quienes guardaban la sagrada liturgia del ritual hebreo en el nombre de Dios. Las autoridades religiosas se enfurecerían cuando Jesús demoliera sus amadas prácticas y costumbres. Sus dientes crujirían ante la sugerencia blasfema de que Dios estaba en medio de ellos, dando vuelta a las mesas de los cambistas en el santo templo, en el mismo corazón de todo su sistema religioso.

Un aparición súbita como un rayo, ciertamente convencería hasta al más escéptico de los saduceos de la autoridad divina de Jesús. Así pues, Satanás ofreció a Jesús una opción sumamente atractiva: ¿Por qué no pedir a Dios que certificara su misión en forma milagrosa? Esto eliminaría todo el hostigamiento de los líderes religiosos. Una bendición milagrosa y divina cerca del sacro templo borraría cualquiera duda acerca de la autoridad mesiánica de Jesús. Las masas le seguirían con presteza si los escribas y los sabios reconocieran al recién llegado como el Mesías esperado. Dejarse caer desde el pináculo del templo haría de Jesús un Mesías instantáneo.

Y así, Satanás lo tentó: «Vamos, Jesús, hazlo. Elude el disgusto de los fariseos. Olvídate de la pobreza y la enfermedad. No agites la ira de los ricos. ¿Por qué preocuparse por la cruz? Hazlo, Jesús. Sólo déjate caer».

Treinta acres de piedad

¿Por qué Satanás presentó a Jesús esta tentación? ¿Por qué era tan importante el templo? El templo era el pináculo de la vida religiosa, el mismo corazón de la adoración, del ritual, de las creencias, de la fe y de emoción judías. El templo en Jerusalén agitaba pasiones. Estaba envuelto en misterio y temor. Era el asiento de la sabiduría, de la ley y de las Escrituras. Cobijaba el altar judío, único en su género, en el que el sumo sacerdote realizaba los ritos sacrificiales de la expiación una vez al año para todo el mundo judío. En este único lugar santísimo el sumo sacerdote entraba a la presencia de Dios. Este lugar era el hogar literal de Dios. Jerusalén era la «ciudad del templo». Las arterias de la religión judía palpitaban al ritmo del latir del templo Era el lugar obvio para que el astuto Satanás tentara a Jesús.

En nuestro tiempo tal vez visualicemos el templo como un edificio contemporáneo que alberga una iglesia; un modesto centro comercial sería una mejor comparación. Magníficas columnas de mármol y muros de 100 a 300 pies de alto cubrían los treinta acres del área que ocupaba el templo. Algunas de las piedras más grandes del templo pesaban más de 70 toneladas. El templo mismo tenía alrededor de 100 pies de largo, 35 pies de ancho y 60 pies de altura. La mayoría de las estructuras estaban cubiertas de oro o plata, incluyendo el techo y el mobiliario.

El templo no se usaba para la adoración pública; más bien era la «casa de Dios». La adoración, los sacrificios y la liturgia se desarrollaban en los amplios atrios que rodeaban el templo. Contemplándolo desde lejos parecía la punta nevada del monte santo. Había tanto oro en el templo que después de su destrucción y saqueo en el año 70 d.C., la provincia de Siria fue atestada de tanto oro que su valor disminuyó a la mitad [1].

Un proverbio hebreo decía: «El que no ha visto el santo lugar y su maravillosa construcción, jamás ha visto un edificio espléndido en su vida» [2]. Aun los discípulos de Jesús se impresionaron ante su magnificencia y exclamaron con asombro: «¡Maestro, mira qué piedras y qué edificios!» (Marcos 13:1). Cuando se completó la reconstrucción del templo en el año 62 d.C., alrededor de 18,000 obreros quedaron cesantes.

En números redondos, alrededor de 18,000 sacerdotes y levitas, divididos en veinticuatro grupos llamados «turnos», se ocupaban en la operación del templo [3]. Estos sacerdotes laicos y levitas vivían en los campos de Galilea y de Judea y acudían al templo para cumplir con sus turnos de una semana dos veces al año. También acudían durante los tres festivales anuales en los que llegaban peregrinos judíos de muchas naciones. Cuando se purificó el velo del templo, 300 sacerdotes fueron necesarios sólo para sumergirlo en un estanque de agua. Se necesitaron 200 levitas cada tarde, sólo para cerrar las puertas del templo. Docenas de cambistas vendían a los peregrinos dinero «puro» para sus diezmos y revendedores de ganado vendían los animales para el sacrificio.

Un grupo de élite de sacerdotes jefes administraban toda la operación. El tesoro del templo funcionaba como un gigantesco banco nacional encargado de guardar los diezmos y ofrendas que pagaban los judíos alrededor del mundo; poseía muchas propiedades. La operación del templo generaba la mayor fuente de ingresos para la ciudad de Jerusalén.

Judíos devotos que vivían en el extranjero, más allá de las fronteras de Palestina, acudían al templo tres veces al año para celebrar las festividades religiosas. En la primavera, la Fiesta de la Pascua conmemoraba la liberación de Egipto. Cincuenta días más tarde, la Fiesta de Pentecostés daba gracias por los primeros frutos de la cosecha. Y en el otoño, durante la Fiesta de los Tabernáculos se realizaba una solemne marcha alrededor del altar en gratitud a Dios por haber terminado la cosecha. Días antes de la Fiesta de los Tabernáculos se celebraba el gran Día de Expiación. En ese día solemne el sumo sacerdote sacrificaba un cabrito por sus propios pecados y enviaba otro al desierto cargando simbólicamente los pecados del pueblo [4]. Durante estas fiestas de peregrinación, la población normal de Jerusalén, que era aproximadamente de 25,000, crecía hasta 180,000 personas [5].

El templo constituía un recordatorio monumental y perpetuo de que el pueblo elegido tenía acceso directo a Dios por medio de su ritual sacrificial. Cada mañana y cada tarde, día tras día, la ofrenda quemada «continua» de un cordero sin mancha era sacrificada en favor de la comunidad. Una ofrenda de incienso mezclado con especies ardía diariamente. Los devotos judíos también ofrecían sacrificios privados.

Los sacerdotes tenían varios deberes. Quitaban las cenizas del altar, preparaban la leña, mataban al cordero, rociaban la sangre en el altar, limpiaban la lámpara y preparaban las ofrendas de alimentos y bebidas [6].

El templo era la pieza central de la fe judía; simbolizaba la presencia viviente de Dios sobre la tierra. La gente acudía al templo a orar, creyendo que desde este sitio sus oraciones iban directamente al oído de Dios. Aquí tanto nazaritas, como convertidos gentiles ofrecían sacrificios. Aquí fue llevada la mujer sorprendida en adulterio. Aquí se ofrecían las primicias. Aquí las madres presentaban sus ofrendas de purificación después del nacimiento de cada hijo. Los impuestos del templo fluían hacia este lugar provenientes de todo el mundo Mediterráneo. Tres veces al año la gente inundaba el lugar para celebrar sus fiestas [7]. Este era el hogar de los 70 miembros del sanedrín, la autoridad final judía en materia religiosa, política y civil. Aquí residía el sumo sacerdote. A través de todas estas formas el templo palpitaba con la fe judía de todo el mundo.

Rituales impolutos

El sumo sacerdote, sacerdote de sacerdotes, era la cabeza simbólica tanto del sacerdocio, como de la nación. Se ataviaba con un espléndido traje de ocho piezas, y se creía que cada pieza tenía poder para la expiación de pecados específicos. El sumo sacerdote era la única persona que podía entrar al lugar santísimo. Oficiaba en los sacrificios del sábado y durante las fiestas en las que llegaban muchos peregrinos. Aun su muerte tenía un poder expiatorio ya que los asesinos que huían a una ciudad de refugio después de matar accidentalmente a alguien, podían regresar a casa después de la muerte de un sumo sacerdote.

El sumo sacerdote estaba sujeto a estrictas leyes de pureza ceremonial. No podía tocar un cadáver ni entrar a una casa donde hubiera un muerto. En cierta ocasión, justo en la víspera del gran Día de Expiación, un sumo sacerdote fue contaminado con un «esputo árabe»; de allí en adelante, los sumos sacerdotes antes de oficiar en el Día de la Expiación, tenían que pasar recluidos siete días para purificarse. Nadie podía ver desnudo al sumo sacerdote, ni cuando se rasuraba o bañaba. Su genealogía tenía que ser inmaculada. Era necesario que tuviera nexos con la familia de Aarón. Estrictas leyes matrimoniales establecían que podía casarse únicamente con una virgen de doce años, hija de un sacerdote, levita o israelita de ascendencia pura. Muchos sacerdotes se casaban con hijas de sacerdotes.

El papel del sumo sacerdote no era solamente pomposo y ceremonial. Ejercía considerable poder como presidente del sanedrín, integrado por 70 miembros. Este augusto consejo ejercía autoridad judicial y administrativa completa en asuntos civiles y religiosos y su juicio en asuntos religiosos era respetado aun en el extranjero. Era un cuerpo que se perpetuaba a si mismo compuesto por sacerdotes jefes, escribas (usualmente del partido de los fariseos) y nobles. A pesar de que existían cortes menores que se reunían en diferentes distritos de Judea, el sanedrín era la suprema autoridad judía. El poder del sumo sacerdote creció considerablemente bajo los procuradores romanos pues se convirtió en el portavoz clave judío, no sólo en asuntos ceremoniales, sino también en las negociaciones políticas con los romanos. Dieciséis de los dieciocho sumos sacerdotes que hubieron entre el año 6 y el 67 d.C. provenían de cinco familias prominentes y acaudaladas de Jerusalén [8].

Un extenso orden de funcionarios religiosos dependía del sumo sacerdote y del sanedrín. El capitán del templo era responsable de la conducción de la adoración y de la dirección del personal del templo. En el orden jerárquico era el segundo después que la del sumo sacerdote, puesto que con frecuencia le ayudaba a realizar sus deberes solemnes. Le seguían veinticuatro sacerdotes que dirigían veinticuatro grupos de unos 7,200 sacerdotes ordinarios. Estos vivían en el área rural y participaban en el ritual del templo por lo menos cinco veces al año. Después estaban los 156 sacerdotes que servían como administradores diarios de los sacerdotes asignados al deber del templo para ese día en particular.

Los asuntos administrativos del templo recaían bajo la responsabilidad de siete supervisores permanentes. Les seguían en la línea de mando tres tesoreros que manejaban el dinero del templo recaudando los impuestos, comprando los materiales necesarios para el sacrificio y supervisando la venta de los animales a los peregrinos. También mantenían las noventa y tres vasijas de oro y plata utilizadas para los rituales diarios y administraban la tierra y las propiedades que pertenecían al templo. Les seguían en rango aproximadamente 7,200 sacerdotes ordinarios. Zacarías, el padre de Juan el Bautista (Lucas 1:5), era uno de éstos. Ellos vivían en el área rural y acudían al templo cinco veces al año para realizar sus deberes sagrados.

Al pie de la escalera de autoridad habían cas 10,000 levitas que vivían en las aldeas de alrededor, y eran responsables del trabajo en el templo cuando les tocaba por turno el servicio. Los levitas eran inferiores a los sacerdotes. Los músicos y cantantes formaban la élite de los levitas. El resto realizaba el trabajo sucio del templo: eran porteros, encargados de la seguridad, y de la limpieza de las partes abiertas del área del templo [9].

Estableciendo la ley

La piedad y la pasión de los judíos estaba enraizada en el templo, en la Torah y en la tierra. En el corazón de las actividades del templo y de la religión judía estaba la Torah [10]. Usualmente conocida como la «ley»; la traducción más exacta de este vocablo es «doctrina» o «enseñanza religiosa». Técnicamente se refería a los primeros cincos libros de Moisés, el Pentateuco. Gradualmente, sin embargo, los estudiantes de la Torah compusieron interpretaciones orales, o sea comentarios basados en la Torah. Esta «cerca oral alrededor de la Torah» interpretaba a ésta en lineamientos prácticos para el diario vivir. De manera que en un sentido general, La Torah no era solamente el compendio de los cinco libros de Moisés, sino también el elaborado comentario oral que se desarrolló a su alrededor.

Los judíos creían que la Torah contenía la absoluta e incuestionable voluntad de Dios. Obedecer a Dios era obedecer la Torah. Se desarrolló un culto de adoración alrededor de ella, personificándola como la «amada hija de Dios». Se decía que Jehová dedicaba sus horas de ocio al estudio de la Torah, aun la leía en voz alta durante el sábado. Los judíos la consideraban la norma absoluta para todos los aspectos de la vida religiosa. Era la fuente de la verdad de Dios.

La lectura continua y la discusión de la Torah era la actividad primordial. En el comentario oral que rodeaba la Torah, los judíos piadosos podían descubrir si era legal comerse un huevo que había sido puesto el día sábado. Podían saber si el agua vertida de una vasija limpia a una vasija sucia, contaminada la limpia de la cual se había vertido. La Torah dirigía el sacrificio en el templo de Jerusalén y la adoración en las sinagogas de las aldeas.

Como hemos visto, los sacerdotes y los levitas eran responsables del funcionamiento del templo. En contraste, el trabajo de los escribas consistía en explicar los secretos de la Torah [11]. También había una variedad de oficios notariales, o como diríamos ahora, «secretariales», desempeñados por los escribas; por ejemplo, copiaban documentos, escribían cartas y acuerdos, registraban los impuestos y formulaban papeles legales. Los escribas cuidadosamente preparados eran conocidos como «doctores de la ley». A ellos se les llamaba reverentemente «rabí», «maestro», «amo», y «padre». Los escribas usaban un manto especial que llegaba hasta sus pies, adornado con una guarda. La posición distinguida de los escribas hacía que la gente se pusiera de pie respetuosamente cuando pasaban estos hombres llenos de sabiduría. Los sitios de honor en las sinagogas estaban reservados para ellos.

En su temprana adolescencia, los jóvenes varones emprendían la carrera de escriba tomando cursos regulares de estudio por varios años. Los jóvenes estudiantes se convertían por varios años en aprendices de un rabí, hasta que hubiera dominado los finos puntos de la Torah y sus comentarios. Más o menos cuando llegaba a los cuarenta años de edad, el estudiante era ordenado como escriba con todos los derechos de un sabio erudito. Después de su ordenación, podía tomar decisiones sobre legislación religiosa y pureza ceremonial, así como en asuntos criminales y civiles. Solamente los eruditos ordenados podían transmitir y crear las tradiciones de la Torah.

A excepción de los sumos sacerdotes y los integrantes de la nobleza, los escribas eran las únicas personas que podían sentarse en el poderoso sanedrín. En el tiempo de Jesús, jóvenes judíos de alrededor del mundo acudían a Jerusalén para estudiar con reconocidos escribas. Jerusalén era el centro intelectual y teológico del judaísmo. En pocas palabras, los escribas «eran venerados, a semejanza de los profetas antiguos, con respeto y reverencia ilimitados como portadores y maestros del sagrado conocimiento esotérico; sus palabras tenían autoridad soberana» [12].

Política partidista

En nuestra exploración de la religión judía hemos estudiado el papel formal del sacerdote, del levita y de los escribas. Hemos examinado brevemente el templo, el sanedrín y la sinagoga. Además de estos roles y organizaciones, existían dos partidos políticos religiosos: los saduceos y los fariseos. Estos partidos se desarrollaron en el segundo siglo a.C., debido a diferencias religiosas y sociales.

Lo que los dividió fue su comprensión de la Torah. Los saduceos consideraban la Torah escrita, o sea los cinco libros de Moisés, como autoridad final. Rechazaban el comentario oral que los fariseos habían hecho de la Torah [13], llamada la tradición de los ancianos (Marcos 7:3). Los saduceos también negaban la resurrección, la inmortalidad personal y la vida futura. Además eran escépticos en cuanto a la existencia de ángeles y demonios. De manera que los saduceos representaban el elemento conservador del judaísmo. Eran los defensores de la verdadera fe de Israel transmitida por Moisés.

Los saduceos vivían primordialmente en Jerusalén. Pertenecían a la clase gobernante, a la acaudalada aristocracia. Algunos de los jefes sacerdotes eran miembros del partido de los saduceos. Estaban íntimamente relacionados con la operación del templo y dominaban el sanedrín. Osea que los saduceos dirigían los asuntos sociales y religiosos de la poderosa clase alta de Jerusalén. Los saduceos sostenían el status quo político y religioso en Jerusalén. Recibieron con beneplácito el control político romano, siempre que los sacrificios a Jehová pudieran seguir siendo realizados en el altar del templo y que ellos pudieran retener sus privilegios de clase.

En contraste, el partido de los fariseos representaba el ala progresista del judaísmo [14]. No eran ni radicales luchadores por la libertad, ni esenios que se retiraban al desierto. Como progresistas en búsqueda de santidad, aplicaban la Torah a asuntos diarios prácticos. Los fariseos, o «separados», habían desarrollado la tradición oral que aplicaba las enseñanzas de la Torah a casi cualquier situación que un judío pudiera enfrentar. La Torah deletreaba las reglas de pureza para los sacerdotes oficiantes. Los fariseos extendieron estas reglas, estos hábitos de santidad, a la vida diaria de la gente común. Al exhortar a la gente común a ser pura, piadosa y santa, ellos albergaban la esperanza de que todo Israel se convirtiera en un reino de sacerdotes, una nación santa.

Frecuentemente se confunde a los fariseos con los escribas. Muchos escribas pertenecían al partido de los fariseos, mientras que otros estaban afiliados con los sacerdotes principales y los saduceos. Otros fariseos, sin embargo, provenían de gente piadosa común. Los fariseos operaban en Jerusalén y en el área rural, promoviendo su doctrina en las sinagogas locales. Como paladines de la santidad para la gente común, estaban en oposición a la rica élite saducea.

A pesar de contar con un vasto apoyo, el número de los fariseos llegaba aproximadamente a 6,000, debido probablemente, a su severidad. Los miembros postulantes pasaban por un período de prueba de un año para probar su obediencia a las meticulosas leyes de pureza. Los fariseos ciertamente desafiaban a la clase gobernante en Jerusalén, pero también desdeñaban a la gente común que fuera descuidada respecto a la pureza ceremonial y del diezmo. Eran legalistas estrictos, pero receptivos a nuevas aplicaciones de doctrina, buscando siempre la forma de aplicar la Torah a situaciones nuevas.

Anhelos mesiánicos

Cuando Jesús nació las esperanzas mesiánicas palpitaban con fuerza en la comunidad mesiánica. Las esperanzas de un mesías que introdujera en la tierra el pacifico reino de Dios se habían intensificado en el siglo antes del nacimiento de Jesús. Había muchas y variadas esperanzas, pero el anhelo más profundo era por un gobernante ungido por Dios, quien restableciera el trono davídico en toda su antigua gloria. Los Salmos de Salomón, escritos en el siglo antes del nacimiento de Jesús, describen al Mesías destruyendo a los rudos gentiles que osaran entrar en el lugar santo de Dios y expulsando a todos los sacerdotes corruptos que pervirtieran la adoración a Jehová. El reuniría en la tierra prometida a todas las tribus judías esparcidas por todo el mundo y traería días de bendición. Bajo el Mesías reinaría suprema Jerusalén, la santa ciudad de la presencia de Dios: «un lugar para ser admirado por toda la tierra» [15]. En Lucas 1:32-33 el ángel Gabriel ofrece a María una visión fresca del reino mesiánico:

Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.

Un concepto similar registrado en Lucas 1:68-72, sale de la boca de Zacarías, el padre de Juan el Bautista.

Bendito el Señor Dios de Israel,
Que ha visitado y redimido a su pueblo,
Y nos levantó un poderoso Salvador
En la casa de David su siervo,
Como habló por boca de sus santos los profetas que fueron desde el principio;
Salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron;
Para hacer misericordia con nuestros padres,
Y acordarse de su santo pacto.

No se sabía con certeza cómo seria que aparecería el Mesías. Algunos pensaban que vendría desde los cielos, cabalgando en una nube. Otros esperaban que naciera como los humanos, pero que súbitamente se revelaría en forma decisiva. Jerusalén, lugar donde estaba el santo templo, era el lugar donde estos textos mesiánicos se estudiaban y debatían cuidadosamente.

El relato de la tentación no especifica exactamente de dónde quería Satanás que Jesús se dejara caer. ¿Sería desde el muro del templo, para que cayera cientos de pies abajo en el valle de Quidrón? ¿O tal vez quería que se dejara caer en el atrio a la entrada del templo? El objetivo de la tentación era certificar, sin lugar a dudas, el arribo milagroso del Mesías. Debía ocurrir en el centro de la vida religiosa judía, donde las cosas se hacían bien, en cumplimiento exacto de la ley. Los escribas, el sanedrín, los sumos sacerdotes, todos los pesos completos de la religión, serían testigos sagrados. Ellos darían fe del advenimiento del Mesías.

Tal certificación milagrosa terminaría con la amarga confrontación con el establishment religioso. Todos los oponente serían silenciados. La aristocracia de Jerusalén recibiría con beneplácito al nuevo obrador de milagros. Jesús ya no tendría que vagar entre los pobres campesinos de Galilea. No habría ninguna duda, ningún cuestionamiento. ¡Jesús, el Mesías, había llegado!

El Mesías al revés

La idea de disfrutar de la total aprobación del establishment religioso debe haber atormentado a Jesús; pero él la desechó y rechazó la religión al derecho. Esta tentación lo asedió hasta la crucifixión. Cuando los soldados lo arrestaron en Getsemaní, recordó al discípulo que cortó la oreja del siervo del sumo sacerdote que podía llamar a una legión de ángeles para que lo defendiera, pero no lo hizo. En lugar de sucumbir ante la religión institucionalizada, Jesús arrancó de raíz sus mismos cimientos. Sus parábolas expresaban severos juicios contra los líderes judíos. Voluntariamente violó las sagradas leyes del sábado. «¡Blasfemador!», gritaban los líderes religiosos cuando echó a los mercaderes del templo y llamó cueva de ladrones al recinto sagrado.

No obstante, no menospreció totalmente a la religión establecida. Enseñó en las sinagogas y en el templo. Respaldó la Torah. Mandó a los leprosos que había sanado que se mostraran al sacerdote, de acuerdo a la tradición. Dirigió a Pedro en la pesca para pagar el impuesto del templo. Jesús era judío. el respaldaba las virtudes de la ley y la piedad genuina de la fe hebrea.

Pero cuando las prácticas religiosas se estancaban, las ponía al revés y cabeza abajo para revelar su razón original de ser. Rehusó bendecir las estructuras religiosas que catalogaba a la gente según sus obras piadosas. Sustituyó la maquinaria de la religión formalizada con la compasión y el amor. Jesús, el Mesías al revés, se convertiría en el nuevo sumo sacerdote. El Espíritu Santo movería el lugar santísimo del templo al corazón de cada creyente. El pueblo ya no adoraría a Dios en el santo templo o en un monte santo. Ahora podrían acercarse a Dios en espíritu y en verdad (Juan 4:23). Ahora el Espíritu viviría en el templo de cada creyente. La adoración sería liberada de edificios majestuosos y de un complicado ritual. Según las palabras de los evangelios, «Algo más grande que el templo está aquí» (Mateo 12:6).

Jesús sería el sacrificio final y definitivo. El sería el Cordero de Dios sin mancha, que moriría por los pecados del mundo. Jesús revelaría los secretos de la Torah de amor, que sobrepasa el detalle legalístico. Esta Torah convertiría en obsoletos la limpieza ceremonial, los lavatorios y los sacrificios. Jesús afirmó lo nuevo, la religión al revés cuando dijo al escriba «no estás lejos del reino de Dios», y el entendió que ésto era superior que todos los holocaustos y sacrificios (Marcos 12:34-35). En Jesús vemos la religión al revés, o sea sin edificios, sin programas, sin clero profesional. En Jesús tenemos un sacrificio final, una ofrenda definitiva, un nuevo templo en el corazón de cada creyente, y la Torah suprema, la ley del amor.

Jesús rechazó la tentación de un despliegue espectacular. Prefirió el secreto mesiánico. A lo largo de todo su ministerio, poco a poco reveló su identidad. Hablaba en acertijos y parábolas. Este no era un Mesías arrogante y jactancioso. Este no era un mago realizando señales especiales para que las multitudes aplaudieran. Su misma vida fue una señal. Cuidado por los perdidos, compasión por los pobres, amor para todos; estas fueron las señales mesiánicas de su ministerio.

Los nuevos héroes eran los desechados de la religión institucionalizada; eran los pecadores arrepentidos y los publicanos, los colectores de impuestos y las prostitutas. Y ¿dónde quedaban los viejos héroes, los escribas y los sacerdotes, los fariseos y los saduceos, los guardianes del camino santo antiguo? Ellos ahora eran los villanos, destronados, humillados. No es de extrañas que quisieran matarlo.

Preguntas para discusión

  1. ¿Cómo se compara la descripción del templo expuesta en este capítulo con su anterior conocimiento del templo?
  2. ¿Qué paralelos existen (si los hubiere) entre la religión institucionalizada en el judaísmo y la religión institucionalizada de hoy?
  3. Si usted hubiera vivido en el tiempo de Jesús, ¿a cuál de los grupos religiosos se hubiera adherido? ¿Por qué?
  4. ¿Tenemos hoy día una «ley oral» que sirva de comentario a las Escrituras?
  5. ¿Por qué Jesús fue tan cauteloso respecto a su identidad mesiánica?
  6. Si usted hubiera sido María o Zacarías, ¿qué clase de Mesías hubiera esperado?
  7. ¿De qué maneras nos vemos tentados hoy a involucrarnos en el despliegue de una religión elaborada?
  8. ¿Quiénes son ahora los héroes y los villanos?

 


1. Jeremias (1975:25).

2. Martin (1975:78).

3. Jereiías (1975:200-205) brinda un excelente resumen del funcionamiento del templo.

4. Lohse (1976:157).

5. Jeremias (1975:83).

6. Metzger (1965:55).

7. Jeremias (1975:75).

8. Interpreter's (1962[4]:216).

9. Jeremias (1975:160-212).

10. Mi discusión sobre la Torah se basa primordialmente en Guignebert (1959:62-67). Para una excelente introducción a la Torah, consulte Neusner (1979).

11. Jeremias (1975) y Saldarini (1988) son las referencias básicas para esta sección acerca de los escribas.

12. Jeremias(1975:243).

13. Saldarini (1988:298-307) brinda un excelente estudio basado en los pocos datos disponibles sobre los saduceos. Aunque muchos eruditos han observado que los saduceos se oponían a la ley oral de los fariseos, Saldarini argumenta que es muy posible que los saduceos tuvieran su propia interpretación oral.

14. Para un exposición más amplia acerca de los fariseos, vea Borg (1984), Jeremías (1975:246-267), Moxnes (1988) y Saldarini (1988).

15. Martin (1975:109-116) y Ford (1984:13-36) resumen el mesianismo revolucionario en la tradición judía.