Colección de lecturas
 

PDF Lo bajo es alto

El reino al revés
por Donald B. Kraybill


The Upside-Down Kingdom
Copyright © 1878, 1990 Herald Press (Scottdale, EEUU)
Traducción: Marta J. de Mejía
Copyright © 1995 Ediciones SEMILLA (Guatemala)
Reproducido aquí con permiso.



11. Lo bajo es alto

La escalera social

En el último capítulo contemplamos la interacción humana sobre un tablero de ajedrez. La vida social, sin embargo, no se desarrolla en un plano horizontal. El tablero de ajedrez social lo debemos visualizar en forma vertical, con sus casillas apiladas una encima de la otra, como los apartados postales en la oficina de correos. Unas casillas están considerablemente más altas que otras. Capturamos esta dimensión vertical de la vida cuando hablamos de apilar órdenes y de escaleras sociales. Tales palabras son muy descriptivas y reflejan el hecho que la sociedad no es plana. La gente no es igual. Algunos son más importantes y distinguidos que otros. La estratificación es un término técnico que se aplica a la jerarquización social. Este capítulo explora las perspectivas cristianas acerca del poder y de la estratificación.

Hay quienes prefieren sonreír dulcemente y pensar que, después de todo, todos somos iguales; pero si meditamos un poco, nos convenceremos que la estratificación existe. Un padre orgulloso porque su hija se ha graduado de abogado, comparte entusiastamente la noticia con sus amigos. Pero el mismo padre se avergüenza cuando cuenta que otro de sus hijos ya no quiere seguir estudiando la secundaria.

Enfrentémoslo. El que ocupa un puesto en un comité ejerce más poder que los miembros comunes. En el ámbito denominacional, los episcopales gozan de más prestigio que los pentecostales. Los judíos, como grupo étnico, tienen más influencia en la política norteamericana que los amish. Naciones, iglesias, grupos étnicos, ocupaciones y personas son jerarquizados y ocupan un rango particular en nuestra mente. El apilamiento emerge en todas las sociedades. Está profundamente enraizado en la experiencia humana en todo el mundo.

Los rangos sociales disminuyen el valor de algunas personas y añaden valor a otras. Valorizamos a la gente por su habilidad para realizar un trabajo determinado. Los presidentes, los doctores y los gerentes son valiosos. Los lustrabotas, lavaplatos y mecanógrafos no lo son tanto.

Nuestro ingreso semanal subraya esta dura realidad. Se nos paga de acuerdo a valores determinados socialmente. Nuestra paga nos recuerda cuánto valemos. Es difícil establecer la diferencia entre nuestro valor como personas y nuestro valor económico. Vemos a los demás según el valor económico del salario que devengan. Podemos decir a una persona que es muy importante, pero si le pagamos la mitad de lo que pagamos a los demás, esta persona sabrá muy bien qué pensamos de ella.

Un sociólogo ha observado que debiéramos escoger con mucho cuidado a nuestros padres, pues nuestro nacimiento determina el lugar que ocuparemos en el sistema de estratificación. La altura de nuestro escalón en la escalera social ejerce un impacto inmenso en las oportunidades que tendremos en la vida. Hay un mundo de diferencia entre nacer en una familia acaudalada, o en una pobre. Su influencia va desde experimentar desnutrición o mortalidad infantil, hasta asistir a la universidad, ir a parar a prisión o caer en la tortura mental. La calidad de nuestra vida, cuidado médico, educación, trabajo, vivienda, aun nuestra misma longevidad, dependen en gran medida del escalón en donde nos toque nacer.

El músculo social

El poder social surge y decrece según la altura relativa de los escalones en la escalera social. En un sentido amplio, el poder es la habilidad de afectar la vida social. Es la capacidad de «hacer que las cosas sucedan». Para hacer que las cosas sucedan, necesitamos recursos. Necesitamos conocimiento, dinero, posición. Los que poseen y controlan los recursos pueden hacer que las cosas ocurran más fácilmente que los que carecen de ellos.

Cuatro tipos principales de poder fluyen de acuerdo a nuestros recursos:

  1. El poder económico se fundamenta en los recursos financieros. El dinero facilita que las cosas ocurran. Es una de las más importantes fuentes de poder.
  2. El poder especialista surge de poseer conocimiento o información especial. Los médicos y abogados ejercen poder como expertos porque controlan conocimiento especial en medicina y leyes.
  3. El poder organizacional surge de la posición que una persona ocupa dentro de una organización. Un vicepresidente ejecutivo tiene más poder que el mecanógrafo, porque el ejecutivo ocupa una posición más alta en el organigrama empresarial.
  4. El poder personal surge de la apariencia y rasgos personales. Cierta gente nos atrae por su estilo y maneras agradables. Su encanto nos cautiva.

Cuando un individuo u organización tiene acceso a los cuatro tipos de poder, empuña un cetro enorme de poder. Ser presidente, de buena apariencia, rico e inteligente ¡es ser excesivamente poderoso! El poder no es necesariamente malo. Todos nosotros ejercemos algo de poder diariamente. Es parte natural de la vida social. No obstante, debemos saber cómo usarlo. ¿Cuáles son las formas correcta e incorrectas de ejercer el poder desde una perspectiva cristiana?

El Doctor Arriba y Juan Abajo

Una ilustración sacada del mundo académico agudiza la desigualdad producida por la estratificación social. Comparemos al Dr. Arriba, catedrático universitario, con Juan Abajo, conserje que limpia la oficina del Dr. Arriba.

En primer lugar, Juan y el Doctor comparten los extremos opuestos en la jerarquía universitaria. El Doctor está en la cima de la comunidad «profesional». Juan forma parte del equipo de mantenimiento. La diferencia de status se hace patente en sus títulos. El Dr. Arriba es «Doctor», «Profesor», o «Don Arriba» algunas veces para algunos estudiantes irrespetuosos. El nombre y título del Dr. Arriba aparecen en una placa dorada en la puerta de su oficina.

Juan no tiene ningún título. A él simplemente lo llaman «Juan». No tiene oficina, ni tampoco ninguna placa. La ropa confirma las diferencias de posición. Juan usa pantalones de lona, playeras y unos viejos zapatos tenis. El Dr. Arriba usa saco, corbata y mastica Certs [1]. Se peina el cabello con frecuencia frente al espejo privado que tiene en el closet de su oficina. Juan, por supuesto, no tiene ni closet, ni espejo privado.

En segundo lugar, en cuanto a poder, los caminos de Juan y el Doctor se apartan diametralmente. El Doctor puede solicitar a Juan que trabaje para él en su oficina, colgando cuadros, acomodando el mobiliario, o sacudiendo telarañas. Si el aire acondicionado está muy fuerte, el Doctor grita a Juan que lo reduzca. Si al Doctor se le olvidan las llaves de su oficina, pide a Juan que se la abra. Juan aun prepara el café para el Dr. Arriba y sus colegas. Si Juan no obedece, el Dr. Arriba envía un memo al supervisor de Juan. ¡Lotería! Ese es el fin de cualquier aumento para Juan.

Juan no ejerce ningún control sobre el Doctor. Puede pedirle un favor, pero carece de poder. Ciertamente no puede recompensar o castigar al Doctor. El Dr. Arriba conoce personalmente al rector de la universidad y a veces le pide favores especiales. Pero el rector ni siquiera conoce el nombre de Juan, y mucho menos se ocuparía de hacerle favores a «un viejo conserje».

En tercer lugar, en cuanto a prestigio, también existe un gran vacío. Cuando el Doctor camina por los pasillos, los estudiantes lo saludan con sonrisas y a coro dicen «hola, Doctor>. Cortésmente se apartan si él va de prisa. El rector siempre da un apretón de manos al Doctor y le sonríe cálidamente. Cuando los estudiantes traen a sus padres a la universidad, se detienen en la oficina del Doctor para presentarlos. Al Doctor le gusta contar a sus amigos en la comunidad que él es catedrático universitario. Es un trabajo respetable.

Cuando Juan camina por los pasillos, lo más que recibe es una leve inclinación de cabeza, o un «hola, Juan», de los catedráticos que lo conocen. Usualmente no se supone que reciba sonrisas amables del rector, ni tampoco que les sea presentado a los padres de familia. Y realmente a él no le gusta contarle a la gente lo que hace. Él sabe que es algo que Tomás, Pedro o Paco podrían hacer.

Finalmente, en cuanto a privilegios, las cosas son muy diferentes. El salario es la ventaja más obvia del Doctor. Gana tres veces más que Juan por sólo ocho meses de trabajo. Juan, por otra parte, obtiene una semana de vacaciones, algunos días de asueto para asuntos personales, y una tercera parte del salario del Doctor. Los beneficios secundarios del Doctor exceden a los de Juan. Su fondo de retiro es mucho más alto, puesto que está estrechamente ligado al porcentaje de su salario.

El Doctor tiene control sobre su horario. Llega por la mañana cuando quiere, y se retira cuando quiere. Si surge algo importante, el Doctor puede cancelar sus clases para el día con una nota de «ausente de la ciudad». Siempre que no falte a su horario de clases, el Doctor puede tomarse el tiempo necesario para ir al médico o para visitar a un amigo fuera de la ciudad, sin decírselo a nadie. Sale del recinto universitario a tomar café, o de compras. El Doctor tiene un escritorio y una oficina privada.

Para Juan las cosas son diferentes. Mañana y tarde tiene que marcar tarjeta. Debe programar sus vacaciones por lo menos con dos meses de anticipación. Durante los recesos para tomar café, tiene que permanecer en el recinto universitario, pues debe estar listo para trabajar en todo momento. El único privilegio que Juan tiene es la oportunidad de leer los desechos de correspondencia de todos cuando vacía los botes de basura. A pesar de sus diferencias, el Doctor y Juan pagan el mismo precio por el pan, alimentos, gasolina y enseres de casa.

Un senador de los Estados Unidos describe el prestigio y privilegios que acompañan la posición de senador:

Todos mis movimientos en el Senado perpetúan este mensaje ególatra. Cuando salgo de mi oficina para dirigirme al Senado, un elevador obedece inmediatamente las órdenes senatoriales revirtiendo su dirección, si fuera necesario, aunque pase de largo los pisos donde otros desolados pasajeros esperan inútilmente; pero a mí me lleva directamente al sótano. Mientras camino por el corredor, un policía al verme venir, llama un carro del tren subterráneo para que me lleve al edificio del Capitolio. El operador del elevador, el policía del Capitolio y el conductor del tren me saludan con deferencia. En el carro, que está reservado para que los senadores viajen solos, yo puedo tomar el asiento delantero. Un policía hace bajar a los turistas que ya están sentados en el carro, a menos que yo insista en lo contrario. En el Capitolio, otro elevador marcado SOLO PARA SENADORES me lleva al piso del Senado. Allí, con sólo levantar una ceja, un edecán me alcanza un vaso de agua, lleva un mensaje, u obtiene para mí cualquier cosa que necesite. Atentos ayudantes me informan qué leyes se someterán a votación, aunque nadie me molesta con los detalles, a menos que yo lo pregunte [2].

¿Con qué autoridad?

La estratificación no pertenece únicamente a la sociedad moderna. El lenguaje de la estratificación aparece en los evangelios. Jesús estaba consciente de la realidad de los rangos sociales. El ángel informó a María que Jesús sería llamado Hijo del Altísimo y que el poder del Altísimo la cubriría con su sombra (Lucas 1:32-35). Zacarías profetizó que su hijo Juan sería profeta del Altísimo (Lucas 1:76). Jesús prometió que seriamos hijos del Altísimo si amamos a nuestro enemigos, hacemos el bien, y préstamos sin esperar nada a cambio (Lucas 6:35). Un demonio llamó a Jesús Hijo del «Dios Altísimo» (Marcos 5:7). El Altísimo en las Escrituras es otro de los nombres de Dios, sugiriendo que Dios está en la parte más alta de la escalera.

Jesús usa con frecuencia la palabra autoridad. Al principio del evangelio de Lucas, Jesús rechaza la «potestad» —que es lo mismo que autoridad— y la «gloria» de los reinos de este mundo (Lucas 4:6). Más adelante en el mismo capítulo, Jesús echa fuera a un demonio y la gente maravillada pregunta: «¿Qué palabra es ésta, que con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos, y salen?» (Lucas 4:36).

Jesús da la espalda al derecho legal de gobernar de acuerdo a la autoridad política, pero no rechaza la autoridad. Su derecho de gobernar no proviene de la fuerza política coercitiva, sino del Altísimo. El no comanda ejércitos, mas sí da órdenes a los demonios. Aunque su autoridad no descansa en caballos blancos, carrozas, tanques y victorias militares, la gente reconoce su autenticidad. «Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mateo 7:28-29; Marcos 1:22).

Irónicamente, Jesús llega a la gente sin las tradicionales galas de la autoridad. No tiene ningún rango político, ni el entrenamiento necesario para ser escriba. Después de una sesión de enseñanza, «se maravillaban los judíos diciendo: ¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?» (Juan 7:15). Sin una licencia de escriba no solamente enseña, sino que enseña en forma precisa y con fuerza. Sus palabras tienen autoridad propia. La audiencia certifica su autoridad, no una junta de teólogos expertos en Jerusalén.

Su autoridad no es ratificada únicamente por las multitudes. Cuando el centurión se acerca a Jesús requiriéndole que sane a su siervo, Jesús comienza a caminar hacia la casa del centurión. Este se lo impide diciendo que no es digno de que Jesús entre en su casa. «Solamente di la palabra y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Vé y va; y al otro: Ven y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace» (Mateo 8:8,9). Cuando Jesús oyó esto se maravilló y sanó al siervo del centurión. Los soldados y esclavos bajo el mando del centurión obedecen con presteza sus órdenes.

¿Por qué se maravilla Jesús cuando el centurión describe su posición de poder? ¿Será que sus palabras son una amenaza para Jesús: Sana a mi criado, o ... atente a las consecuencias?, no más bien el centurión compara la autoridad de Jesús con la suya. Este gentil comprende que Jesús, al igual que él, es un hombre con autoridad. Esta es la confesión de fe de un gentil, no una amenaza militar. El reconoce que Jesús tiene poder para sanar a su siervo, aun a distancia. Jesús se maravilla que este gentil tenga una comprensión tan plena de su autoridad y poder.

Irónicamente, los campesinos y el centurión comprenden la naturaleza de la autoridad de Jesús, mientras que las autoridades religiosas están perplejas. Un día los principales sacerdotes y los ancianos interrumpen sus enseñanzas para preguntarle: «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te dio esta autoridad?» (Mateo 21:23 y Marcos 11:28). En otras palabras, ¿quién dice que puedes enseñar? ¿Quién te confirió el derecho de enseñar? ¿Quién firmó tus papeles de ordenación?

Jesús les responde proponiéndoles una pregunta. «El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo, o de los hombres?» (Mateo 21:25). Si ellos respondían que la autoridad de Juan provenía de su poder de persuasión, la multitud se enfurecería porque ellos creían que Juan era un profeta. Jesús no responde a su pregunta porque ellos no pudieron responder la suya. Al interrogarlos acerca del Bautista, se solidariza con Juan. Las preguntas y respuestas acerca de la autoridad del ministerio de Juan, también se aplican a su propio ministerio. Poco tiempo atrás, los fariseos habían acusado a Jesús de que su autoridad provenía de Beelzebú. Ahora los sacerdotes principales enfrentaban dos opciones: O Jesús contaba con el respaldo del Altísimo, o bien era un astuto embaucador de multitudes.

En el evangelio de Juan, Jesús clarifica cuál es la fuente de su autoridad.

No puedo yo hacer nada por mí mismo ... yo no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Juan 5:30

El Padre, ... ha dado al Hijo ... autoridad de hacer juicio. Juan 5:26-27

Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. Juan 7:16

Yo nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Juan 8:28

Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Juan 12:49

Una y otra vez, Jesús subraya cuál es la raíz de su autoridad. No es propia. El es mayordomo de la autoridad de Dios. Tiene un poder legal. El actúa en nombre de Dios. Su Padre le ha dado el «derecho» de hablar acerca del reino. Esto es fundamental. El que habla en nombre de otro, dirige a la gente al otro. Los líderes auto-nombrados que hablan por su propia autoridad, dirigen a la gente a sí mismos. Jesús comprende esto muy bien cuando dice: «El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca» (Juan 7:18). Después que Jesús sanó al paralítico «la gente se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres» (Mateo 9:8). Jesús usa su autoridad de tal forma que hace que la gente glorifique a Dios. Él no es un profeta que se auto-aclame deleitándose en el aplauso de la multitud.

En resumen, hay varios temas que hilvanan la forma en que Jesús comprendía la autoridad.

  1. No cabe ninguna duda de que él se veía a sí mismo como mayordomo del poder de Dios. Dios le había dado el derecho de hablar.
  2. Tuvo mucho cuidado de usar su autoridad de tal forma que no le trajera prestigio personal. Sus palabras y hechos reflejan los deseos de Dios.
  3. Usa su autoridad para servir y ayudar a otros. Ellos fueron los beneficiarios de su poder.
  4. A pesar de que su ordenación no había sido certificada por los canales adecuados, las multitudes percibían la autenticidad de su mensaje y le brindaron su total apoyo y acreditación.

Deja de trepar

En todos los evangelios sinópticos Jesús reprende a los líderes que tratan de trepar por la escalera. Señala tres formas en las que los líderes religiosos pulen sus rangos eminentes en la escalera judía. En primer lugar, les fascinaban las ropas ostentosas. Según las palabras de Jesús, gustan de andar con largas ropas, ensanchan sus filactelias y extienden los flecos de sus mantos (Mateo 23:5; Marcos 12:38; Lucas 20:46). Los fariseos usaban ropa fina y llamativa para recordar a la gente su posición superior en el sistema social.

En segundo lugar, en la sinagoga había un lugar especial asignado para los dignatarios prominentes. Un escriba podía sentarse en el asiento de Moisés, al frente del salón, viendo a la congregación. Todos podían verle y admirar su lugar especial. Jesús reprende a los escribas por buscar las primeras sillas en las sinagogas y los primeros asientos en las cenas (Mateo 23:6; Marcos 12:39; Lucas 20:46). El lugar de honor en las fiestas quedaba a la derecha del anfitrión. Jesús estableció con claridad que tales maquinaciones en reuniones públicas no son aceptables en el reino al revés.

En tercer lugar, los escribas manipulaban el lenguaje para dar lustre a su prestigio. Insistían en ser llamados Rabí (Mateo 23:8). Puesto que el saludo representa una comunicación de paz, estrictas reglas ceremoniales dictaban a quién y cómo se debía saludar [3]. Jesús sabía que los títulos refuerzan el rango social al llamar la atención a la posición. Nos recuerdan que no todos somos iguales.

De un solo golpe Jesús termina con los títulos. «Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo» (Mateo 23:8-10). Membretarnos unos a otros con títulos no tiene lugar en el reino al revés. En su crítica contra los que ansían tener prestigio, Jesús denuncia la codicia por posiciones que mueve muchas facetas de la vida social.

Decreciendo

La búsqueda del status no era un problema exclusivo de los fariseos. También los discípulos cayeron en esa trampa. Un día comenzaron a discutir acerca de quién sería el mayor (Marcos 9:33-34). Pedro sentía que él debía ser el número uno, puesto que había sido el primero en comprender que Jesús era el Mesías. Santiago y Juan, sin embargo, pensaban que ellos debían ser primeros porque habían sido testigos de la transfiguración. Santiago y Juan eran presa de tanta ansiedad respecto a su posición que suplicaron a Jesús: «Maestro, querríamos que nos hagas lo que pidiéramos» (Marcos 10:35). En el reino querían sentarse en los mejores asientos, uno a la derecha y el otro a la izquierda de Jesús. Mateo registra que la madre de ellos estimulaba su ambición (Mateo 20:20-21).

De todas formas, encontramos al viejo espíritu autocrático de «haz esto, y haz aquello» en medio de los discípulos. La mentalidad de mandar a otros acosa a la gente, desde el mayor hasta el menor. Jesús los reprendió por su ansiedad de posición y poder tomando a un niño en sus brazos. «El que reciba en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió» (Marcos 9:37).

Pocos días más tarde, los discípulos reprendieron a ciertos niños que querían que Jesús los tocara. Jesús se indignó ante este juego de poder (Marcos 10:13-14) [4]. Para los discípulos estos niños no tenían ningún valor. No ocupaban ningún lugar prominente. No ayudarían a la causa. Jesús tenía que dar su tiempo a la gente influyente. Los niños distraerían a Jesús de su misión.

Los discípulos todavía no habían absorbido la lógica del reino al revés. Para Jesús, los niños eran tan importantes como los adultos. No sólo pasó tiempo con esos pequeños, sino que los puso como modelo de los ciudadanos del reino « ... porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Marcos 10:14-15).

Mientras que los discípulos buscaban alcanzar una posición y apartaban a los niños, Jesús usa a un niño para simbolizar la forma de vivir en el reino. Típicamente nosotros decimos a la gente que crezca y que «actúen de acuerdo a su edad». Jesús da vuelta a la lógica. En nos dice que decrezcamos y regresemos a comportarnos como los niños. ¿Por qué? ¿Cómo pueden los niños instruir a quienes quieren aprender acerca del reino? ¿Por qué Jesús baja hasta el fondo de la escalera social para dar un ejemplo?

Los niños clasifican muy bajo en rango y poder. Son totalmente dependientes de otros, constituyen pasivos económicos. Los niños no hacen distinciones sociales. No meten a los demás en casillas. Todavía no han aprendido a jugar de acuerdo a las reglas sociales de los adultos. Antes que sus padres les adviertan lo contrario, son amables con los extraños. Todavía desconocen lo relativo a los estigmas de raza y etnia. El color, la nacionalidad, el titulo y las casillas sexuales significan muy poco para los niños. No tienen ningún conocimiento de las estructuras burocráticas o de las jerarquías.

El uso y la manipulación de poder es totalmente extraña para un bebé. Su llanto indudablemente logra resultados: los padres acuden presurosos. Sin embargo, el llanto es solamente una reacción ante sus necesidades biológicas, no un poder que maneja y manipula a los demás. Cuando los niños crecen aprenden las tácticas del poder. En sus primeros años son confiados. El hijo que tiene buenos padres confía en ellos totalmente.

Jesús invita a los ciudadanos del reino a ser como niños en estas áreas. En lugar de buscar el primer lugar, nos exhorta a que, como niños, ignoremos las jerarquías. Nos alienta a volvernos como ellos, que pasan por alto las diferencias de posición, y que consideran a todos como igualmente importantes, sin considerar su rango y función social. En vez de clamar por más y más poder, nosotros los seguidores de Jesús lo compartimos con alegría. Recibimos con beneplácito la interdependencia. En vez de proclamar nuestra autosuficiencia, reconocemos nuestra necesidad y dependencia comunitaria. Ciegos a las distinciones sociales. dependientes de los demás, vivimos como niños, pues así es el reino de Dios.

Lo de abajo, está arriba

Los discípulos estaban desconcertados. Durante la Última Cena, sentados alrededor de la mesa, surge una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. Después de toda la enseñanza acerca de ser como niños, en medio de este sacro acontecimiento, los discípulos pelean por el puesto más importante. Como seres humanos típicos, quieren saber cómo están apilados unos con otros.

Jesús nuevamente trata de que comprendan el significado de la grandeza.

Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve.

Lucas 22:25-27

Una vez más Jesús pone nuestro mundo social al revés. El da vuelta a nuestras presunciones y expectativas. Radicalmente redefine lo que es la grandeza. Estas palabras golpean la misma raíz de dominación en todas las agrupaciones sociales. En la siguiente ecuación nuestras típicas concepciones acerca de la grandeza son sacudidas:

Grandeza = El que está arriba, poderoso, amo, el primero, gobernante, adulto.

Jesús invierte radicalmente la ecuación para que diga:

Grandeza = El que está abajo, siervo, esclavo, el último, un niño.

Aquí no cabe ninguna mala interpretación. Jesús pone de cabeza nuestra definición convencional. Los paganos gobiernan sobre sus súbditos. Desarrollan jerarquías de poder. «No así entre vosotros», susurra Jesús. En el reino al revés la grandeza no se mide por cuanto poder ejerzamos sobre los demás. El prestigio al revés no se calcula por nuestro rango en la escalera social. En el reino invertido de Dios, la grandeza se determina por nuestra disposición a servir. El servicio para los demás es la vara de medir las posiciones en el nuevo reino.

Luego Jesús formula una profunda interrogante, ¿Quién es más grande? ¿El principal funcionario ejecutivo de una gran empresa cenando en el comedor ejecutivo, o el mesero que le sirve? ¿El presidente de la nación volando en su jet privado, o la aeromoza que lo sirve? El ejecutivo y el presidente, por supuesto, son más importantes. Los meseros y las aeromozas se consiguen a diez centavos la docena; cualquiera puede realizar su trabajo. Pero el funcionario ejecutivo tiene años de entrenamiento especial y experiencia. Cualquiera sabe que un ejecutivo es más importante que un mesero o una aeromoza.

No en mi reino, dice Jesús. Pues yo estoy entre vosotros como el que sirve, como esclavo, no como jefe. En lugar de dictar órdenes y directrices a los subalternos, Jesús los mira desde abajo preguntando cómo puede servirles. El camino de Jesús mira desde el fondo, no desde la cima. Tal postura desafía el individualismo moderno que ubica sobre cualquier otra cosa los derechos, los privilegios y la auto-realización personal. Jesús invita a humilde servidumbre, no al individualismo egoísta. En lugar de preguntar cómo podemos avanzar, suplir nuestras necesidades y desarrollarnos, los discípulos preguntamos cómo podemos servir mejor a los demás.

Las charlas modernas sobre servicio con frecuencia se quedan cortas en cuanto al camino de Jesús. Con frecuencia usamos slogans de servicio, no tanto para servir, como para seducir a otros para que compren productos o «servicios» que realmente no necesitan. Cuando esto ocurre, los llamados siervos se convierten en hábiles manipuladores. Él o ella se convierte en agente de publicidad que usa el lenguaje del servicio para promover intereses egoístas. Mucha gente de «servicio profesional», ubicada bien alto en la escalera social, mira a sus clientes desde una perspectiva de «arriba hacia abajo». «Sirven» a sus clientes mientras que sus servicios redunden en utilidades en dólares y en prestigio; pero cuando el cliente precisa ir en contra de los intereses del profesional, el «servicio» se interrumpe abruptamente. Tal «servicio» no puede ser llamado cristiano.

En contraste, el servicio de Jesús terminó en la cruz. El estuvo dispuesto a servir a las necesidades de los enfermos en día sábado, aun corriendo el riesgo de perder la vida. Anunció el perdón de los pecados, cuando tales palabras blasfemas indudablemente le conducirían a la muerte. El estilo de servicio de Jesús no le rindió ni utilidad económica ni prestigio social, todo lo contrario; su servicio enfureció a la autoridad y resultó en su violenta muerte. Para Jesús, servir no significaba abastecer a los ricos que podían pagar precios altos.

Jesús sirvió al «más pequeño de estos», a aquellos que se hallaban en el fondo. El más pequeño de los pequeños no podía pagarle de vuelta. Al servirlos, indudablemente, se mancharía cualquier reputación profesional en la comunidad profesional. Después de todo, sólo los abogados, doctores y maestros incompetentes servían a los estigmatizados. Y lo hacen solamente cuando no pueden alcanzar una práctica lucrativa entre los respetables. A los discípulos de Jesús no les preocupa esto. Ellos dan un vaso de agua fría en su nombre, aun a los pequeños que carecen de poder o prestigio social (Mateo 10:42).

Jesús ha redefinido la grandeza, pero ¿qué quiere decir? ¿Cómo es posible que en el reino los más grandes sean menos importantes? El comprende que la grandeza social crece con el acceso al poder. En la cultura moderna, consideramos grande a quien manda y señorea sobre otros. El presidente, el gerente ejecutivo, el jefe de departamento son aplaudidos por la sociedad, aunque no necesariamente por sus subordinados.

¿Sugiere Jesús que los conserjes, los obreros, los que sólo pueden trabajar medio tiempo, los débiles, los pobres y los estigmatizados automáticamente están en la cima en su reino? ¿Está él llamando a un cambio completo donde los que están en la cima de la escalera de este mundo intercambien lugar con los que están en el fondo en el reino de Dios? Me parece que no. En lugar de poner la jerarquía cabeza abajo y organizar una nueva, Jesús cuestiona la misma necesidad de que exista una jerarquía. La declara inconstitucional para su pueblo. También propone un nuevo criterio para evaluar la grandeza.

Al describir a Juan el Bautista, Jesús dice: «Os digo que entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él» (Lucas 7:28). ¿Qué significan estas sorprendentes palabras? Jesús está comparando dos órdenes de estratificación. Entre las personas nacidas en la carne, ninguno es mayor que Juan. El es el más grande, el último de los profetas.

Pero en el reino, entre los nacidos del Espíritu, aun el más pequeño es mayor que Juan. Si el más pequeño de los ciudadanos del reino es mayor que Juan, obviamente los demás también son más grandes. Jesús no está burlándose de la importancia de Juan. Simplemente está diciendo que todos los que son nacidos del Espíritu, son tan grandes como el más grande de los profetas. Sus ojos brillan. El argumenta que en el reino al revés, ¡todos son los más grandes! De manera que en este reino no hay gente pequeña.

Jesús está invalidando el lenguaje de «más grande y más pequeño». Ese tipo de lenguaje no tiene lugar en las conversaciones del reino. En lugar de sustituir la vieja jerarquía con una nueva, Jesús aplana las jerarquías [5]. El comprende que las jerarquías con facilidad comienzan a funcionar como deidades. Los humanos se inclinan ante ellas, las adoran y las obedecen. Jesús, de una vez por todas, destruye la autoridad de la jerarquías para actuar como dioses. El nos invita a participar en el reino plano, donde cada uno es el más grande. En este reino los valores del servicio y de la compasión sustituyen a los valores del dominio y del mando. En esta familia plana, los más grandes son aquellos que enseñan y obedecen los mandamientos de Dios (Mateo 5:19). Aman a Dios y al prójimo tanto como a si mismos.

Mirando hacia abajo

La arrogancia cabalga junto con el poder y el prestigio. Algunos que llegan a la cima se jactan de «sus grandes logros» y se solazan bajo la luz de su posición de celebridad.

Jesús relata la historia de un hombre que asiste a una fiesta de bodas y con todo cuidado inspecciona el prestigio inherente a cada lugar. Luego, escoge un lugar distinguido para afirmar su importancia. Los asientos se llenan. Un invitado eminente llega a la fiesta algunos minutos tarde, después que todos los asientos principales estaban ya ocupados. El anfitrión entonces le pide que ceda su lugar al invitado recién llegado, y avergonzado tiene que ocupar el último lugar.

Jesús dice que es mejor escoger el último lugar, a menos que el anfitrión te invite a ocupar un lugar mejor. La inversión se hace patente nuevamente: «Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido» (Lucas 14:11). Jesús repite esta misma regla después de relatar la parábola del publicano y el fariseo en el templo (Lucas18:14), y de reprender a los fariseos por buscar posiciones con vestimentas y títulos (Mateo 23:12).

¿Qué significa este acertijo sobre la humildad? La intención de Jesús no es enseñar reglas de etiqueta entre comensales. Nuestra tendencia normal es buscar las posiciones de honor. Por cuanto disfrutamos los ¡Oh! y ¡Ah! de la gente, asumimos que estar arriba es mejor. Pero en lugar de respaldar tal vuelo hacia arriba, Jesús nos exhorta a movernos hacia abajo. Nos pide tomar los últimos lugares. Sus discípulos, en deferencia a los demás, con gusto ceden los mejores lugares. Sus discípulos, en deferencia a los demás, con gusto ceden los mejores lugares. Están tan ocupados sirviendo las mesas que casi no tienen tiempo para sentarse. Su ocupación es servir, no buscar los lugares de honor. Los que se exalten ocuparán los últimos lugares en el reino; pero los que confiesen su orgullo y humildemente sirvan a los demás, son exaltados en el reino al revés.

Contrariamente al pensamiento del reino, nosotros típicamente miramos para abajo en la escalera social y musitamos: «Si yo lo logré, ellos también podrían lograrlo. Si los pobres tan sólo trabajaran un poco más y fueran más responsables, podrían salir de su pobreza también». Los que ocupan los escalones más altos con frecuencia orgullosamente asumen que ha sido su esforzado trabajo y motivación los que los llevaron a la cumbre. Nos gusta pensar que nuestro arduo trabajo ha sido el único factor detrás de nuestro éxito. En realidad, existen por lo menos siete factores que, de una u otra forma, nos colocan un escalón particular de la vida social. Algunos factores están bajo nuestro control; otros factores eluden el control. La mezcla única de estos factores —que son reflejo de tiempo, providencia, lugar y personas— tallan nuestro nicho especial.

¿Cuáles son estos factores formativos?

  1. La fuerza biológica moldea el lugar que ocupamos en la vida. Los rasgos físicos, la inteligencia, los niveles energéticos, el color de la piel, el sexo y algunas enfermedades indudablemente son heredadas. No ejercemos ningún control sobre ellas. Un niño retrasado no ha escogido ser estigmatizado. Estas mancuernillas genéticas limitan a algunos y favorecen a otros.
  2. Los valores culturales también condicionan nuestra experiencia. En algunas culturas, se enseña a los niños a trabajar duro, hasta lo disfrutan; en otras, se ridiculiza el arduo trabajo. Los que trabajan duro no pueden jactarse de ello si nacieron en una cultura que les enseñó a disfrutar el trabajo tesonero.
  3. La motivación personal con frecuencia tiene raíces biológicas y culturales. La cantidad de simpatía personal, empuje y persistencia modula el impacto de los demás factores.
  4. Los bienes comunitarios también establecen una diferencia. Las barajas de la vida están apiladas en favor de los niños nacidos en comunidades de clase alta con los mejores empleos, escuelas y hospitales. Los niños nacidos en vecindarios abandonados aunque trabajen con gran tesón, enfrentan enormes dificultades y cortapisas.
  5. La estabilidad familiar moldea la vida emocional del niño. Inseguridades que duran toda la vida pueden perseguir a los niños provenientes de hogares desequilibrados emocionalmente.
  6. La herencia económica puede impulsar a un niño a un lugar prominente. Muchos al heredar un negocio, una fortuna o un nombre político se colocan en posiciones poderosas que probablemente jamás habrían alcanzado por sí mismos.
  7. El azar también esculpe nuestro nicho en la vida. Algunos pueden volverse ricos porque el precio de la propiedad se triplicó de la noche a la mañana. Otros pierden todo como consecuencia de una catástrofe social o financiera. Estar en el lugar correcto, con la gente correcta, en el momento correcto, hace la diferencia.

La influencia relativa y la mezcla única de estos factores varía en gran manera. Un poco de reflexión patentiza que no escogemos a nuestros padres, ni nuestro derecho de nacer, ni nuestras comunidades o culturas. Muchos factores que influyen en el lugar que ocupemos en la vida escapan a nuestro control. Esto no significa que seamos meros robots o marionetas movidos por fuerzas misteriosas. Nuestras elecciones y decisiones sí moldean nuestros destinos. La motivación personal establece la diferencia. Es importante trabajar con tesón.

Contrario al culto del individualismo, sin embargo, la ambición no es el único factor para alcanzar el éxito. el individualismo aliente un orgullo, que carece de fundamento, en nuestros logros «personales» y disgusto por los que, frecuentemente por razones fuera de su control, están en los escalones inferiores. Es arrogante que la gente asuma que «lo han logrado» sólo porque trabajaron duro. El culto al individualismo altivo recibe crédito personal por sus logros personales, haciendo a un lado las ventajas o impedimentos establecidos que también juegan un papel importante.

Al mirar hacia abajo en la escalera social, los seguidores de Jesús son movidos a compasión. La humildad los embarga. Comprenden que están donde están, sólo por la gracia de Dios. También se dan cuenta que no ha sido la pereza o dejadez, sino caprichosos factores sociales, económicos y genéticos los que han hecho encallar a muchos de los que están debajo de ellos. Esto no niega el valor de la iniciativa personal. Pero si pone la iniciativa en perspectiva como una de las muchas corrientes de influencia en nuestro destino. Una comprensión realista de cómo hemos llegado a los diferentes escalones de la escalera social, barre con cualquier arrogancia e impulsa al pueblo de Dios hacia una comprensión armoniosa.

Poder al revés

Jesús no fue un típico rey. No gritaba órdenes a sus generales, ni amenazaba a sus súbditos. No comandaba una dinastía religiosa o política. No dirigía ejércitos. A los jóvenes, a los últimos, a los más pequeños los presenta como héroes. Aclama al niño, al siervo y al esclavo como los ciudadanos ideales del reino. Se describe a si mismo como sencillo y humilde de corazón, diciendo que su yugo es fácil y ligera su carga (Mateo 11:29-30). Revela su verdad a los niños, y no a los sabios intelectuales (Mateo 11:25). Al fin de cuentas, ¿fue Jesús sólo un romántico idealista?

Jesús no perseguía el poder, pero el poder emanaba de él. En el desierto calladamente enseñó a sus discípulos en un sereno refugio, sin amenazar a los poderes gobernantes. Aunque no tuvo un puesto formal de poder, Jesús ciertamente no carecía de poder, lejos de ello; era tan poderoso, hacía que las cosas ocurrieran con tanta rapidez, que por eso lo mataron. Su poder enervaba a las autoridades religiosas y políticas.

¿Por qué Jesús constituía una amenaza? Porque su misma vida y mensaje intimidaba a las autoridades políticas y religiosas. Aunque se llamaba a sí mismo un siervo, criticaba el afán de prestigio de los escribas. Condenaba a los ricos por dominar a los pobres. Al desafiar la ley oral y purgar el templo, ataco el centro del poder religioso. Su llamado a la servidumbre ofrecía un modelo alternativo de poder.

La irrupción del reino de Dios a través de la vida de Jesús cortó el músculo de los poderes reinantes [6]. Las autoridades lo mataron porque no podían soportar la inestabilidad política. Pero tenían que tener mucho cuidado para quitarlo de en medio. El no solamente contaba con una pequeña banda de seguidores devotos, sino que atraía a grandes multitudes. Su influencia sobre las masas era tan fuerte que las autoridades temían que se desencadenara una revolución. Las autoridades sabían que si no tenían cuidado en la forma que trataban a Jesús, podrían provocar una revuelta (Lucas 22:2). Lo arrestaron bajo el manto de la oscuridad para prevenir un tumulto.

Jesús tenía poder, pero no se aprovechó de él para fines egoístas. ¿Mantuvo en secreto su identidad mesiánica para prevenir que la multitud lo declarara rey? Cuando creyó que lo podrían hacer rey por la fuerza, escapó al monte( Juan 6:15). Su poder sobre las multitudes no fluía de posiciones o credenciales formales. Las masas eligieron seguirle porque tenía una autoridad genuina, avalada por su disposición de rechazar los símbolos convencionales de posición y poder.

Jesús exhibía poder de conocimiento y personal. Su conocimiento de la ley y su penetrante entendimiento espiritual constituían la base de su poder de conocimiento. El controlaba los secretos del reino.

El poder personal de Jesús derivaba, no de un encanto personal, sino de su notable compasión para todos. No tenía poder financiero y organizacional. Ejercía su poder influyendo en la gente, nunca por coerción o control. Su estilo de enseñanza no era la de un demagogo irracional. Aun en esta área, él buscaba ganar el asentamiento de la gente a través de una influencia racional, no por manipulación emocional [7].

Jesús no tenía acceso al ejército. Tampoco podía estimular a sus seguidores con dinero. El simplemente hablaba la verdad y permitía que los individuos eligieran libremente. El se describe a si mismo como el buen pastor. El no persigue, ni empuja a sus ovejas, sino que las llama. Aquellos que reconocen su voz, le siguen (Juan 10:4).

Jesús respaldaba su potente palabra con acciones poderosas. Al romper las normas sociales —sanando en sábado, comiendo con los pecadores, hablando con las mujeres, limpiando el templo— proclamaba un nuevo juego de valores en un nuevo reino. Era un hombre con la sabiduría de un profeta, dispuesto a violar las costumbres sociales cuando éstas oprimían a la gente. Su poder estaba fundamentado, no en la coerción o la violencia, sino en una obediencia radical al reino de Dios. Esta lealtad repudiaba a todos los demás dioses. Jesús no rendía homenaje a ningún otro rey. Fue su total consagración al reino de Dios, aun enfrentando la muerte, la que hacía temblar a las autoridades.

El sello del poder al revés de Jesús era su disposición de renunciar a lo que legalmente era suyo. En lugar de asumir el papel de un típico rey, Jesús trabajó de abajo hacia arriba. En lugar de demandar servicio, servía. En lugar de dominar, invitaba. Como siervo, criado y portero, ministró a los que habían sido tirados al basurero humano. Esto no agradó a los poderosos. Ellos reaccionaron con su clásico tipo de poder: una violenta cruz.

Jesús no carecía de poder; pero rechazó la dominación y la jerarquía de la sociedad gobernante. Hay tres factores que destacan la forma en la que él usó el poder.

  1. Influencia, no control, era su principal forma de operar. El invita a los individuos a seguirle. Sus palabras y acciones provocan una crisis y él nos invita a elegir, a tomar una decisión voluntaria.
  2. Usa su poder para satisfacer las necesidades de los demás. Moviliza sus recursos para servir a las necesidades de los dolidos y estigmatizados.
  3. Jesús jamás usó el poder para utilidad o gloria personal. Voluntariamente abdicaba a sus propios derechos, para servir a los que se hallan en él fondo de la escalera. Desafiando la costumbre social, él vuelve a definir lo que significa derechos y expectativas.

De allá para acá

¿Qué podemos aprender de la forma en que Jesús entendía el poder? En aras de la discusión, permitaseme sugerir varias proposiciones:

  1. Debemos utilizar el poder para impartir poder a otros [8]. Esto es lo opuesto a lo que ocurre normalmente, ya que el poder puede compararse a bolas de nieve. Las personas e instituciones poderosas buscan más y más poder, con frecuencia a expensas de los demás. El ejercicio del poder perpetúa e incrementa la desigualdad de poder. Los poderosos se vuelven más poderosos, a la par que los más débiles menguan. La perspectiva al revés busca emplear el poder para que otros adquieran poder. Lo que anhela es brindarles los recursos necesarios para su autodeterminación.

  2. Debemos distribuir el poder tanto como sea posible. El poder tiende a gravitar alrededor de las manos de unos pocos. Los integrantes del núcleo de una organización tienen más influencia que los que están en la periferia. Siempre habrán diferencias de poder. Los cristianos, sin embargo, trabajarán para compartir y descentralizar el poder tanto como sea posible.

  3. Debemos minimizar la jerarquía en el gobierno social. Conforme las organizaciones crecen, aumentan el número de los escalones de su escala social. Aunque son necesarios, debemos reducir los escalones tanto como sea posible. Conforme esto ocurre, la coordinación sustituye a la dominación. Otra forma de esparcir el poder es por el colapso de las escaleras.

  4. Los seguidores deben estar dispuestos a conferir la autoridad necesaria al liderazgo. El liderazgo no debe ser auto-nombrado, ni impuesto por un agente externo. El liderazgo merece lealtad únicamente cuando los seguidores lo han conferido libremente al líder en respuesta a la posición de siervo del líder [9].

  5. La perspectiva cristiana mira hacia abajo en la escalera. Nuestra tendencia normal es trepar por las escaleras tan rápido como sea posible. El discípulo de Jesús trabaja para servir a los que carecen de poder, a los que están en el fondo de la escalera. Esto puede realizarse a través de un ministerio personal, o remodelando las estructuras sociales. Siguiendo el ejemplo de Jesús, debemos concentrarnos más en la condición de los que están abajo, que en avanzar nuestras propias posiciones.

Históricamente, la iglesia cristiana con frecuencia ha perpetuado los rígidos sistemas de jerarquización y estratificación. Dentro del contexto de la vida eclesiástica, a veces santificamos las cadenas de mando y dominación con un lenguaje piadoso. Es difícil usar la postura de Jesús para justificar las sagradas jerarquías. Seamos claros, sin embargo, en un punto. Esto no implica anarquía, desorden o confusión. El Espíritu de Dios promueve el orden en la vida del pueblo de Dios; pero la búsqueda del orden no requiere la adopción ciega de las formas burocráticas seculares. Si la forma y figura de la vida corporativa de la iglesia, se realiza conforme a los principios de Jesús, probablemente tomará un sesgo diferente que los típicos estilos burocráticos.

Siempre que sea posible, debemos usar el consenso para la toma de decisiones. Esto estima la participación y el sentimiento de propiedad colectiva. Brinda a todos, y no sólo a una pequeña élite, acceso en el proceso de la toma de decisiones.

Un liderazgo firme y decisivo resulta crítico para la salud y bienestar de un grupo robusto. Los líderes-siervos firmes y decisivos no dictan las metas y las estrategias del grupo, sino facilitan la realización de las metas comunes. En lugar de declarar, «Pienso esto, y pienso aquello», el lider-siervo pregunta: «¿Adónde queremos llegar?» «¿Qué estamos diciendo?» y ¿«Qué dirección percibimos?» Los líderes-siervos usarán su poder para ayudar a los miembros a discernir la voluntad del Espíritu para el grupo.

Las organizaciones grandes son amigas de la burocracia y la jerarquía. La toma de decisiones que involucran a todos los miembros pueden realizarse mejor en grupos menores de 150 personas. Las congregaciones en crecimiento pueden considerar multiplicarse en unidades más pequeñas para permitir una participación mayor en su vida corporativa, en lugar de permitir que las estructuras burocráticas crezcan en espiral.

El Espíritu Santo dota a cada uno de nosotros con dones y habilidades únicas. Usamos estos dones de diversas maneras para edificar y ministrar a la totalidad del cuerpo. Debemos estimar como igualmente importante cada don o servicio, consista éste en predicar, lavar las ventanas o colocar las sillas. En un reino plano, cada trabajo reviste igual importancia.

Si las personas son iguales y sus trabajos son considerados equivalentes, ¿debiera ser similar su remuneración, cuando ésta sea necesaria? ¿Qué estamos diciendo acerca del valor personal del ministro y del portero si sus escalas de salarios son diferentes?

Los títulos son ajenos al cuerpo de Cristo. Doctor, reverendo, señor y hermana perpetúan diferencias de posición, al frado y al status en lugar de a la persona. Los miembros de los reinos planos se llaman entre sí por sus nombres de pila como señal del más alto respeto.

Los miembros del reino involucrados en los negocios, la educación y la vida pública usarán su influencia para impulsar a las organizaciones en dirección plana. Los cristianos que se hallan en una administración de alto nivel o en la vida profesional, buscarán expresar su poder a través del servicio, no de la dominación.

Esta perspectiva no significa que los maestros van a barrer los pisos y los abogados a limpiar zapatos. Hay cierta belleza en encontrar el acoplamiento apropiado entre las habilidades y las vocaciones personales. Los buenos empalmes logran la realización personal y la satisfacción de las necesidades legitimas.

La pregunta clave estriba en la forma en que desarrollamos una vocación o interés particular. Un médico puede realizar su práctica en un área suburbana acomodada donde hay exceso de médicos. O puede desafiar la corriente de movilización ascendente y trabajar en una comunidad pobre por un mínimo salario. Un conductor de camión puede obtener un buen ingreso en un trabajo que lo lleva a recorrer todo el país, sacrificando la unidad familiar. O puede aceptar un trabajo local que mantendrá intacta a su familia. Un ejecutivo puede expandir su negocio estableciendo una subsidiaria en una comunidad donde existe mando de obra responsable y bajo indice de desempleo. O puede establecer una nueva planta en un área que necesite con desesperación nuevos empleos.

Sin tomar en consideración la vocación, ubicación o posición, los discípulos de Cristo debemos preguntarnos: ¿Estamos usando nuestros dones y entrenamiento para perpetuar la desigualdad y la auto-promoción? ¿O los estamos usando verdaderamente para servir a los demás?

Preguntas para discusión

  1. ¿Cuáles son las escaleras de estratificación social importantes en su comunidad y en su congregación?
  2. Enumere algunas de las consecuencias resultantes al permitir que los salarios determinen el valor e importancia de las personas.
  3. ¿Qué tipos de poder son prominentes en la vida de su congregación?
  4. ¿En qué situaciones es correcto que los cristianos ejerzan control?
  5. ¿De qué forma es importante hoy para nosotros, la manera en que Jesús comprendía el poder y la autoridad?
  6. ¿De qué forma específica encarna su congregación los ideales de un reino plano?
  7. ¿Cómo han influenciado su posición y lugar en la vida los siete factores de estratificación?
  8. Identifique formas específicas para lograr los principios del reino plano en su trabajo, congregación y comunidad.

 


1. Pastilla americana para el buen aliento.

2. Hatfield (1976:17).

3. Jeremias (1971:219).

4. Chilton y McDonald (1987:79-90) ofrecen un profundo análisis de la controversia sobre los niños, con especial énfasis en sus implicaciones éticas.

5. Minear (1976:21) brinda en el capítulo 1 una exposición especialmente útil.

6. Minear (1976:21) y Hengel (1977:18-20).

7. Hengel (1977:21).

8. Radekop (1976:147) sugiere esta tesis.

9. Greenleaf (1970:4) Este es un útil panfleto sobre el liderazgo de servidumbre.