Colección de lecturas
 

PDF Los de afuera, están adentro

El reino al revés
por Donald B. Kraybill


The Upside-Down Kingdom
Copyright © 1878, 1990 Herald Press (Scottdale, EEUU)
Traducción: Marta J. de Mejía
Copyright © 1995 Ediciones SEMILLA (Guatemala)
Reproducido aquí con permiso.



10. Los de afuera, están adentro

Cada oveja busca su pareja

En el último capítulo exploramos las enseñanzas de Jesús en relación a ágape. Pero, ¿cómo se traduce ágape en cuanto a la interacción social? Un refrán popular dice: «Cada oveja busca su pareja». La gente se asocia con sus homólogos. Disfrutamos de la compañía de las personas con quienes compartimos intereses. Nos sentimos mal en lugares ajenos a nosotros, o con gente cuya procedencia es distinta a la nuestra. Nos gusta la gente que piensa como nosotros pensamos. Y comenzamos a pensar como la gente a quien respetamos. Pero, ¿no se atraen los opuestos? Indudablemente, pero en un nivel emocional; pero en cuanto a creencias, los opuestos se repelen y los iguales se atraen.

Existen muchos factores sociales que unen a los seres humanos: ingresos, educación, ocupación, raza, religión, política, estilo de vida, familia, etnia y nacionalidad. Emigramos hacia la gente semejante a nosotros y nos sentimos cómodos con quienes tienen una educación igual a la nuestra. Es más fácil la conversación con personas que tienen ocupaciones similares. Es agradable estar cerca de aquellos cuyos puntos de vista social reflejan los nuestros. Buscamos la compañía de las personas que refuercen y apoyen nuestras ideas. Careciendo de varas de medir objetivas que confirmen nuestras ideas, hallamos seguridad entre amigos que concuerdan con las nuestras. Las ideas extrañas pueden amenazar nuestras creencias y forzarnos a reubicar nuestras convicciones. ¡Hasta nos veríamos obligados a cambiar!

El principio de que «cada oveja busca su pareja» no sólo gobierna las relaciones personales, sino también moldea la interacción de grupo. La gente con formación educativa y trabajos similares, con frecuencia viven en la misma área. Con frecuencia podemos predecir la raza, ingresos y prestigio de trabajo según la gente viva «en las lomas», en «las colonias» o en las «áreas marginales». Podemos aventurar estimados bastante seguros de su estilo de vida, puntos de vista políticos y educación si sabemos que alguien vive en «Vista Hermosa» o en «El Sumidero». Las congregaciones y parroquias con frecuencia atraen a gente similar. Hay excepciones a estos patrones, pero esto no elimina el hecho de que en la mayoría de lugares, casi todo el tiempo, la mayoría de personas se agrupa con «pájaros de la misma loma».

El tablero de ajedrez social

Las comunidades humanas trazan líneas limítrofes. Crean fronteras que separan el bien del mal, lo limpio de lo sucio, el estigma del respeto, a los de adentro de los de afuera. Un tablero de ajedrez nos ayuda a visualizar las líneas que organizan la interacción social. Las casillas y líneas limitan y definen la interacción social. Tomamos café, jugamos fútbol, vacacionamos, cenamos, viajamos y nadamos con la gente de nuestras propias casillas o de las cercanas. Es muy raro relacionarse íntimamente con alguien cuya casilla esté al otro extremo del tablero. Tratamos a los miembros de «nuestra casilla» como amigos y prójimos. Invitamos a nuestra casa a la gente de casillas similares. Estos patrones familiares eliminan la preocupación de tratar con gente rara de los cuadros distantes. Este agrupamiento normal de las casillas sociales ordena la vida y la hace predecible.

Los individuos, al igual que los grupos, ocupan las casillas del tablero. La mayoría de las personas ocupan varias casillas. Soy padre, esposo, maestro, vecino y escritor. Algunas casillas las heredamos sin posibilidades de elección: raza, sexo y nacionalidad. Nos ubicamos en otras: ocupación, religión, política y educación. Cada casilla incluye ciertos derechos, privilegios y obligaciones. La definición social de una casilla determina, en gran parte, como nos percibimos a nosotros mismos y cómo pensamos que los demás reaccionarán ante nosotros. El rótulo en cada casilla indica a los de afuera cómo debe relacionarse con el dueño de la casilla. Tomemos por ejemplo un uniforme de policía. Nos recuerda que los policías deben comportarse correctamente; pero ellos también esperan que cuando usan el uniforme, los ciudadanos se dirijan a ellos con respeto.

Jugando al ajedrez social

Llevamos en nuestra mente tableros de ajedrez social. Cuando conocemos a la gente la metemos en casilleros sociales. Es imposible recabar rápidamente información de cada nueva persona. Al carecer de datos personalizados, simplemente metemos a las personas en casillas, basados en su apariencia externa: blancos, orientales, haraganes, enfermera o camionero. En otras situaciones, más información puede permitirnos etiquetarlos como un fundamentalista, judío, buen tipo, nacido de nuevo, liberal, político, drogadicto y homosexual.

Además de encasillar a la gente, generalizamos acerca del comportamiento que esperamos de la gente que ocupa una casilla en particular, la estereotipamos. Asumimos que cierta persona se comporta como pensamos que la demás gente de esa casilla lo hace. Asumimos que los carismáticos tratan que la gente hable en lenguas; que los teólogos liberales, por supuesto, no creen en el nacimiento virginal de Jesús; que los portorriqueños son haraganes; que los negros viven del seguro social; que a los fundamentalistas no les importa la justicia social; que los republicanos son conservadores fiscales; que los judíos son avaros; que la gente rica es indiferente y dura; que los vendedores son marrulleros; que las mujeres son emocionales; que los adolescentes son irresponsables y que los padres son rígidos.

Cometemos grandes errores cuando jugamos al ajedrez social. Con facilidad metemos a las personas en casillas equivocadas. Nuestra generalización respecto al comportamiento con frecuencia surge del mito, y no de los hechos. Aun si un estereotipo es verdad, una persona en particular puede trascender los patrones asociados con su casilla. El encasillar tiene efectos trágicos. Nos referimos a los demás por rótulos o etiquetas, en lugar de conocerlos como personas verdaderas. Resultamos evitando a ciertas personas porque su etiqueta dice que son sordos, ex-convictos, incapaces, prostitutas u homosexuales; sin embargo, encasillar a la gente no es totalmente dañino, pues estabiliza la vida social, haciéndola ordenada y predecible.

Jesús nos brinda el modelo de formas creativas de penetrar casillas. El cruza las lineas. Camina sobre las fronteras y trata con la persona verdadera. Menosprecia las reglas que gobiernan el ajedrez social en Palestina. Camina a través de las barricadas erigidas entre adversarios. Al caminar sobre el ajedrez social de su tiempo, pone muy poca atención a las señales de «No pasar» o «Manténgase fuera» que penden de los cuellos de muchos.

Jesús ignora las normas sociales de interacción social que especifican con quién podemos relacionarnos, en dónde y cuándo. Por cierto, cuando los herodianos y los fariseos tratan de atrapar a Jesús en el asunto de los impuestos, presentan su pregunta con adulación: «Maestro, sabemos que eres hombre veraz, y que no te cuidas de nadie; porque no miras la apariencia de los hombres, sino que con verdad enseñas el camino de Dios» (Marcos 12:14, énfasis añadido). En otras palabras, Jesús ignoraba las casillas sociales.

Estirpe de pura sangre

Una de las casillas que Jesús sacudió fue la pureza étnica. En la cultura palestina, la pureza racial era sumamente importante [1]. Nítidos árboles genealógicos demostraban la linea de sangre inmaculada. Con gran esmero la gente se cuidaba de no contaminar las lineas familiares por casarse con alguien de mala sangre. La estirpe pura no era únicamente un pasatiempo genealógico. Determinaba los derechos civiles particulares en la cultura hebrea. Una estirpe limpia era requerida para tener acceso a la corte de justicia y para desempeñar un cargo público. En resumen, un árbol genealógico puro era necesario para ejercer poder e influencia.

Los de pura sangre —sacerdotes, levitas y otros que podían comprobar su linaje puro— vivían en la cima del tablero de ajedrez. Una casilla más abajo estaban los judíos ligeramente deshonrados, con frecuencia descendientes ilegítimos de sacerdotes y prosélitos. En tercer lugar estaban los muy manchados —los bastardos, los eunucos y los hijos de padre desconocido—. Los esclavos gentiles eran exiliados a una casilla especial, pues aunque hubieran sido circuncidados, no formaban parte integral de la comunidad judía. Relegados a la peor casilla en el tablero étnico estaban los samaritanos y los gentiles.

La casilla gentil

Traslapando estos estratos sociales estaban dos casillas importantes: la de los judíos y la de los gentiles. Los judíos trataban a los gentiles con la misma animosidad y desprecio que a los samaritanos. Los gentiles eran considerados inmundos intrusos. Eran paganos que contaminaban la pureza del ritual ceremonial hebreo. Los judíos evitaban a los gentiles, a quienes llamaban «perros salvajes». Tenían mucho cuidado de no permitir que los gentiles ensuciaran su vida diaria. El Antiguo Testamento declara que las bendiciones de Abraham alcanzarían a todas las naciones. En las primeras páginas de los libros de Moisés, los gentiles recibían la bendición divina; pero para el tiempo de Jesús, la visión se había desvanecido. Para la mayoría de judíos, los gentiles eran perros paganos que contaminaban la pureza judía.

En el capítulo anterior dejamos un acertijo sin resolver. Lucas registra que después del discurso inaugural de Jesús «Todos en la sinagoga se llenaron de ira; y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle» (Lucas 4:28-29). ¿Qué provocó que la multitud explotara en ira? Jesús les había recordado que ningún profeta es acepto en su propia tierra y les relató dos historias. «Había muchas viudas en Israel en los días de Elías», dijo. «Y hubo gran hambre en toda la tierra; pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón». Elías no fue enviado a una viuda judía de estirpe, sino a una viuda gentil. El segundo relato tenía el mismo comienzo y final. Había muchos leprosos en Israel en tiempo de Eliseo, el profeta; pero fue Naamán, un sirio gentil, quien fue limpiado.

Este mensaje cercenó el orgullo judío. Pertenecer a Israel no confiere a nadie derecho especial para ser sanado. Tener una estirpe pura, no brinda a nadie ningún derecho especial para recibir el evangelio. Las nuevas del jubileo, son buenas nuevas para todos. En dos rápidos golpes Jesús cercena la etnicidad de la multitud y sacude su orgullo tribal.

El jubileo del Antiguo Testamento era aplicable únicamente a los hebreos. Los esclavos gentiles no eran liberados en el séptimo año. Los hebreos podían cobrar intereses sobre préstamos a gentiles. Los judíos querían que la venganza de Dios cayera sobre los gentiles. Ahora, en un abrir y cerrar de ojos, Jesús coloca a la comunidad gentil a la par de Israel [2]. En el reino al revés no existen las tarjetas de membresía exclusiva. El año agradable del Señor, el día de salvación, se aplica a todos. Jesús despedaza el patriotismo de la audiencia en la sinagoga. Sus palabras los hiere. Cortan tan profundo que la multitud trata de despeñarlo desde la cumbre de un monte [3].

Las implicaciones son obvias. Los gentiles han subido a bordo. Una vez más, en el evangelio de Marcos, Jesús incluye a los gentiles en el reino. Entre Marcos 6:30 y 8:30 se encuentran señales simbólicas de la inclusión de los gentiles en el reino [4]. La secuencia comienza cuando Jesús alimenta a los cinco mil. Más adelante esa misma noche, camina sobre el agua y anuncia: «Soy yo». El Mesías está aquí. Este hecho asombra a los discípulos, pero no entienden su significado espiritual.

En seguida los fariseos disputan con Jesús debido a que él rehúsa lavarse las manos antes de comer. Luego Jesús entra al territorio gentil. Una viuda le rebate cuando rehúsa sanar a su hija. En su respuesta, ella le llama Señor. Asombrado que ella reconozca su señorío, echa fuera el demonio de su hija.

Ahora comienza una nueva secuencia. Jesús llega a una región gentil al este del lago de Galilea y sana a un sordomudo. Alimenta a otros cuatro mil. Surge otra controversia con los fariseos acerca de una señal y otra discusión con sus discípulos respecto al pan. Jesús pregunta a sus discípulos si han entendido el significado de los números. Un ciego recibe la vista después de dos toques de Jesús. Después de esto es que Pedro declara: ¡Jesús es el Cristo!

Los incidentes en estos capítulos vienen de dos en dos: dos alimentaciones milagrosas, dos lados del lago, dos viajes en barco, dos discusiones acerca del pan, dos controversias con los fariseos, dos sanaciones, dos toques, se dan dos juegos de números en las dos alimentaciones. ¿Qué significan estos números?

La primera alimentación de cinco mil se realiza con cinco panes. Con las sobras se llenan doce canastos. Esto ocurre del lado oeste del lago, del lado judío. Hay cinco libros de Moisés y doce tribus de Israel. Esta es la alimentación para los judíos. Cada días se parte el pan para alimentar a los cinco mil hambrientos, sin embargo, el significado del pan es muy profundo. Es un pan profético. La misma vida del Mesías pronto sería partida por la vida de su propio pueblo judío. Después de esta milagrosa alimentación, Jesús anuncia cuando camina sobre el agua: «Yo soy» (Marcos 6:50). La misma declaración aparece en Exodo 3:14, cuando Dios declara «YO SOY EL QUE SOY». Según Marcos, Jesús está diciendo a sus discípulos que Dios Todopoderoso está aquí. ¡El Mesías está entre ellos! Si ellos hubieran entendido el simbolismo de esta alimentación prodigiosa, no se habrían asombrado al ver al Mesías caminando sobre el agua; pero no entendieron las señales.

En el siguiente episodio encontramos a los fariseos discutiendo con Jesús acerca de comer pan sin lavarse las manos. Ellos rechazan a este profeta que desprecia sus tradiciones ceremoniales. Entonces Jesús se va a la región de Tiro y de Sidón, tierra de gentiles (Marcos 7:24-30; Mateo 15:21-28). Trata de eludir el ojo público, pero una valiente mujer al reconocerlo le ruega que exorcice un demonio de su hija. Suplica a Jesús que eche fuera de su hija al demonio. Él no le presta atención y se aleja, ella insiste. Finalmente, Jesús defiende su indiferencia con un proverbio judío: «No está bien tomara el pan de los hijos y echarlo a los perrillos», es decir, a los gentiles. Jesús le dice que no es sabio compartir al Mesías judío con los gentiles. Pero ella, audazmente usa el mismo proverbio para argumentar: «Sí, Señor; pero aun los perrillos, debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos» (Marcos 7:28). Lo llama Señor, y Jesús sana a su hija. El momento al revés, saturado de ironía y paradoja, ha llegado. ¡Una mujer gentil, entre toda la gente, le llama Señor!

En la alimentación de los cinco mil, Jesús anuncia simbólicamente su misión mesiánica. Tanto los discípulos como los fariseos están ciegos. Son sordos a las buenas nuevas; pero una mujer pagan gentil se percata que él es el Mesías. ¡Ella ve y oye! Después Jesús va a la región de Decápolis, formada por un círculo de diez ciudades gentiles. Ahí sana a un sordomudo, otra señal de que los gentiles pueden oír. Este milagro conduce a la segunda alimentación milagrosa.

Esta nueva alimentación está representada por un nuevo juego de números: siete panes, siete canastas de sobras, y cuatro mil personas alimentadas. ¿Es solamente otra alimentación? En contraste con la primera, este banquete se sirve en la parte oriental del lago, del lado gentil. Siente es el símbolo bíblico de la perfección, de la plenitud, de totalidad. Se ha completado el circulo del jubileo. El número cuatro representa los cuatro rincones de la tierra, el tiempo cuando del este, del oeste, del norte y del sur vendrán a comer al banquete de la salvación. En la segunda alimentación mesiánica, el pan es partido para toda la humanidad. Esta comida mesiánica, completa y perfecta, incluye a los gentiles y a todos los pueblos de la tierra.

Lar ironía se hace presente otra vez. Después de este incidente, los fariseos vienen a Jesús pidiéndole señal. En medio de toda esta simbología, ¡ellos no ven; tampoco oyen! Después de partir el pan judío para los cinco mil, los fariseos molestan a Jesús por no lavarse las manos antes de comer. Y ahora, después de alimentar a los gentiles ¡vienen a pedirle señal! Los discípulos, al igual que los fariseos, también están sordos y ciegos al significado simbólico de los números (Marcos 8:17-21).

Jesús trata otra vez. Un ciego clama que lo sane. Jesús lo toca y le pregunta si ve algo. El ciego responde: «Veo los hombres como árboles, pero los veo que andan» (Marcos 8:24). Jesús le vuelve a tocar, y entonces ve con claridad. Dos toques: el primero da por resultado una visión borrosa, el segundo toque le devuelve la vista, puede ver con claridad. Los fariseos y los discípulos veían borrosamente, y además tenían los oídos tapados. No escuchaban, ni veían el anuncio mesiánico.

Irónicamente, para la mujer gentil, todo era perfectamente claro, aun antes de la segunda multiplicación de los panes. De pronto, Pedro comienza a ver y a oír. Los números comienzan a tener significado, la nebulosidad se disipa. «Tu...» dice lleno de estupor, «... ¡Tú eres el Cristo!» (Marcos 8:29).

En el rico simbolismo de estos pasajes, Marcos destaca al abrazo de Jesús hacia los gentiles. Partes del mensaje surgen de las mismas palabras de Jesús, y partes fluyen del trabajo editorial de Marcos; pero el mensaje es claro. Jesús ha sacudido las casillas sociales: judíos y gentiles marchan de la mano al nuevo reino.

En otra instancia, un centurión romano que tenía bajo su mando a cien hombres, pide a Jesús que sane a su siervo (Mateo 8:5-13, Lucas 7:1-10). El centurión no se dirige directamente a Jesús en el relato de Lucas, pero deja claro que cree que Jesús puede sanar a su siervo, aun de lejos. La fe de este centurión impresiona a Jesús. Sin ir a la casa de este hombre, Jesús cura a su subordinado y exclama: «De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe» (Mateo 8:10).

Un oficial del ejército gentil da muestras de una fe más grande que la de los líderes religiosos de Israel. No cabe duda, ¡esto está al revés! Al final del incidente, Mateo registra que Jesús dice: «Os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos, mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes« (Mateo 8:11-12). En el reino al revés los gentiles acuden de los cuatro confines de la tierra, mientras que algunos hijos e hijas de Abraham quedan fuera del banquete.

Jesús conoció a otro gentil, el endemoniado gadareno. El vagaba por los campos de Gadara, tierra gentil al este del mar de Galilea. Marcos dice que el endemoniado adoró a Jesús y exclamó: «Hijo del Dios Altísimo». Después que Jesús exorciza a los demonios, dice al hombre: «Vete a tu casa a los tuyos, y cuéntales cuan grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti» (Marcos 5:19). Esto contrasta con las sanidades que Jesús realizó a favor de los judíos, donde advierte a los que había sanado ¡que no se lo cuenten a nadie!

Así pues, vemos a Jesús ministrando a tres gentiles: a la mujer sirofenicia, al siervo del centurión romano y al endemoniado gadareno. Estos no solamente eran gentiles; sino que el sexo, la política y la enfermedad también los estigmatizaba. Dos de ellos, la mujer y el endemoniado, confiesan que Jesús es el Mesías. El centurión recibe el «Galardón de la fe», y Jesús apremia al que había estado endemoniado a esparcir las buenas nuevas. ¡El reino está irrumpiendo entre los gentiles!

La visión gentil puede verse también en otros lugares de los evangelios. Jesús envía a setenta misioneros, que simbolizan la totalidad y la plenitud de su misión (Lucas 10:1). Instruye a los discípulos para que sean luz y sal, no sólo dentro del judaísmo, sino para todo el mundo (Mateo 5:13-14). Expulsa a los cambistas del atrio exterior del templo para que pueda ser una casa de oración para todas las naciones (Marcos 11:17). El viaje terrenal de Jesús comenzó y terminó en «Galilea de los Gentiles» donde sus discípulos recibieron el mandato final de ir y hacer discípulos entre todas las naciones (Mateo 28:19).

Hay otros que también testifican de la visión multiétnica del reino. Mateo considera que el ministerio de Jesús cumple las palabras de Isaías: «He aquí mi siervo, a quien he escogido; mi amado, en quien se agrada mi alma; pondré mi Espíritu sobre él ... y en su nombre esperarán los gentiles» (Mateo 12:18-21) [5]. El devoto Simeón, al ver al bebé en el templo, dijo: «Han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos, luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel» (Lucas 2:31-32, énfasis añadido). Juan el Bautista preparó el camino en el desierto a fin de que «toda carne vea la salvación de Dios» (Lucas 3:6, énfasis añadido).

No cabe ninguna duda. El nuevo reino trasciende la casilla judía. Esto también es obvio en los Hechos de los Apóstoles. El concepto de Pablo de la justificación implica una reconciliación social entre judíos y gentiles en la comunidad de fe [6]. Las barreras sociales entre judíos y gentiles se desmoronaron ante la presencia de Jesús, el Mesías, y se continuaron erosionando en la vida de la iglesia primitiva.

La casilla samaritana

Ya hemos observado la barrera que separaba a los judíos de los samaritanos. Jesús también sacudió esta pared étnica. Golpeando el orgullo judío, Jesús puso como ejemplo supremo del amor ágape a un «buen» samaritano. La implicación, desde luego, en que los samaritanos eran, por definición, »malos». Otro samaritano, a quien Jesús llamó extranjero, fue el único de los diez leprosos que volvió a dar gracias por su sanación. Este agradecido media-sangre fue el único que recibió las bendiciones de Jesús (Lucas 17:16-19).

Jesús rehusó acceder a los deseos de sus discípulos, los «hijos del Trueno», quienes le propusieron arrasar una aldea samaritana (Lucas 9:55). Algunos samaritanos habían exaltado el ánimo a los discípulos al negarle hospedaje a Jesús. Estos samaritanos, conscientes de su casilla, no podían permitir que un judío pernoctara en su aldea, especialmente si iba camino al templo rival en Jerusalén. Por lo tanto, lo echaron fuera. El último lugar en el que un rabino judío hubiera deseado ser hallado era en una aldea samaritana. Jesús, el rabino al revés, tomó la iniciativa de entrar a territorio samaritano. Con audaz irreverencia hacia las casillas sociales, Jesús conversa con una liviana mujer samaritana (Juan 4:7).

El registro es claro. Jesús no ignora a los samaritanos solamente por ser samaritanos. Voluntariamente se junta con ellos. Audazmente camina en su territorio, porque les ama.

La casilla femenina

Para nosotros es muy difícil comprender el pésimo status de la mujer en la cultura hebrea. La mujer se hallaba en lo más bajo de la pirámide social, junto con los esclavos y los niños. Las casillas masculina y femenina eran tan diferentes como el día lo es del noche [7]. Una de las seis principales divisiones del Mishnah está dedicada totalmente a regular la conducta de las mujeres. Ninguna de las otras divisiones, por supuesto, trata exclusivamente con el comportamiento de los hombres. La sección en el Mishnah relativa a la impureza tiene setenta y nueve párrafos legales sobre la contaminación ritual ¡causada por la menstruación!

Las mujeres eran excluidas de la vida pública. Cuando caminaban fuera de su casa, se cubrían con dos velos para ocultar su identidad. Un sacerdote jefe en Jerusalén, ni siquiera pudo reconocer a su propia madre cuando la acusó de adulterio. Las mujeres más conservadoras se cubrían aun en casa, ¡para que los curiosos no pudieran ver ni siquiera un cabello de su cabeza! No podían ser vistas en lugares públicos. La costumbre social prohibía que los hombres estuvieran solos con alguna mujer. Los hombres no osaban mirar a una mujer casada, o saludarla en la calle. Una mujer podía ser repudiada por mirar a un hombre en la calle. Las mujeres debían permanecer adentro de sus casas. La vida pública pertenecía a los varones.

Las jóvenes se comprometían en matrimonio alrededor de los doce años, y se casaban un año después. Un padre podía vender a su hija como esclava u obligarla a casarse con el varón de su elección antes de que tuviera doce años. Después de esa edad, ella ya no podía contraer matrimonio contra su voluntad. El padre de la novia recibía de su nuevo yerno una considerable cantidad de dinero en calidad de regalo. Debido a esto, a las hijas se las consideraba fuente de mano de obra barata y de utilidades.

En el hogar, la mujer quedaba confinada a los oficios domésticos. Virtualmente era esclava de su marido, y tenía que lavarle el rostro, las manos y los pies. Considerada igual que una esclava gentil, la esposa estaba obligada a obedecer a su marido como a su amo. En riesgo de muerte, la vida del esposo tenía prioridad sobre la de su mujer. Bajo la ley judía, sólo el esposo tenía derecho de pedir el divorcio.

La función más importante de la mujer era producir hijos varones. La ausencia de hijos era considerada como castigo divino. Había regocijo cuando nacía un niño; pero tristeza cuando nacía una niña. Una oración que los hombres entonaban diariamente decía: «Bendito sea Dios que no me hizo mujer» [8]. La mujer era victima de la mayoría de los tabúes (exclusiones) contenidos en la Torah. Las niñas no podían estudiar la Santa Ley, la Torah. Las mujeres no podían entrar al lugar santísimo en el templo. No podían ir más allá que el atrio exterior designado para las mujeres. Durante su purificación mensual por la menstruación eran excluidas aun del atrio exterior.

A las mujeres les era prohibido enseñar. No podían pronunciar la bendición después de la comida. No podían ser testigos en los tribunales, pues generalmente se las consideraba mentirosas. Aun la estructura lingüística reflejaba el bajo status de las mujeres. Los adjetivos hebreos para «piadoso», «justo» y «santo» no tienen su equivalente femenino en el Antiguo Testamento.

Dentro de este contexto, Jesús a sabiendas transgredió la costumbre social al permitir que las mujeres lo siguieran públicamente [9]. La forma en la que él trataba a las mujeres implica que las consideraba como iguales a los hombres delante de Dios. Trastornando el orden establecido, declara que las prostitutas entrarán en el reino de Dios antes que los justos varones judíos (Mateo 21:31). La prominencia de las mujeres en los evangelios, así como la interacción de Jesús con ellas, confirma su irreverencia por las casillas de prejuicio contra la mujer. El no titubea en violar las normas sociales para elevar a la mujer a una nueva dignidad y a un status más alto.

Consideremos algunos ejemplos de la actitud al revés de Jesús hacia las mujeres. El ejemplo más impactante es su conversación con la mujer samaritana junto al pozo de Jacob (Juan 4:1-42). Samaria quedaba entre dos territorios judíos: Galilea al norte y Judea al sur. Los judíos que viajaban entre estas dos áreas, con frecuencia desviaban su camino para evitar que los samaritanos los atacaran.

En esta oportunidad, Jesús toma el camino más corto y camina a través de Samaria. Espera solo junto a un pozo, mientras que sus discípulos compran comida en un pueblo cercano. Una persona se aproxima con tres estigmas pendientes de su cuello: mujer, samaritana, y pecadora. Jesús le pide de beber y en una fracción de segundo derriba todas las normas sociales diseñadas para prevenir tal comportamiento.

Jesús no sólo está siendo amistoso con la mujer. Su sencilla petición cercena cinco reglas sociales. En primer lugar, Jesús viola las reglas territoriales. No tiene nada que hacer allí. Samaria queda fuera de la casilla judía. Jesús ha entrado a territorio enemigo y a una religión rival.

En segundo lugar, habla con una mujer. Los hombres no podían ni siquiera mirar a una mujer casada en público, mucho menos hablarle. Los rabinos decían: «El varón no debe platicar con ninguna mujer en la calle, ni siquiera con su propia esposa, mucho menos con otras mujeres, para evitar que los demás hombres murmuren» [10]. Pues ésta era una mujer, pero Jesús le habla. Esto lo hace vulnerable. Cualquiera que lo viera podría arruinar su reputación; pero a él no le importa. A él le importa más la persona que su propia reputación.

En tercer lugar, ésta no es cualquier mujer. Es alguien que está viviendo con su sexto amante. Es una coqueta resbalosa. Todos en el pueblo saben cómo es. Los rabinos y los hombres santos eluden a tales mujeres. Jesús no huye. Corre el riesgo; expone su carrera al pedirle de beber.

En cuarto lugar, no sólo es promiscua, sino que también es samaritana. Los rabinos judíos decían que las mujeres samaritanas menstruaban desde la cuna y que, por lo tanto, eran perpetuamente inmundas. Las normas sociales judías eran claras. No las mires. Evitalas. Actúa como si no existieran. Jesús audazmente derriba las barricadas sociales y entabla conversación con ella.

Finalmente, y lo peor de todo, Jesús deliberadamente se contamina. Bajo la creencia que las mujeres samaritanas menstruaban desde la cuna, ella era inmunda y todo lo que ella tocara se volvía inmundo. Todo un poblado judío era declarado inmundo si una mujer samaritana entraba a él. Al pedirle el agua que ella había tocado, Jesús intencionalmente se contamina. La regla religiosa decía: «Aléjate todo lo que puedas de las cosas inmundas». Su breve solicitud hacía escarnio de las normas relativas a la pureza. Jesús estaba totalmente fuera de lugar, hacía lo equivocado con la persona equivocada en el lugar equivocado. Sí, el simple hecho de decir: «Dame de beber», derribó cinco normas sociales que aprisionaban a esta mujer en una estrecha casilla cultural.

Tal conducta sin precedentes asombró a la mujer y a los mismos discípulos. Dice la samaritana: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?» Cuando los discípulos regresaron, «se maravillaron de que hablase con una mujer» (Juan 4:9-27). Tal conversación arrasaba con las trampas sociales que separaban a la gente y las encerraba en casillas.

Todo comenzó con el agua, que es uno de los elementos de vida que todo ser humano necesita, sin importar en qué casilla se encuentre. En relación al agua, todos somos iguales. Como el agua viviente, Jesús brinda vida para todos. No hay otra persona en los evangelios que haya recibido una revelación privada de su identidad mesiánica. Jesús se revela a sí mismo, no al jefe de los sacerdotes en Jerusalén, no a los miembros del sanedrín, no a los escribas, sino a esta promiscua mujer mestiza. Ella le pregunta respecto al Mesías. Y Jesús, tiernamente responde: «Yo soy, el que habla contigo».

¡Totalmente al revés! Una corrompida mujer profesante de una religión rival recibe el incomparable honor de escuchar al Mesías identificarse a sí mismo en primera persona. Jesús no solamente cercena las barreras sociales al pedirle de beber, sino que eleva a esta mujer inmunda al privilegiado lugar santísimo y en voz baja declara: «Yo soy el Mesías». Esto es ¡sencillamente asombroso!

Este milagro mueve a los samaritanos de aquella ciudad y ruegan a Jesús que se quede con ellos. Lo increíble sucede. Los enemigos disfrutan de compañerismo y comen juntos. Muchos creen. Como resultado, cambian de templo: no del monte Gerizim a Jerusalén, sino al templo del espíritu y de la verdad. Y es esta nueva iglesia de samaritanos mestizos la que declara: «Verdaderamente, éste es el Salvador del mundo, el Mesías» (Juan 4:42). No el Salvador de los judíos, sino el Salvador de todos. Jesús arranca de sus casillas a los despreciados, a los forajidos, a los enemigos, y los eleva a un nivel de personas y a una dignidad sin precedentes en su extraño reino.

En otro encuentro con una mujer, nuevamente encontramos las cosas al revés. Una prostituta unge a Jesús cuando él come con los fariseos. El término «Mesías» significa «El Ungido». Jesús, el Mesías, es ungido por una mujer, quien además es prostituta. La mujer, anonadada por el amor perdonador de Jesús, toma el manchado perfume de su profesión (equivalente a un año de salarios), y unge con él a Jesús. El perfume se usaba para preparar los cuerpos para la sepultura. Esta mujer proscrita, simultáneamente unge al Mesías y apunta hacia su muerte. ¡Una mujer tuvo el honor de ungir al Mesías! ¡Las casillas religiosas otra vez son hechas añicos!

En otra ocasión, una mujer que tenia doce años de padecer de hemorragia (Marcos 5:25-34) toca a Jesús. Marcos registra que ella había sufrido demasiado de mano de muchos médicos, que había gastado todo su dinero, y que cada vez estaba peor. Tal persona era considerada inmunda y ceremonialmente impura. Las leyes acerca de la pureza en el Antiguo Testamento la consideraban como una menstruante perpetua (Levítico 15:26-27). Si ella tocaba a alguien, lo infectaba. Es más, cualquiera que tocara lo que ella tocara, se contaminaba. Y la contaminación sólo podía quitarse por medio del lavatorio ceremonial. En Jesús, ella encuentra una actitud diferente. En un osado movimiento, toca el borde de su manto y es sanada.

Un típico rabino habría maldecido a esa sucia y atrevida mujer. Luego se habría apresurado a lavarse ceremonialmente. Pero Jesús la invita a acercarse, no para reprenderla, sino para bendecirla. «Hija, tu fe te ha hecho salva; vé en paz, y queda sana de tu azote» (Marcos 5:34). Jesús comprende su agonía. A pesar de su estigma social, él la ama.

En otro episodio, Lucas registra la compasión de Jesús por una viuda, cuyo único hijo había muerto y lo llevaban a enterrar. Cuando un hombre moría, sus propiedades pasaban a su hijo mayor, no a su viuda. Si no hubieren hijos, el hermano menor del difunto esposo con frecuencia se casaba con la viuda; pero ella podía rehusarse. En tal caso, la viuda tenía que vivir de la caridad pública, sin ningún medio para sostenerse. La muerte del hijo único de esta viuda, significaba inseguridad económica para ella, posiblemente pobreza. Jesús, movido a compasión, resucita a su hijo.

Parece que Lucas pone un interés especial en la relación de Jesús con las mujeres. Así que nos relata otra historia (Lucas 10:38-42). Jesús está por cenar con Marta y María. Como una buena ama de casa judía, a Marta la absorben sus deberes en la cocina. Las mujeres eran sirvientas en su casa; no podían estudiar la Torah, ni conversar con rabinos. María se aparta del papel cultural prescrito. Se olvida de la cocina y disfruta de las enseñanzas de Jesús. Esto irrita a Marta. Lo inapropiado de la conducta de María, y la doble tarea que Marta tenía que cumplir en la cocina, la enoja.

En pocas palabras, Jesús define en forma nueva el papel de la mujer judía. Amonesta a Marta por disgustarse por el desvío de María. María, dice, ha escogido «la mejor parte». Ella es totalmente humana, tiene derecho a pensar, a escuchar un discurso intelectual. El mensaje es claro: las mujeres pertenecen a la casilla humana. Son más que sirvientas domésticas.

Algunas mujeres acompañaban al grupo de discípulos de Jesús. María Magdalena, Juana y Susana estaban entre las muchas mujeres que lo acompañaban mientras él predicaba las buenas nuevas del reino. Las mujeres ayudaban al sostenimiento económico de los discípulos (Lucas 8:1-3). La palabra griega usada en este pasaje sugiere que las mujeres eran diaconisas.

Al permitir que las mujeres viajaran con él públicamente y que escucharan sus enseñanzas, Jesús trastornaba los prejuicios sociales. La costumbre dictaba que las mujeres no podían andar en lugares públicos excepto para hacer mandados domésticos. No podían pasear por el campo. No podían estudiar, ni mucho menos discutir acerca de asuntos religiosos.

Finalmente, era sospechoso, desde el punto de vista sexual, que hombres y mujeres viajaran juntos. Los rabinos jamás permitían que las mujeres los siguieran o escucharan sus enseñanzas. Un maestro dijo que era mejor quemar la ley, que permitir que una mujer la estudiara. Al permitir que las mujeres se unieran al equipo de discípulos, Jesús quebrantó el protocolo social y religioso. Las casillas femeninas se desmoronan en el reino.

Por cierto, las mujeres de las que nos hablan los evangelios, fueron las discípulas más fieles. A pesar que Pedro juró que jamás se acobardaría, negó cualquier asociación con Jesús hasta que cantó el gallo. Los discípulos salieron huyendo cuando Jesús fue apresado en Getsemaní (Marcos 14:50); pero las mujeres lo acompañaron hasta el amargo final. Los cuatros evangelios anotan que las mujeres, que le siguieron desde Galilea, fueron testigos de la sangrienta crucifixión (Mateo 27:25; Marcos 15:40; Lucas 23:49; Juan 19:25). Las mujeres no abandonaron a Jesús en el momento de crisis, y recibieron su recompensa. La resurrección fue anunciada primero a ellas. María Magdalena fue honrada al ser la primera persona en ver a Jesús después de la crucifixión (Juan 20:11-18). Cuando los discípulos oyeron el reporte de que Jesús estaba vivo, «les pareció locura las palabras de ellas, y no las creían» (Lucas 24:11).

El momento al revés vuelve a aparecer en escena. Las mujeres, excluidas de las cortes de justicia judías por considerárseles mentirosas, son las primeras testigos de la resurrección. «Las mentirosas» son las que certifican, dan fe de la triunfante resurrección. A ellas se les confiere el honor de anunciar la victoria. Las mujeres, consideradas poco confiables, se convierten en heraldos del reino al revés; mientras que los discípulos varones rehúsan creer en la noticia de la resurrección.

Además de sus encuentros personales con mujeres, Jesús también las incluye en su enseñanza. En un capitulo anterior, lo vimos alabar a una viuda y ponerla como ejemplo en la acción de ofrendar. Usa cuadros imaginativos femeninos para describir su compasión por Jerusalén. «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo a las alas, y no quisiste!» (Mateo 23:37). En otra instancia, Jesús compara a Dios con una mujer buscando una moneda (Lucas 15:8-10). Los intérpretes masculinos han puesto más énfasis en la moneda perdida; pero esta moneda tiene otra faceta. Dios es como una mujer que busca con diligencia, que no se da por vencido hasta encontrar lo que busca.

Por palabra y por obra, Jesús confiere una nueva dignidad a la mujer. Una lo reconoció como Señor (Mateo 15:22-28). A otra le revela su identidad mesiánica (Juan 4:26). Una mujer es la única persona que lo unge como Mesías (Lucas 7:38). Y las mujeres, entre toda la gente, son las escogidas para ser las primeras testigos de la resurrección. En una cultura dominada por los hombres, estas fueron señales poderosas de que las mujeres habían llegado a un nuevo status en el reino al revés.

Otros de afuera

El llamamiento de los doce apóstoles ofrece una instancia fascinante de rompimiento de casillas. Entre este grupo heterogéneo encontramos a Mateo, ex-cobrador de impuestos. Los recaudadores de impuestos trabajaban para los romanos, y eran considerados traidores, especialmente por los patriotas rebeldes.

En contraste hallamos a otros discípulos como Simón el Zelote (Lucas 6:15) y a otros antiguos rebeldes, o simpatizantes de sus ideas políticas. Entre los posibles candidatos de este grupo podrían estar Santiago y Juan, los «Hijos del Trueno», Judas Iscariote y Simón Pedro.

De cualquier manera, Simón el Zelote posiblemente era un celoso rebelde político, ansioso de usar la violencia contra los romanos y que probablemente hostigaba a los recaudadores de impuestos como Mateo.

Cuando Mateo dejó de recaudar impuestos para seguir a Jesús, lo dejó todo (Lucas 5:28). El hecho de unirse al grupo de discípulos demandaba arrepentimiento y un cambio de lealtad. Mateo, el publicano, y Simón el Zelote provenían de extremos opuestos en el tablero de ajedrez político.

Ahora los oponentes políticos caminan y duermen juntos. ¡Algo jamás visto! ¡Increíble! Qué poderoso testimonio ocurre cuando Jesús es Señor. Todos los viejos rótulos y etiquetas se desprenden. Antiguos enemigos trabajan juntos como amigos bajo el señorío de Jesús.

Los adversarios políticos también se reúnen en la cruz de Jesús. Los forajidos y los que obedecen la ley se hallan frente a frente, con Jesús entre ellos. Uno de los criminales crucificado al lado de Jesús se conmueve ante su amor perdonador. Este sedicioso cree y pide a Jesús que se acuerde de él. Ese mismo día, le asegura Jesús, estará en el paraíso (Lucas 23:43). La crucifixión anonada al centurión romano, al exterminador de rebeldes judíos. Aterrorizado exclama: «¡Verdaderamente éste era el Hijo de Dios!» (Mateo 27:54).

Las casillas de ocupación, de poder y de riqueza con frecuencia se traslapan. Jesús camina sobre el tablero de ajedrez de Palestina sin cuidarse de la rotulación social. Conversa con Nicodemo, principal entre los fariseos. José de Arimatea, un rico y silencioso simpatizante, dona una tumba. La hija de Jairo, el principal de la sinagoga es sanada. La petición del centurión es satisfecha. Zaqueo tiene un invitado de honor. Los doctores de la ley debaten con él. El joven rico conversa con Jesús. Magos, astrólogos del este, visitan el pesebre. Hombres de riqueza, prestigio e influencia lo buscan. Ellos perciben una amplitud de criterio poco usual. Jesús los acepta, a pesar del rótulo de su casilla social.

Jesús también interactúa con los pobres. Los pastores, al igual que los magos, visitan el pesebre. Pastorear ovejas era una ocupación sucia y despreciable. Los ricos que vivían en Jerusalén empleaban pastores para cuidar rebaños en el campo; pero no les tenían confianza, pues eran considerados sinvergüenzas porque con frecuencia conducían sus rebaños a pastar a la tierra de otras personas. A veces vendían la leche y a los animales jóvenes, a espaldas del patrón, y se embolsaban el dinero. Era prohibido comprarles lana, leche y cabritos porque con frecuencia se quedaban con el dinero. Algunos rabinos decían que el pastoreo era la ocupación menos respetable [11].

De manera que lo inaudito ya no debe sorprendernos. Las buenas nuevas de la encarnación de Dios son anunciadas, no al jefe de los sacerdotes en el templo de Jerusalén, sino a pastores inescrupulosos en los campos de Belén.

Desde el principio hasta el final, el hilo de la inversión e ironía está entretejida a lo largo del evangelio. María cree al ángel, pero Zacarías duda del mensaje del ángel. Son los pastores los que primero escuchan las buenas nuevas. Son mujeres las primeras testigos de la resurrección. En forma de parábola Jesús compara a Dios con un pastor quien supera todo obstáculo hasta encontrar una oveja perdida. Jesús se llama a si mismo El buen pastor. Los anteriormente estigmatizados oficios reciben honor en el reino al revés.

Jesús acompaña a pescadores que tienen muy poco prestigio. El mismo es un respetado carpintero, pero pasa la mayor parte de su tiempo con las masas: los pobres y los enfermos. A pesar que se relaciona con toda clase de personas, los evangelios nos muestran su inequívoca consagración a los estigmatizados sociales. El pueblo de Jesús está formado por los endemoniados, los ciegos, los sordos, los cojos, los enfermos, los paralíticos, las prostitutas, los recaudadores de impuestos, los pecadores, los adúlteros, las viudas, los leprosos, los samaritanos, las mujeres y los gentiles. Jesús ensancha el tablero de ajedrez hebreo, pero su enfoque primario está sobre los proscritos. Estos eran los inservibles sociales, que habían sido arrojados en la pila de los desechos humanos. En lugar de escupirles, como lo hacía el resto de la sociedad, Jesús los toca, los ama, y los llama pueblo de Dios.

Las palabras de Jesús subrayan su consagración. Una y otra vez, Jesús menciona al mismo catálogo de personas: los pobres, ciegos, los cojos, los oprimidos. Ellos son mencionados en su sermón inaugural. Los nombra cuando los discípulos de Juan el Bautista le piden que compruebe su identidad. Los recibe con beneplácito en su banquete cuando los invitados rehúsan asistir. El nos dice que cuando hagamos fiesta, los invitemos a ellos, no a nuestros amigos.

En el juicio final, la escena vuelve a aparecer. La gente es recompensada o condenada por la forma en que ha respondido a la necesidad de los hambrientos, de los sedientos, de los desnudos, de los forasteros, de los prisioneros y de los enfermos (Mateo 25:31-46). En el oriente, estos adjetivos evocan imágenes de muerte [12]. Estos son individuos sin esperanza. Para ellos la vida es demasiado miserable para ser llamada vida, estarían mejor muertos; pero Jesús les da vida, abre sus oídos, caminan, hablan, son sanados, los purifica y los libera. Estas imágenes de transformación constituyen señal de que la era de la salvación ha llegado. El Mesías está aquí. La restauración es completa. Ahora es el año agradable del Señor.

El espíritu de Jesús penetra las casillas sociales. Las barricadas de desconfianza, estigmatización y odio se derrumban ante su presencia. El nos llama a ver a los seres humanos que existen detrás de los rótulos de estigmatización social. Su reino transciende todas las fronteras. El recibe con beneplácito a la gente de todas las casillas. Su amor sobrepasa las costumbres sociales que dividen, separan y aíslan.

Jesús recibe a todos. Esto está en el corazón del evangelio. La reconciliación es el meollo del evangelio. Derrite las barreras espirituales entre los humanos y Dios y disminuye las barreras sociales entre los diversos pueblos. El ágape de Jesús alcanza a las personas encasilladas, diciéndoles que el amor de Dios lava su estigma y los recibe en una nueva comunidad [13].

El perro y su cola de tablero de ajedrez

Una vez más nos enfrentamos a la cuestión del perro y su cola. ¿Cómo se relacionan el perro (la fe) con su cola (la interacción social)? ¿Ejerce la fe alguna diferencia en nuestras relaciones sociales? ¿O son los patrones sociales acostumbrados los que mueven nuestra teología? ¿Nos mueve nuestra fe hacia las casillas marcadas «Manténgase fuera» y «Estigmatizado», o jugamos al ajedrez social como todo el mundo, interactuando solamente con nuestro iguales y cortésmente obedeciendo la señal de «No pasar» que cuelga alrededor del cuello de la gente diferente a nosotros? ¿Nos apartan de los demás nuestros slogans piadosos, tales como «A cada cual lo suyo», o «Nunca confíes en un extraño?» Cuanto esto ocurre, en lugar de que el perro mueva la cola, la cola (la costumbre social) mueve al perro (la fe).

Dios nos ha creado como seres sociales. Encasillar y rotular a los demás es un proceso social natural. Esto organiza la vida social y la hace predecible; pero estas rutinas sociales pueden envilecerse cuando deshumanizan a los demás. El Espíritu Santo puede redimir nuestras actitudes y capacitarnos para ver a la gente detrás de los rótulos. En esta forma, Dios transforma nuestra interacción social. Esto no significa que podamos vivir sin las casillas. Significa que no permitiremos que la rotulación social obstruya nuestro genuino cuidado por los demás.

¿Cómo se relaciona el pueblo de Dios entre si? ¿Cómo son transformadas nuestras relaciones sociales? ¿Asignamos categorías a los demás como lo hace toda la gente? ¿Han invadido la iglesia los territorios sagrados y los rótulos estigmatizantes? Muchos de los rótulos que adquirimos fuera de la iglesia logran entrar en ella también. Con frecuencia nos relacionamos con los otros miembros del cuerpo de Cristo sobre la base de sus rótulos sociales. Se convierten en doctores, secretarias, profesores, mexicanos, estudiantes, republicanos o mujeres, en lugar de miembros de la familia de Dios. Esto rótulos externos con frecuencia moldean nuestra interacción, aun dentro de la iglesia.

En la iglesia se forman redes informales alrededor de los intereses ocupacionales, educacionales y teológicos. Los carismáticos se agrupan. Los miembros del club campestre local se reúnen y conversan después del servicio de adoración. Los estudiantes se mantienen unidos. Los ancianos se sientan siempre en la misma sección de la iglesia. Los deportistas también se agrupan. Los «miembros consagrados» involucrados en el trabajo de comités de la iglesia interactúan entre ellos. Emergen grupos y corrillos. El número y tipo de los subgrupos varía de iglesia en iglesia. Un observador cuidadoso puede detectarlos en virtualmente todo escenario religioso. Bajo la superficie, estas redes informales regulan la interacción social de la vida congregacional.

La formación de estos subgrupos no es del todo mala. Aun los pájaros maduros de la misma loma se agrupan. Necesitamos lazos comunales para sentirnos seguros; pero también necesitamos redimir y transformar los grupos sociales en nuestras congregaciones. Ellos nos ofrecen la ansiada seguridad, pero también pueden fragmentar la vida congregacional. Pueden convertirse en ghettos divisorios de murmuración y de tertulias exclusivas. Las controversias relacionadas al liderazgo pastoral, a los edificios, a la teología, al curriculum educacional y cosas semejantes, surgen de estos subgrupos.

Hay varios pasos que pueden apresurar la redención de los grupos divisorios. En primer lugar, necesitamos reconocer abiertamente estas agrupaciones informales y su inevitabilidad.

En segundo lugar, los ministerios de enseñanza y predicación debieran llamar a la gente a una fe común en Jesucristo, a una fe que trascienda las ataduras sociales. ¿Nos mantenemos unidos debido a que nuestro vínculo común de la unidad en Cristo es más fuerte que el pegamento social? Lo genial del evangelio radica precisamente en esto: que diferentes personas, provenientes de toda la gama de casillas, hallan su reconciliación en Jesucristo.

Esto no significa que la gente brinque completamente fuera de sus casillas. Significa que en el nuevo reino, las casillas sociales se relacionan complementándose. Los compañeros cristianos se percatan que se necesitan mutuamente. Los intelectuales necesitan de los carismáticos. Los fundamentalistas necesitan a los activistas sociales. Los jóvenes necesitan a los viejos. La naturaleza complementaria de los diferentes grupos edifica a toda la comunidad, de manera que todo el cuerpo madura en Jesucristo. La analogía que el apóstol Pablo hace del cuerpo, se aplica tanto a los subgrupos como a los individuos. Los agrupamientos sociales se necesitan unos a otros para mantener el equilibrio.

En tercer lugar, como individuos, podemos buscar formas para cruzar las fronteras establecidas. Podemos aventurarnos fuera de nuestras casillas. Podemos sentarnos en diferentes bancas en el servicio de adoración. Invite a las personas de otras casillas a su casa. Únase a las actividades de la iglesia. Visite a los individuos cuyas etiquetas difieran de las suyas.

Finalmente, para abrir nuestras casilla podemos alterar los patrones de la vida congregacional. Para llegar detrás de las máscaras y de los rótulos es necesario dedicar tiempo a la interacción social. Retiros en el campo, de uno o varios días, son una forma excelente para descubrirse unos a otros. Se cruzan más casillas en un retiro de tres días que en cincuenta y dos domingos sentados en las bancas. Los proyectos de trabajo pueden involucrar una gran variedad de edades.

En esta era de especialización, la iglesia ha desarrollado actividades de todo tipo para cada necesidad especifica: ancianos, adolescentes, padres adoptivos, solteros, lisiados, profesionales, etc. Aunque esto es muy útil y bueno, también tenemos que crear deliberadamente oportunidades para que todos puedan mezclarse en la vida congregacional.

Una congregación alteró la rutina de su escuela dominical. Durante un trimestre al año, todos los que cumplían años en el mismo mes, recibían clases juntos, por ejemplo: todos los que habían nacido en octubre, se reunían por doce domingos. En esta forma, jóvenes y viejos, varones y mujeres, conservadores y liberales, estudiaban juntos. El resto del año, regresaban a sus clases típicas. Este creativo proyecto promovió la reconciliación de las casillas y enriqueció la vida común de todo el cuerpo.

Aunque debemos abrir las puertas que nos separan de los demás, necesitamos de las casillas sociales para nuestro bienestar emocional. Necesitamos de la red de personas dispuestas a escuchar nuestras frustraciones, dudas enredos y temores. Usualmente hallamos aceptación entre los que se parecen más a nosotros. Ellos comprenden y se interesan mejor porque pueden identificarse con nuestros problemas. Aunque Jesús caminó por todo el tablero de ajedrez de su tiempo, se relacionó más estrechamente con un círculo intimo de tres. Pedro, Santiago y Juan fueron testigos de la transfiguración y estuvieron más cerca de Jesús en Getsemaní. Nosotros también necesitamos de la cercana amistad de otros semejantes a nosotros, mientras usamos nuestros dones especiales para ministrar a todo el cuerpo. Necesitamos una tensión saludable entre nuestra tendencia natural de refugiarnos entre nuestros homólogos, y el mandato de Jesús de aceptar a los demás sin fijarnos en su status.

Desencasillando a las iglesias

Las casillas sociales también juegan un papel importante en la comisión de la iglesia de evangelizar. Las iglesias, así como la gente, ostentan rótulos. Las denominaciones tienen identidades históricas únicas. Los fundadores denominacionales son estimados. Sus himnos, libros y credos articulan la historia de una denominación determinada y su contribución única a la iglesia universal. Algunas denominaciones tienen museos y conducen expediciones turísticas a sus sitios históricos. Las escuelas denominacionales, sus publicaciones y sus conferencias anuales agudizan la conciencia de la gente. Así emerge la imagen de una denominación particular. Los católicos actúan de esta y esta manera. Un buen presbiteriano debiera pensar así y así.

Ciertas palabras especificas adquieren significados secretos en la cultura de una denominación en particular, conocidas únicamente por sus miembros, por ejemplo: «confirmación», «la segunda obra de la gracia», «neo-evangelismo», y «discipulado». Este código de palabras agita las pasiones de los miembros que conocen su significado secreto, pero no tienen ningún significado para los de afuera. Es normal y natural que las iglesias cultiven un sentido de solidaridad e identidad común. Esto agudiza el sentido de pertenencia de los participantes. Ellos saben quienes son, de donde vienen, y a donde van. Los miembros tienen un lugar, un grupo —forman un pueblo.

Esta etnicidad religiosa, como la llaman lo sociólogos, también crea problemas; puede convertirse en idolátrica, demandando más respeto que las mismas Escrituras, empañando la centralidad de Jesucristo. El Jesús bíblico puede convertirse con facilidad en un Jesús denominacional. Se convierte en nuestro Salvador bautista, nuestro Señor menonita. El pegamento denominacional puede obstruir el intercambio libre del amor y la cooperación entre las denominaciones.

Lo que es más serio, el encasillamiento denominacional puede impedir que otros entren al reino. Ya hemos oído la acusación de Jesús contra los fariseos. Demasiado pegamento denominacional asusta a los de afuera. Las palabras extrañas, los ritos raros y las tradiciones obsoletas oscurecen la señal de bienvenida. Una identidad teológica fuerte es esencial para una iglesia vigorosa, pero debemos equilibrarla con programas que den la bienvenida a los que llegan por primera vez.

Uno de los dilemas que enfrentan las iglesias en crecimiento es que cada oveja busca su pareja. La gente de bajos ingresos se siente cómoda en congregaciones de su nivel. Las congregaciones ricas atraen a individuos que vienen de la clase alta. Los hispanos se sienten más a gusto en servicios de adoración enraizados en la cultura hispánica. Los profesionales emigran a congregaciones que fomentan un intercambio intelectual elevado.

¿Debieran las congregaciones enfocar sus esfuerzos en vecindarios homogéneos que armonicen con el perfil racial, social y económico de la congregación? Esta es una buena estrategia si lo que se busca es aumentar la asistencia. Aunque la ruta más fácil para el crecimiento estriba en atraer gente similar, es urgente no perder el mensaje de reconciliación. No constituye un gran desafío reunir al mismo tipo de gente. Ocurre todo el tiempo en toda clase de organizaciones y clubes de servicio. Si el evangelio transforma las relaciones sociales, si la iglesia es más que otro Club Rotario, es preciso que la reconciliación espiritual y social vaya a la vanguardia del ministerio.

Lo maravilloso del evangelio es que cuando la gente vive bajo el señorío de Jesús, experimenta una nueva unidad que trasciende las casillas sociales. El verdadero crecimiento de la iglesia hace acopio de lo mejor de la ciencia social para atraer a diferentes tipos de personas bajo un mismo Señor. Un evangelio que solamente atrae a gente similar, empaña las buenas nuevas que derriban la pared de separación entre judíos y cristianos, entre varones y mujeres, entre blancos y negros. Esto no significa que ignoremos las características sociales, todo lo contrario; las valorizamos como verdaderos ingredientes de la vida congregacional. Necesitamos buscar el delicado equilibrio entre igualdad y diferencia. Nuestra tendencia natural es agruparnos con ovejas semejantes a nosotros. Las buenas nuevas de Jesucristo, sin embargo, reciben con beneplácito a todos, sin importar la calidad o color de su lana.

Preguntas para discusión

  1. ¿De qué maneras opera en su vida el principio de «cada oveja busca su pareja»?
  2. Considere a las personas a quienes usted ha invitado a su casa durante los últimos seis meses. ¿Cuántos de ellos provienen de diferentes casillas que la suya?
  3. Identifique algunas de las casillas estigmatizadas en su comunidad. ¿Cómo puede su iglesia abrir nuevas puertas a estas personas y grupos?
  4. ¿Qué clase de casillas existen en su iglesia? ¿Cómo podrían atenuarse?
  5. ¿Qué reglas de etiqueta social podrían violar los ciudadanos del reino al revés si tomaran las casillas sociales menos seriamente?
  6. ¿En qué ocasiones se ha sentido unido en forma especial a personas de diferente trasfondo cultural debido a su fe común en Jesucristo?
  7. ¿Cuáles son algunas de las formas en las que la iglesia puede lograr el delicado equilibrio entre igualdad y diferencia?

 


1. Jeremias (1975) dedica seis capítulos (12-17) a la preservación de la pureza racial dentro de la comunidad hebrea. Mi exposición está en deuda con esta meticulosa investigación.

2. Es un tanto ambigua la magnitud de la aceptación de Jesús hacia los gentiles. Sanders (1985:212-221) contiende que Jesús inició un movimiento que «llegó a ver la misión a los gentiles como una extensión lógica de sí mismo». Pero Sanders duda que Jesús mismo haya recibido a los gentiles con beneplácito.

3. Para una elaboración, consulte Tannehill (1972).

4. Estoy en deuda con Willard M. Swartley, mi antiguo instructor, por resolver el enigma de los símbolos de estos tres capítulos. Un tratado completo puede ser hallado en Swartley (1973). Para un tratado popular, vea Swartley (1981:94-130). Myers (1988:223-227) concuerda con esta interpretación.

5. Mateo, por lo general, toma una visión más negativa hacia los gentiles que Marcos o Lucas. Tal vez porque escribe a una audiencia judía, Mateo con frecuencia describe a Jesús con la típica actitud judía. Mateo es el único escritor que registra que Jesús haya dicho haber sido enviado únicamente a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mateo 10:6; 15:24).

6. Yoder (1972) dedica el capitulo 11 al concepto de Pablo de la justificación, en relación a la reconciliación de judíos y griegos.

7. Jeremias (1975) en el capítulo 18 presenta una excelente exposición sobre el papel de la mujer en la cultura hebrea. Es la fuente histórica que sirve de base para esta sección. Para varias fuentes introductorias del papel de la mujer en el Nuevo Testamento, considere a Evans (1983), Praeder (1988), Ruether (1981), Siddons (1980), y Swartley (1983).

8. Jeremias (1975:375).

9. Jeremias (1975:376).

10. Wahlberg (1975:94).

11. Jeremias (1975:305-311).

12. Jeremias (1971:104).

13. Longenecker (1984) en varios perceptivos ensayos argumenta que el mandato del evangelio como fue practicado por la iglesia primitiva, proyectaba una nueva comunidad donde las barreras sociales se derrumbaban entre varón y mujer, esclavo y libre, judío y griego.