Perseguidos
Arden viviendas de cristianos en Pakistán.

Un mismo rasero para todos
por Dionisio Byler

Si nos interesa comprender al prójimo —que no solamente criticarlo— hace falta intentar ponerse en su situación para comprender por qué se comporta como lo hace.

Me llama la atención la preocupación descontextualizada de algunos de los que se escandalizan por la persecución que sufren los cristianos en algunas partes del mundo. Desde luego, cualquier cristiano que sufre persecución por lealtad a Cristo, bien merece nuestras oraciones y todo lo que podamos hacer para influir en que reciba un trato de respeto y tolerancia de sus creencias cristianas. Bueno sería, a la vez, intentar comprender por qué está pasando esto.

Hay persecución auténtica

Hay persecución auténtica, que es la que sufren los cristianos en algunos países islámicos. Es necesario recordar, sin embargo, que no es tradicional en esos países la persecución de cristianos. No de forma continua, por lo menos. Bien es cierto que en tierras islámicas los cristianos nunca han tenido libertad para propagar su fe más allá de sus propios hijos. Esto mismo también sucede, por cierto, con los evangélicos en Grecia —un país que se dice cristiano.

¿Por qué ha habido un resurgir tan importante de persecución de cristianos en países islámicos en nuestra generación? Hay quien lo atribuye a la proximidad del regreso de Jesucristo —como si supieran ellos cuándo es que va a regresar. Pero también podríamos atribuirlo a que los musulmanes se sienten acorralados y perseguidos, a la defensiva en sus propios países.

Recuerdo perfectamente las imágenes divulgadas por televisión cuando la primera Guerra del Golfo Pérsico, hace 25 años, de soldados americanos que se bautizaban al cristianismo evangélico como preparación para ir a la guerra contra Irak. Cuando un país inicia lo que inevitablemente se tiene que interpretar como una cruzada cristiana a la usanza de las de la Edad Media, ¿quién es capaz de sorprenderse de que hoy día los cristianos sufran persecución? La nación más poderosa del mundo —cuyos políticos se jactan de cristianos— recurre cada vez más a matar en el Oriente Medio desde el aire con robots asesinos controlados a distancia. Hay cristianos que apoyan incondicionalmente el régimen de apartheid israelí. Así las cosas, suena realmente extraño oír quejarnos a los cristianos de Occidente cuando nuestros hermanos en países islámicos sufren represalias y violencia.

En el siglo XX, ningún régimen persiguió tanto a los cristianos como el comunismo. Pero hay que recordar que en Rusia, la cabeza de la Iglesia era el zar. La iglesia fue siempre a lo largo de la historia rusa, cómplice y beneficiaria de la terrible opresión de los campesinos. Era natural que la revolución se cebara tan ásperamente con una religión que tanto sufrimiento había justificado y bendecido. Y en la China, el cristianismo entró con las Guerras del Opio, cuando los ingleses obligaron al gobierno chino a aceptar en primer lugar, el negocio del opio que China intentaba frenar; y en segundo lugar, aceptar otros intereses occidentales, entre ellos las misiones cristianas. Cuando la revolución, ¿cómo no tratar de eliminar una religión que había llegado al país de semejante manera?

Persecución que no lo es

Por otra parte tenemos la falsa persecución, que es esa sensación de asedio que podemos experimentar en un mundo que por ser «el mundo», no tiene por qué compartir nuestro ideario cristiano. Existe un cierto desfase entre las iglesias —especialmente las más conservadoras o fundamentalistas— y la sociedad, cuyo efecto es una aspereza o subida de tono en las acusaciones mutuas. Aquí la palabra clave es «mutuas».

Hay que reconocer que en debates sobre temas como el aborto o la homosexualidad, la sociedad está en otro punto que la mayoría de las iglesias. Por consiguiente, hay personas que pueden sentirse injustamente atacadas y perjudicadas cuando las iglesias procuran por todos los medios conseguir que el Estado prohíba (o si llegamos a tiempo, que no permita) lo que otros defienden como derechos humanos fundamentales. Cuando tales personas o colectivos responden con descalificaciones, con actos de protesta o con iniciativas legales, no es propiamente persecución sino un elemento más de un debate muy intenso que sigue abierto y donde ambas partes podemos fácilmente traspasar las buenas formas.

Aprender de Jesús

En esto y en todo en la vida, bueno sería seguir algunas de las enseñanzas de nuestro maestro Jesús, a quien alegamos seguir:

No juzgar, para no ser juzgados. Sí, porque quien emite juicios condenatorios contra el prójimo, resulta muy poco creíble cuando se queja de ser juzgado. Tal vez no todos nuestros pecados sean una viga en el ojo propio en comparación con una brizna en el ajeno. Pero si Jesús se expresó así es para que comprendiéramos que hay actitudes que no le honran.

Cuando venga el Espíritu, él convencerá de juicio y de pecado. Hay que dejar de creernos mejores que el Espíritu Santo y pretender ser nosotros los que convenceremos a la gente que son pecadores. Nunca lo conseguiremos y además, queda feo.

Tratar al prójimo como uno desearía ser tratado. Concretamente, el mismo respeto que deseamos para nosotros, en tanto que minoría de personas que nos tomamos con seriedad nuestra condición de cristianos, es el respeto que hemos de mostrar con aquellas minorías cuyos valores y conductas no compartimos. Saber ponerse en la piel del otro es uno de los principios más importantes que nos enseñó Jesús.

Tendremos más autoridad y legitimidad para protestar, cuando en lugar de alzar la voz solamente cuando maltratan a «los nuestros», estemos protestando toda persecución, toda limitación de derechos humanos, toda forma de abuso de autoridad institucional en todo el mundo —especialmente cuando son cristianos los culpables. Así se vería mucho mejor que lo que buscamos es un mundo mejor, más tolerante, con mayores cotas de entendimiento mutuo y armonía; que no solamente defender nuestra propia parcela y dar la impresión de desinterés por lo que les pasa a otros.

Sospecho que ante Dios también, nuestras súplicas de tolerancia y protección serán mejor atendidas cuando roguemos también a Dios que nos haga más tolerantes a nosotros. Más tolerantes de todos aquellos colectivos cuya ideología, religión o conductas no compartimos.