José en Egipto
José vende grano en Egipto. Lienzo de Claes Moeyaert (aprox. 1650)

Integración, sanidad y gratitud
por Stephen Wiebe-Johnson

Quiero anotar aquí algunos pensamientos sobre la historia de José y sus hermanos, recogidas de unas reflexiones por Henry Nouwen, que se verán a continuación. El pasaje llega al final de la historia, después que José viene atormentando a sus hermanos con lo que parece ser una especie de «juego del gato y el ratón». Según se desarrolla la historia, llega un momento cuando José ha de afrontar en profundidad su trágica historia personal. Hace salir a todo el mundo; y a solas, rompe en llanto ante Dios. Es solamente al final de muchas lágrimas que José por fin puede volver ante sus hermanos y presentarse a sí mismo como hermano de ellos y a continuación, contarles la historia de su cautiverio y esclavitud. Si no conoces bien la historia, tómate ahora un momento para leerla en Génesis.

Pero José les respondió:

—No temáis. ¿Acaso pensáis que yo ocupo el puesto de Dios? Es verdad que vosotros os portasteis mal conmigo, pero Dios lo cambió en bien para hacer lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente (Gn 50,19-20, BLP).

José no siente una necesidad de cambiar lo que sus hermanos habían hecho, ni de disimularlo. Reconoce abiertamente que habían querido hacerle daño. Todos saben que ese es el caso. Sin embargo procede a contar la historia a la luz del presente (en el contexto de la narración). José se ve a sí mismo ahora como alguien que Dios puede usar para salvar muchas vidas. Considera su historia personal, con todo lo que ha padecido, a la luz de lo que también venía haciendo Dios.

A continuación, algunos renglones que escriben Nowen y Christine Pohl, sobre la disciplina de gratitud:

Estar agradecidos por las cosas buenas que nos pasan en la vida es fácil; pero estar agradecidos por todo lo que hay en nuestras vidas —lo bueno pero también lo malo, los momentos de felicidad pero también los de tristeza, los éxitos pero también los fracasos, las recompensas pero también el rechazo— eso nos exige un arduo trabajo espiritual. Y sin embargo, solamente somos personas auténticamente agradecidas cuando podemos decir «gracias» por todo lo que nos ha traído hasta este momento presente. En tanto que sigamos dividiendo nuestras vidas entre unas experiencias y personas que queremos recordar y otras que quisiéramos olvidar, nos será imposible adueñarnos de la plenitud de nuestro ser como un don de Dios por el que vivir agradecidos.

No temamos contemplar todo lo que nos ha traído hasta este momento presente, Confiemos que tarde o temprano veremos en todo ello la mano de un Dios amante que nos venía guiando.

La gratitud es esencialmente una obra o disciplina donde confiamos enteramente en un Dios que nos ama. Supone llegar al punto donde podemos decir que hay muchas cosas en mi vida que no me gustan y otras que jamás habría elegido. Estar agradecidos no significa que habríamos elegido esas cosas, que habríamos buscado vivir esas experiencias. Jesús mismo rogó al Padre: «Aparta de mí esta copa». Hay muchos otros ejemplos en la Escritura que podríamos citar, donde las personas vivieron experiencias que jamás habrían elegido pero que sin embargo, esas mismas experiencias resultan ser lo que emplea Dios para hacer avanzar la historia.

Yo vengo a sostener que este paso es necesario para avanzar en la sanación interior. Es lo que llamamos «integración»: aprender a hacer las paces con toda nuestra historia personal, las elecciones buenas pero también las malas, los éxitos pero también los fracasos. Todas estas cosas configuran juntas la historia que nos ha traído hasta este presente donde nos encontramos. Son parte de la textura de esta vida que es la nuestra. Aceptarlo todo, entero, es parte del proceso de sanación, aún a pesar de que siempre llevaremos con nosotros las cicatrices de esas experiencias.

Cuando traemos nuestra historia personal ante Dios y la comunidad, podemos empezar a reescribirlas de tal manera que ya no tengan nuestro padecimiento como centro de atención. Empezamos a aprender a contar nuestra historia personal de tal manera que venga a mostrar el poder de Dios. Cuando hacemos esto, entonces podemos contemplar nuestra historia entera, toda, de una forma integrada, donde reconocemos la presencia de Dios a lo largo de nuestra historia. Entonces el poder de las heridas del pasado se disipa. Seguiremos conscientes de la influencia de esas heridas, pero su poder para controlarnos habrá disminuido.