Colección de lecturas
 

PDF Las comunidades eclesiales de base

La fe en la periferia de la historia
por Juan Driver
Copyright © 1997 Ediciones SEMILLA (Guatemala) y CLARA (Colombia)
Reproducido aquí con permiso.



Capítulo 21.

Las comunidades eclesiales de base

La vivencia de la comunión a que ha sido llamado, debe encontrarla el cristiano en su «comunidad de bas»”: es decir, una comunidad local o ambiental, que corresponda a la realidad de un grupo homogéneo y que tenga una dimensión tal que permita el trato personal fraterno entre sus miembros. Por consiguiente, el esfuerzo pastoral de la Iglesia debe estar orientado a la transformación de esas comunidades en «familia de Dio»”, comenzando por hacerse presente en ellas como fermento mediante un núcleo, aunque sea pequeño, que constituya una comunidad de fe, de esperanza y de caridad. La comunidad cristiana de base es así el primero y fundamental núcleo eclesial, que debe, en su propio nivel, responsabilizarse de la riqueza y expansión de la fe, como también del culto que es su expresión. Ella es, pues, célula inicial de estructuración eclesial, y foco de la evangelización, y actualmente factor primordial de promoción hu­mana y desarrollo. …

Los miembros de estas comunidades, «viviendo conforme a la vocación a que han sido llamados, ejerciten las funciones que Dios les ha confiado, sacerdotal, profética y real», y hagan así de su comunidad «un signo de la presencia de Dios en el mundo». (11 CELAM: Medellín 1968, 15:10­11 [1].)

En especial, hemos descubierto que las comunidades pequeñas, especialmente las CEBs, crean interrelaciones más personales, la aceptación de la Palabra de Dios, el reexamen de la vida, y la reflexión sobre la realidad a la luz del evangelio. Acentúan una participación más comprometida en la familia, en el trabajo, en el vecindario, y en la comunidad local. Nos complace señalar la multiplicación de pequeñas comunidades como un evento eclesial importante que es particularmente nuestro y como la «esperanza de la Iglesia». Esta expresión eclesial es más evidente en la periferia de las grandes ciudades y en las zonas rurales. Ellas proveen una atmósfera favorable para el surgimiento de nuevos servicios iniciados por laicos. Han hecho mucho para extender la catequesis familiar y la formación de los adultos en la fe, en formas adaptadas a la gente común. (III CELAM: Puebla 1979,629 [2].)

El cristiano vive en comunidad bajo la actividad del Espíritu Santo. El Espíritu es el principio invisible de la unidad y la comunión, y también lo es de la unidad y la variedad halladas en los estados de vida, los ministerios y los carismas. …

Como comunidad, las CEBs reúnen familias, adultos y jóvenes, en una relación interpersonal íntima fundada en la fe. Como realidad eclesial, es una comunidad de fe, esperanza y amor. Celebra la Palabra de Dios y se nutre de la eucaristía, la culminación de los sacramentos. Encarna la Palabra de Dios en la vida mediante la solidaridad y el compromiso al nuevo mandamiento del Señor; y mediante el servicio de sus coordinadores aprobados, hace presente y operativa la misión de la Iglesia y su comunión visible con sus pastores legítimos. Es una comunidad a nivel de base porque se compone de relativamente pocos miembros como cuerpo permanente, como una célula de una comunidad más extensa. «Cuando merecen su designación eclesial, ellos pueden encargarse de su propia existencia espiritual y humana en un espíritu de solidaridad fraternal».

Unidos en una CEB y alimentando su unión con Cristo, los cristianos se esfuerzan por vivir una vida más evangélica en medio del pueblo, trabajar juntos a fin de desafiar las raíces egoístas y consumistas de la sociedad, y hacer explícita su vocación a la comunión con Dios y sus semejantes. Así, ofrecen un punto de partida válido e importante para la construcción de una nueva sociedad, «la civilización del amor». Las CEBs encarnan el amor preferencial de la Iglesia por la gente común. En ellas su religiosidad es expresada, valorizada, y purificada: y se le ofrece una oportunidad concreta para compartir la tarea de la Iglesia y para trabajar con compromiso por la transformación del mundo. (III CELAM: Puebla 1979, 638,641-643 [3].)

Surgimiento de las comunidades eclesiales de base en América Latina

Aunque existen comunidades análogas en otros continentes, este movimiento se origina en América Latina. A partir de la década de 1950, estos nuevos «experimentos» aparecieron especialmente en Brasil, Chile y Panamá. Posteriormente, en la década de 1960, el nombre de comunidades eclesiales de base (CEBs) llegó a popularizarse. CEB viene del nombre del Movimiento de Educación de Base, uno de los movimientos anteriores en Brasil que contribuyó al surgimiento de las nuevas comunidades eclesiales. Fueron esencialmente tres —entre otras— las principales fuentes de este movimiento: una preocupación por la evangelización a nivel local en Barra do Piraí, en Brasil; el Movimiento de Educación de Base, con su enseñanza por radio; y experimentos con un apostolado laico auspiciados por el programa pastoral brasileño a nivel nacional [4].

Una preocupación por la evangelización

En el año 1956, el obispo de Barra do Piraí en el distrito de Río de Janeiro inició un programa de evangelización en su diócesis. Esta iniciativa surgió cuando, durante una visita pastoral a la zona, una anciana protestó: «En noche buena las tres iglesias evangélicas del pueblo estaban todas con las luces encendidas y llenas de gente. Pudimos escuchar sus himnos … mientras que nuestra iglesia católica estaba cerrada y oscura … porque no conseguíamos un sacerdote» [5].

Éste fue el desafío que condujo a una reflexión más profunda en la Iglesia brasileña. ¿La vida de una comunidad cristiana depende sólo de la disponibilidad de un sacerdote debidamente formado y formalmente ordenado? ¿Si falta este elemento, no hay otros que pueden aportar a la vida comunitaria?

Comenzaron a formar catequistas laicos que servían, en nombre de los obispos, como coordinadores de sus comunidades. Se reunían para orar, oír la Palabra de Dios y nutrir el sentido de comunión fraternal a nivel de la iglesia local. Los domingos y demás días festivos se reunía el pueblo para un «culto católico sin sacerdote» y, de esta manera, acompañar en espíritu la misa que se estaba celebrando en la parroquia madre distante.

Estos catequistas frecuentemente eran maestros de la escuela primaria del vecindario. Se nombraban coordinadores responsables en cada comunidad. Ellos presidían en las oraciones diarias y los cultos semanales. Administraban el bautismo en casos urgentes, ministraban a los enfermos y moribundos y servían según las necesidades. En lugar de capillas dedicadas exclusivamente al culto, construían locales utilizados para escuelas primarias, instrucción religiosa, clases de costura y centros comunales de reunión para resolver los problemas, aun los económicos, del pueblo [6].

El Movimiento de Educación de Base

En el noreste de Brasil la Iglesia hizo un esfuerzo por convertirse en una comunidad dedicada al servicio de los seres humanos en sus luchas. Los apremiantes problemas sociales: desnutrición, enfermedades endémicas, analfabetismo, explotación socioeconómica y estructuras injustas; llevaron a la Iglesia a buscar respuestas adecuadas.

Estimularon la formación de escuelas y centros de bienestar social e intentaron concientizar al pueblo frente a sus problemas. En este proceso, surgió el Movimiento de Educación de Base. Las escuelas por radio sirvieron como vehículos para fomentar la concientización y el sentido de responsabilidad social: semilleros de la Iglesia. Para el año 1963 había en la arquidiócesis de Natal 1 410 escuelas radiales. Por medio de ellas, las personas aprendían a leer y a formar una unidad comunitaria más pequeña que la parroquia o el pueblo. La instrucción religiosa se impartía por la radio y la gente se reunía en comunidades sin sacerdote —alrededor de su radio— para escuchar el sermón y recitar las oraciones de la misa que el obispo celebraba a distancia.

Este movimiento se extendió a través del noreste, y luego hacia el oeste del país, y contribuyó a la formación de pequeñas comunidades sociales y eclesiales más básicas que las parroquias tradicionales. Así se formó una red de promoción humana y de evangelización. En el proceso de ser evangelizadas, estas comunidades servían, a la vez, como agentes de evangelización [7].

Programa Pastoral Nacional

Un equipo de 15 personas (sacerdotes, monjas y laicos), aprobado por el episcopado brasileño, dedicó cinco años a una campaña titulada «mundo mejor». Visitaron todo el país y realizaron cerca de 1 800 cursillos de renovación y de formación. Esta iniciativa despertó un espíritu de renovación, de cuestionamiento crítico, tanto social como religioso, de reformas comunitarias y de unidad pastoral.

Esto condujo a la aprobación en la CNBB (Conferencia Nacional de Obis­pos Brasileños), de un «plan de emergencia», cuya finalidad era —entre otras cosas— transformar las parroquias tradicionales en redes coordinadas de pequeñas comunidades de fe, culto y amor. «Nuestras parroquias actuales son, o deben ser, compuestas por varias comunidades de base, debido a su extensión geográfica, su densidad de población, y el alto porcentaje de personas bautizadas en ellas. Por lo tanto, será de gran importancia comenzar con una renovación parroquial, mediante la creación y la promoción de estas comunidades de base. Hasta donde sea posible, debe fomentarse su creación en las parroquias. … El plan propone que la primera meta sea «estimular a las parroquias a crear y fomentar comunidades de base, asegurando su coordinación», y crear en las comunidades de base, asambleas litúrgicas en que participen todos sus miembros, según sus funciones, especialmente en la celebración de la eucaristía y los demás sacramentos» [8].

Los comienzos del movimiento de comunidades eclesiales de base en América Latina se caracterizaron por una fuerte preocupación por la evangelización de un continente de individuos bautizados, carentes de contacto vital con las expresiones sacramentales de la salvación, ignorantes de la Palabra de Dios y distanciados en sus relaciones espirituales y sociales de sus hermanos y hermanas en la familia de Dios. Carecían de la posibilidad para dedicarse a la evangelización de sus semejantes y de anunciar el mensaje de salvación al mundo.

Paralelamente a esta preocupación por la evangelización surgió una concientización sobre la responsabilidad de encarar las realidades de nuestro mundo y participar en la tarea de liberar a la humanidad, entregándose a los más pobres y los que más sufren la opresión de la injusticia. Justamente, por esta razón, las comunidades eclesiales de base han florecido más en las zonas más problematizadas del continente, donde las personas sufren bajo condiciones adversas [9].

Estas comunidades eclesiales de base se han extendido a través de toda América Latina. Para el año 1975, había CEBs en Brasil (con más de 40.000), Honduras (con más de 4.000), Chile, Panamá, Ecuador, Bolivia, Colombia, Nicaragua, El Salvador, República Dominicana y Paraguay. Desde entonces, el movimiento siguió su expansión y se encuentra en todos los países de América Latina. Los obispos, reunidos en su Conferencia Episcopal Latinoamericana, primero en Medellín en 1968, y posteriormente en Puebla en 1979, discutieron ampliamente el desarrollo de las comunidades eclesiales de base y han votado sendas declaraciones de aprobación [10]. Para el año 1984, Leonardo Boff escribe de «una vasta red de comunidades eclesiales de base que, sólo en el Brasil, suman unas 70.000, en las que están integrados cerca de cuatro millones de cristianos que viven su fe en dichas comunidades» [11].

En 1975 José Maríns destacaba —entre otras— las siguientes características de estas comunidades eclesiales de base [12].

  • Se maximiza la vitalidad de la Iglesia y se minimizan sus estructuras, reduciéndolas a las que son casi indispensables.

  • Se insiste más en la misión evangelizadora y en el testimonio comunitario y menos en la multiplicación de actividades pastorales destinadas al mantenimiento institucional.

  • Se enfatiza la apertura hacia otros grupos cristianos mediante la oración común, el estudio conjunto, y la confraternización en la vida concreta de las comunidades.

  • Se propicia una atmósfera personal en que los individuos ya no se pierdan en las masas anónimas de la iglesia establecida. Todos los miembros son llamados a ser protagonistas en la vida y misión enteras de la Iglesia.

  • Se comparte una visión carismática de servicios, o ministerios, que es considerablemente menos jerárquica, propiciando así los ministerios de hombres y de mujeres; de matrimonios y en equipos.

  • Su espiritualidad se centra mucho más en Jesucristo, y menos en los santos. A éstos últimos se les asigna su lugar más apropiado en la memoria colectiva del pueblo de Dios, en el contexto de sus celebraciones populares.

  • Se esfuerza más en la comunicación del mensaje evangelizador, especialmente a los católicos bautizados que, sin embargo, no han sido efectivamente evangelizados.

  • Se comparte instrucción catequística fundamentalmente con adultos, más que meramente con niños. Se relaciona esta instrucción con el vivir diario del seguidor de Jesús y se demanda un compromiso.

  • Se celebran los sacramentos visible y concretamente en el contexto de toda la comunidad eclesial de base.

  • Se vislumbra una nueva visión del clero. Su ministerio se dedica a la edificación, coordinación, y enseñanza comunitarias. Y el laicado es esti­mulado a un protagonismo más activo.

  • Se vislumbra, también, una nueva visión de Iglesia que actúa como levadura en medio del mundo. El poder eclesiástico y temporal se reduce, liberando a la Iglesia (y al clero) para una actividad espiritual más auténtica. Dejando de ser un poder (temporal), la Iglesia descubre mayor oportunidad para servir. En este proceso se redescubre la verdadera dimensión política de la fe.

La comunidad eclesial de base es realmente la Iglesia. Pero precisamente porque es la Iglesia, representa un peligro para las estructuras que dominan las esferas seculares. (Y también para las eclesiásticas oficiales.) En su seguimiento de su Señor, se halla comprometida con la humanidad, los pobres y todos los que sufren la marginación y las injusticias opresoras. Como comunidad del reino, anuncia el reino de Dios y, a la vez, denuncia las idolatrías (del dinero, del poder y del sexo) de los reinos de este mundo. En la medida en que las comunidades eclesiales de base sean, en verdad, la Iglesia, representarán un peligro. Serán esa levadura revolucionaria que —desde abajo y desde aden­tro— se dedica a la construcción de un mundo nuevo caracterizado por los valores de Cristo y de su reino [13].

Según esta visión, la Iglesia no se presentará como sociedad grande, poderosa ni prepotente, sino como una comunidad de comunidades de seres humanos que se aman unos a otros en el amor de Cristo, como una familia de los hijos e hijas de un solo Padre que se abre a todos por igual, invitándoles a la dicha de una auténtica liberación en la familia de Dios.

Las comunidades eclesiales de base en perspectiva eclesiológica

Los hermanos Leonardo y Clodovis Boff, franciscanos brasileños, están entre los teólogos latinoamericanos que más se han destacado en las décadas recientes como exponentes elocuentes de las CEBs en América Latina, y como valientes defensores del movimiento ante las fuerzas eclesiásticas conserva­doras en el catolicismo oficial. (La iniciativa disciplinaria, asumida por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe contra Leonardo Boff hacia mediados de la década de 1980 sirve —sin proponérselo— como un testimonio católico oficial de la importancia, al igual que de la trascendencia universal, de sus aportes.) En su libro, Iglesia: carisma y poder. Ensayos de eclesiología militante, Leonardo Boff resume, junto con su hermano, lo que ellos consideran las principales características eclesiológicas de las comunidades eclesiales de base [14].

  1. Las comunidades eclesiales de base son expresiones concretas de comunión. En ellas se viven relaciones más inmediatas y fratemas. En contraste con ciertas presuposiciones inherentes en el catolicismo tradicional, no dependen del ministerio del clero ordenado para su existencia. Los laicos asumen la tarea de llevar adelante el evangelio y la vivencia de la fe. En las CEBs los miembros suelen ser pobres y oprimidos. En la sociedad secular forman la base y en la Iglesia institucional son considerados laicos.

Estas comunidades generalmente se forman por unas 15 a 20 familias, las cuales se reúnen una o dos veces por semana para escuchar la Palabra de Dios, compartir sus problemas y buscar soluciones inspiradas en el evangelio. Este proceso incluye lecturas y reflexiones bíblicas, oración y, bajo la coordi­nación de uno del mismo grupo, decisiones comunitarias sobre las acciones a realizar.

Después de siglos de silencio el Pueblo de Dios toma la palabra; ya no es sólo la feligresía de la parroquia, sino que es portador de unos valores eclesiológicos y reinventa concretamente la Iglesia de Dios en su sentido histórico real. Ciertamente la Iglesia es don de Cristo que recibimos agradecidos, pero es también respuesta humana llena de fe. Por eso se ha acuñado una expresión que, si se entiende como es debido, es auténticamente verdadera y ortodoxa: “la Iglesia que nace de la fe del Pueblo de Dios” o, más sencillamente, “la Iglesia que nace, en virtud del Espíritu de Dios, del pueblo creyente y oprimido”. … La comunidad eclesial de base concretiza la verdadera Iglesia de Jesucristo [15].

El pueblo de Dios es esencialmente misionero. Abierto a los pobres y oprimidos de la sociedad, reunido en nombre de Cristo y atento a su Palabra de salvación y liberación, constituye concretamente la Iglesia de Jesucristo. Donde más se experimenta la tensión en la Iglesia, no es entre la institución y las comunidades, sino entre aquellos (tanto en la institución como en las comunidades) que optan por los pobres y por su liberación, y aquellos que persisten en mantener solamente el carácter estrictamente sacramental y devocional de la fe.

  1. Las comunidades eclesiales de base nacen de la Palabra. La «cédula de identidad» de las CEBs es el evangelio. Son el contexto en que la palabra evangélica es escuchada, creída y obedecida. El rasgo más típico de las CEBs es la forma en que la situación existencial es confrontada con la Palabra del evangelio. La Palabra es tanto luz como levadura que transforma desde adentro y desde abajo. En estos círculos, el evangelio es una buena noticia que trae esperanza, promesa y alegría.

La relación entre el evangelio y la vida se manifiesta en un proceso extenso. La Palabra lleva a los oyentes a interesarse en los problemas del grupo mismo, la enfermedad, el desempleo, etc. Con el tiempo pasan a los problemas de sus semejantes en el vecindario: la salud, la educación, los servicios públicos, etc. Luego se llega a cuestionar los modos vigentes de organización social. El compromiso social de la comunidad tiene su punto de partida en su visión de la fe.

La comunidad, como tal, pasa a ser el lugar por excelencia donde la Palabra es leída, oída e interpretada. Todos los miembros participan en el proceso. Y «Sorprendentemente, la exégesis popular se aproxima mucho a la antigua exégesis de los santos Padres. Es una exégesis que va más allá de las palabras y que capta el sentido vivencial (o espiritual) del texto. El texto evangélico sirve de inspiración para la reflexión de la vida, que es el lugar donde resuena la Palabra de Dios» [16].

En las CEBs, el evangelio se manifiesta como palabra transformadora. Los miembros de los grupos suelen dividir sus experiencias entre el pasado, cuan­do todavía no habían oído el evangelio, y el tiempo presente, desde que han llegado al conocimiento del evangelio.

  1. Las comunidades eclesiales de base representan una nueva (y también antigua) manera de ser Iglesia. «La comunidad eclesial de base no es tan sólo un instrumento de evangelización en medios populares. Es mucho más. Es una nueva manera de ser Iglesia y de concretar el misterio de la salvación vivido comunitariamente. La Iglesia no es únicamente la institución (la Escritura, la jerarquía, la estructura sacramental, la ley canónica, las normas litúrgicas, la doctrina ortodoxa y los imperativos morales). … La Iglesia es también acontecimiento. Surge, nace y se reinventa siempre que los hombres se reúnen para escuchar la Palabra de Dios, creer juntos en ella, proponerse seguir a Jesucristo, movidos por el Espíritu. Y esto ocurre precisamente con las comunidades de base. Muchas veces el grupo se reúne a la sombra de un gran árbol que todos conocen. Allí se encuentran semanalmente, leen los textos sagrados, comparten sus comentarios, rezan, hablan de la vida y deciden las tareas comunes. Allí se realiza, como acontecimiento, la Iglesia de Jesús y del Espíritu Santo» [17].

La característica que más se destaca en las CEBs es la de ser comunidad, o familia. Todos son hermanos, todos participan, todos ejercen ministerios. Aunque sean iguales, no todos hacen todas las cosas. Hay coordinadores, muchas veces mujeres, que velan por el orden y presiden en la celebración y en las dimensiones sacramentales. En esto recuerdan a la Iglesia de los prime­ros siglos cuando se destacaban las dimensiones comunitarias.

Los laicos redescubren su importancia como sucesores de la comunidad apostólica. La apostolicidad de la Iglesia ya no depende exclusivamente de los obispos ni del papa, sino de la fidelidad misionera (apostólica) de la comunidad. Incluso, es de esperarse que el testimonio de las comunidades conduzca a la formación de nuevas comunidades, acompañándolas en su crecimiento.

Lo que Pablo llamaba carismas, en las CEBs se llaman servicios. Son dones del Espíritu y cubren una amplia gama de funciones. «Hay quienes tienen especiales dotes para visitar y consolar a los enfermos: a éstos se les encarga que se informen al respecto y los visiten. Otros se dedican a alfabetizar, otros a concientizar sobre los derechos humanos o la legislación laboral, otros a preparar a los niños para los sacramentos, otros a ocuparse de los problemas familiares, etc. Todas estas funciones son respetadas, estimuladas y coordinadas por el responsable, a fin de que todo crezca en función de toda la comunidad. La Iglesia, más que organización, es un organismo vivo que se recrea, se alimenta y se renueva desde las bases» [18].

  1. Las comunidades eclesiales de base son signos del reino e instrumentos de liberación. Las CEBs no son sectarias en su orientación. Son comunidades abiertas a la sociedad secular en que viven, en función de su misión liberadora. Inspiradas por su lectura y vivencia del evangelio, cuestionan toda la problemática humana en su medio: el pecado humano, las injusticias y la opresión. Desde la perspectiva de los valores del reino de Dios, la explotación, la tortura, el totalitarismo y otras formas de violencia son vistas por lo que realmente son: pecado.

En las CEBs se ensaya una nueva forma de ser comunidad. Y esta realidad determina su postura frente a los problemas de la sociedad secular. Todos sus miembros son participantes en la vida común en que se comparten las responsabilidades, se respeta a los débiles, y se ejerce el poder mediante el servicio. Y como comunidades al servicio del reino, resisten toda tentación a cristianizar, y hacer suyos, los esfuerzos humanos seculares para el bien común. Por esto, animan, fomentan y critican, a la luz del evangelio, esos esfuerzos seculares en los que también son participantes.

En ocasiones, por esta razón, las CEBs han sido reprimidas y perseguidas. Las CEBs cuentan entre sus miembros a testigos y mártires por la causa del reino de Dios. Pero esta represión no parece haber disminuido su fuerza. Por el contrario, al igual que en la Iglesia primitiva, las comunidades han salido aún más fortalecidas y valientes del sufrimiento concientemente aceptado. Esta situación ha generado una reflexión —profunda y poco común— sobre el sentido del sufrimiento inocente y vicario, libremente asumido en favor de otros, incluyendo al opresor.

Es posible aceptar la cruz y la muerte como expresión de amor y comunión con los que producen dicha injusticia. Esta capacidad de vivir una reconciliación con quien produce la ruptura no es una forma refinada de escapismo o de venganza transfigurada. … Esta actitud nace de un profundo convencimiento y una absoluta confianza en que sólo el amor y el perdón restablecen la armonía de una creación rota. El amor representa el sentido de toda la vida, incluso la de aquellos que odian y producen cruces para los demás. También en ellos el amor es fuerza unitiva y es llamamiento que ningún pecado histórico de este mundo puede acallar totalmente. Perdonando, asumiendo —como decisión de la libertad y no del principio del placer (en contra, por lo tanto, del sadismo y del masoquismo)— la cruz y la muerte impuestas, reconducimos la historia hacia una última reconciliación que incluye a los enemigos [19].

  1. Las comunidades eclesiales de base son, en el fondo, un pueblo de fe y vida. El significado de las CEBs no se agota en su compromiso social, ni en sus esfuerzos por la liberación de la humanidad. Se trata de una comunidad en que ya se vive y se celebra esa liberación. Por eso la salvación liberadora de Dios, realizada en Jesucristo, está en el centro mismo de la conciencia de este pueblo. Por eso, la alegría desbordante es una de las características más visibles de las comunidades. Las miserias humanas y la gravedad de sus luchas no pueden quitar la dicha de la felicidad y la esperanza que respiran.

Por esto, las expresiones de religiosidad popular abundan entre ellas. Estas expresiones son —muchas veces— mal vistas por el catolicismo oficial, y aun más todavía por el protestantismo ortodoxo. Pero en el fondo, representan auténticas expresiones de un pueblo que valora más los símbolos y la lógica del inconciente, que la lógica del concepto y la razón analítica. Mediante sus expresiones populares de fe, simbolizadas en sus procesiones, fiestas típicas, rezos y veneración de los mártires y santos, este pueblo ha podido resistir siglos de opresión económica y política y de marginación eclesial en América Latina. Esto ha llevado a una parte, por lo menos, de la Iglesia a reinterpretar sus prácticas pastorales tradicionales que no supieron apreciar las manifestaciones de la religiosidad popular, especialmente entre los pueblos indígenas del continente.

En las CEBs se destaca una unidad entre la fe y la vida. No sólo celebran los sacramentos, sino que también se celebra la dimensión sacramental de toda la vida, que es impregnada por la gracia de Dios. Se tiende a borrar las divisiones tradicionales entre lo sagrado y lo profano.

Esto otorga un lugar mayor y más significativo al culto en las CEBs. No debe subestimarse la importancia de las expresiones litúrgicas de la espiritualidad de estas comunidades. Pues se observa una gran creatividad litúrgica en estos círculos. Ofrecen largas oraciones recordando los problemas que agobian a la comunidad. Y luego celebran las victorias sobre los males que les acechaban. Crean nuevos ritos, dramatizan la Palabra de Dios, organizan grandes celebraciones, y hacen ágapes con comidas típicas. «Un pueblo que sabe celebrar es un pueblo suceptible de ser rescatado; no todo en él está oprimido; es un pueblo en marcha hacia su liberación» [20].

En contraste con esa corriente en el catolicismo que ha conducido a la proliferación de las comunidades eclesiales de base en el tercer mundo, también se ha venido notando ciertas tendencias reaccionarias en la iglesia.  Estas ya estaban presentes en las conclusiones del III CELAM celebrado en Puebla en 1979 y las hallamos, de nuevo, en el IV CELAM convocado en Santo Domingo el 12 al 28 de octubre de 1992.  Un augurio de esta mentalidad estaba ya presente en la decisión de los organizadores del encuentro de construir una muralla para esconder de la vista de los participantes hospedados en un hotel de cinco estrellas en la capital dominicana, el barrio pobre ubicado en las cercanías.  De modo que en las vísperas del IV CELAM ya existía una preocupación entre las comunidades eclesiales de base que esta tendencia a colocar las comunidades más firmemente bajo el control de Roma seguiría en aumento y que su papel vital en la vida del pueblo común sería aún más severamente restringido.  La respuesta a este incógnito no se hizo esperar y su temor ha resultado ser bien fundado.

En su discurso inaugural el Papa dijo, «Las comunidades eclesiales de base … deberían llevar la estampa de una clara identidad eclesial y hallar en la Eucaristía, oficiada por un sacerdote, el centro de la vida y comunión entre sus miembros, en una unión estrecha con sus pastores y en plena armonía con el magisterio de la iglesia» [21].

Paralelamente, han preocupado también las presiones que Roma ha hecho sentir sobre los teólogos protagonistas y defensores de los CEB, tales como Leonardo Boff [22] y José María Castillo [23].  De modo que el futuro de las comunidades eclesiales de base, pueblo de fe y vida en que la iglesia «nace y se reinventa siempre que los hombres se reúnan para oír la Palabra de Dios, creer en ella y proponerse juntos a seguir a Jesucristo impulsados por el Espíritu» [24], es tanto incierto como esperanzador, tan humanamente precario como auténticamente signo del reino.

 


1. Los textos de Medellín y el proceso de cambio en América Latina [Texto íntegro de las Conclusiones de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latino­americano de 1968], San Salvador, VCA, 19852, 15:10-11, p. 110.

2. John Eagleson, y Philip Sharper, eds.: Puebla and Beyond: Documentation and Commentary, Maryknoll, NY, Orbis Books, 1979, p. 21l.

3. Ibíd., pp. 212-213.

4. José Marins: «Basic Eclesial Communities in Latin America», International Review of Mission, vol. 68, núm. 271 (julio, 1979), p. 235. [Para un estudio sistemático y extenso sobre los orígenes históricos, teológicos y pastorales de las CEBs véase el libro de Faustino Teixeira: A gênese das CEBs no Brasil. Elemen­tos explicativos, Sao Paulo, Paulinas, 1988. N. del E.]

5. Leonardo Boff: Ecclesiogenesis: The Base Communities Reinvent the Church, Maryknoll, NY, Orbis Books, 1986, p. 13. [Véase la trad. española: Eclesiogénesis. Las comunidades de base reinventan la Iglesia, Santander, Sal Terrae, 19844, p. 13. N. del E.]

6. José Marins, loc. cit., pp. 237-238.

7. Ibíd., pp. 238-239.

8. Ibíd., p. 239.

9. Ibíd., p. 240.

10. Ibídem.

11. Leonardo Boff: Iglesia: carisma y poder. Ensayos de eclesiología militante, Santander, Sal Terrae, 1982, pp. 198-199.

12. José Marins, loc. cit., pp. 235-236.

13. Ibíd., p. 242.

14. Leonardo Boff, Iglesia: carisma y poder, pp. 197-205.

15. Ibíd., p. 198.

16. Ibíd., p. 200.

17. Ibíd., p. 201.

18. Ibíd., p. 202.

19. Leonardo Boff: Teología desde el lugar del pobre, Santander, Sal Terrae, 1986, pp. 130-131.

20. Leonardo Boff, Iglesia: carisma y poder, p. 205.

21. Citado en Marie Dennis, «Worldly Power and the Power of God:  The Church of the Poor Meets the Church of Rome at the Latin American Bishop's Gathering», Sojourners, enero de 1993, p. 31.  (Traducción mía.)  Esta advertencia refleja la visión enunciada ya en el Concilio de Trento en 1546:  «Nadie … sea osado a interpretar la Escritura Sagrada … contra aquel sentido que sostuvo y sostiene la Santa Madre iglesia».  (Enrique Denzinger, El magisterio de la Iglesia, Barcelona:  Editorial Herder, 1955, p. 224.)

22. Este ex-franciscano brasileño se vio obligado a abandonar en 1992 su orden a fin de poder seguir enseñando y escribiendo sin la censura asfixiante oficial que tendía cada vez más a hacer callar su voz profética.

23. El pensamiento y protagonismo de este teólogo español se hallan reflejados en sus muchos escritos, entre ellos, Teología para comunidades, Madrid:  Ediciones Paulinas, 1990.  El también ha sentido personalmente los inconvenientes de la mano pesada de la censura  de la curia romana.

24. Leonardo Boff, Iglesia, carisma y poder, p. 183.